Por Oscar Trujillo Marín
Durante la guerra fría la URSS no solo era una de las dos superpotencias nucleares y armamentísticas del mundo, en materia deportiva su poderío era igualmente intimidante.
Por ortodoxia política, sus atletas no podían ser profesionales en el decadente modelo capitalista del enemigo. Siempre competían bajo bandera del decadente modelo soviético en categoría amateur en ciclismo, privándose el Tour de Francia (y otras pruebas profesionales que se corrían solo con equipos de marcas comerciales) de ver a rutilantes figuras que incluso barrían en JJOO.
Una de esas más destacadas luminarias del pedalismo soviético fue Serguei Soukhoroutchenkov, quien aparte de ese interminable apellido imposible de escribir bien a la primera y que no cabía en su carnet de identidad, era un ciclista extraordinario. Había vencido de forma categórica en el Tour de l’Avenir de 1978 y en el del 79, además fue medalla olímpica en Moscú 1980 en ruta. El ruso era el gran favorito para ganar su tercera ronda francesa consecutiva, (la más importante del mundo para corredores amateurs) que, no obstante, por esos años y sin restricción de edad tenía un nivel altísimo. Entre sus campeones se pueden contar Felice Gimondi, Joop Zoetemelk, Greg Lemond, Laurent Fignon, Marc Madiot y Miguel Induráin, entre otras leyendas de este deporte.
En una de las primeras etapas de media montaña de esa edición, Alfonso Flórez, un corredor menudo y liviano de la selección colombiana que había ganado la vuelta de su país el año anterior, se metió en una fuga y obtuvo 5 minutos de renta. Ya no se quitó la amarilla hasta el final de la prueba. El corredor nacido en Rusia, en principio, no se preocupó por tan exótico e inofensivo ilustre desconocido, el cual esperaba cayera muy pronto. Confiado en que con su enorme poderío en la montaña iba a recuperar lo que era suyo. Flórez, escalador de raza, no se amedrantó y supo estar a la altura del ruso (aunque los separaban 20 cm y más de doce kilos), e incluso logró superarlo en alta montaña. Así se convirtió en el primer corredor no europeo que ganaba dicha prueba. Toda una hazaña para la época y piedra fundacional de una era dorada para el ciclismo colombiano que explotaría, muy poco después, en 1984.
Alfonso Flórez
Sin embargo, este no fue el primer triunfo en carreteras europeas para un ciclista colombiano. A principios de los setentas, Martín Emilio “Cochise” Rodríguez (El Merckx colombiano de los sesentas que barría en todas las pruebas, incluso en pista) corriendo para un equipo italiano, había participado ya en un Tour de Francia y 3 Giros de Italia. De hecho, ganó dos etapas en la ronda transalpina. “Cochise” era un fuera de serie en su país, solo que dio algo tarde el salto a profesional en el viejo continente, ya en su ocaso, siendo treintañero. Ese fulgor fue una isla, una grata excepción que no tuvo continuidad en su momento. Así que, oficialmente, el primer gran triunfo de corredores colombianos en una general importante en suelo europeo fue este, y la gran llave para lo que llegaría poco después.
Volviendo al Tour de L’Avenir de 1980, desde entonces, (vista la exhibición que dieron en las cuestas Patrocinio Jiménez y el campeón Alfonso Flórez) las invitaciones a correr en territorio europeo subieron como la espuma. En las siguientes ediciones, el protagonismo en la prueba se mantuvo: podio de Jiménez en 1981 y varios corredores en top 10 posteriormente. Hasta regresar a los más alto en 1985 con Martín Ramírez. Pero esa primera semilla de triunfos ya había ido dando frutos progresivos durante ese lustro. Cabe destacar que una formación colombiana ya había asistido a dicha prueba en 1973, donde dos de sus hombres hicieron top 10 final, (Abelardo Ríos 9° y Luis Díaz 10°) pero ese proceso no tuvo continuidad. Incluso Ríos ganó la camiseta de la montaña.
Centrándonos en 1984, el año clave para la llegada a la élite mundial del ciclismo colombiano, durante esa temporada por primera vez en la historia un equipo aficionado del país cafetero fue invitado al Dauphiné Liberé (así se llamaba en ese entonces). De forma increíble y contra todo pronóstico, Martín Ramírez venció mano a mano al mismo Bernard Hinault, quien ya estaba en su punto máximo de forma para disputar el Tour de Francia pocas semanas después, donde finalmente hizo segundo por detrás de Fignon. Para dimensionar algo realmente insólito, increíble y muy meritorio, el podio lo completó ¡Greg lemond! y el resto del top 10 fueron: Pascal Simón, Robert Millar, Phil Anderson, Marino Lejarreta, Stephen Roche, Peter Winnen y Steven Rooks. Con muy pocas ausencias, los mejores vueltómanos de la época.
Como si esto fuera poco y para valorar mejor tal proeza (eran aficionados y nunca habían corrido en Europa, de hecho, ni montado en avión la mayoría) el modesto equipo “Leche La Gran Vía” acudió ¡solo con 6 hombres! No había presupuesto para más: Pablo Wilches, Pacho Rodríguez, Armando Aristizábal, Alirio Chizábas y Reynel Montoya, (cuando se podían alinear 9) de los cuales a mitad de carrera ¡ya quedaban solo dos! Wilches y el campeón Ramírez, que resistieron de forma heroica todos los ataques del laureado bretón, Lemond y compañía. Hasta terminar distanciando a la leyenda Hinault, en su esplendor, por 51 segundos. En una gesta admirable, impresionante incluso si la hiciera en este tiempo un equipo profesional: hay que ser muy bueno para -con solo dos corredores- ganarle a esa gente de tanta calidad y clase a dos semanas de iniciar el Tour de Francia. Proeza que, sin duda, dio más confianza a toda una generación de brillantes escaladores.
Pero es que un mes y medio atrás en abril (en esa época la ronda ibérica se corría en primavera) en la Vuelta España del 84, Edgar “el Condorito” Corredor (que apellido más oportuno) y Patrocinio (que no tenía la culpa de llamarse así) Jiménez, fichados por el Teka español para esa temporada, en su primera participación en carretas españolas hicieron 5° y 7° en la general, respectivamente. Siendo además Edgar, el mejor joven de la carrera. Era un hecho, la nación cafetera tenía un potencial evidente y muy alto para el ciclismo de ruta, daba pasos de animal gigante mostrando un poderío temible en la montaña.
Aunque un año antes (y eso les había valido su contrato con Teka a Edgar Corredor y Patrocinio) el verdadero debut de una escuadra netamente colombiana en una de las tres grandes vueltas fue en el Tour de Francia de 1983, con el equipo aficionado Pilas Varta. Al cual la organización le hizo hueco de excepción a pesar de ser Amateurs, por la gran sensación que empezaban a causar esos audaces y agresivos escaladores andinos en el Tour de l’Avenir y otras carreras menores donde ya eran invitados. En ese equipo estaban algunos de los mejores corredores nacionales, pero ninguno de ellos tenía rodaje en una gran vuelta profesional.
En entrevista con el diario el Tiempo, hace unos años, Patrocinio Jiménez contaba esa experiencia. Casi para todos era el primer viaje a Europa… ¡y de una vez a debutar al Tour! con nula experiencia en carreras de ese enorme nivel profesional, al respecto el genial escalador dijo: “pagamos las novatadas habidas y por haber. Para resumir, yo fui líder de la montaña durante 18 etapas, llegué a ser séptimo en la general, pero todo se derrumbó porque no hubo táctica, porque en una etapa de las últimas ya, se me rompió la bicicleta y el auxilio mecánico llegó cinco minutos después; porque no sabíamos atacar, dónde acomodarnos… como proceder y porque a punta de maña y experiencia nos molieron los otros equipos. Pagamos la ingenuidad”
Lo más impresionante de todo es que a pesar de la modestia del corredor boyacense, ese equipo absolutamente neófito en el brutal ambiente y ritmo de la prueba por etapas con diferencia más estresante y dura del mundo ¡aún así lograron colar dos hombres en el top 20 final de la general!: el mismo Patrocinio (17) y Edgar Corredor ¡con solo 22 años! (16). Una verdadera hazaña que ya quisiera hoy el Israel Cycling Start Up Nation o el NTT de Riis.
Con respecto a las “sofisticadas” aunque abstractas estrategias (más bien carentes de ella) del inexperto equipo, Jiménez confesó: “Las órdenes eran: “Busquen el mejor lugar”, “vamos a hacer lo mejor posible”, “tratemos de perder el menor tiempo” “traten de no caerse” … La verdad es que utilizamos más la fuerza que la inteligencia. Eso nos mató”. Confesó con humildad de Patrocinio, uno de los mejores escaladores puros de la historia de una nación donde estos se dan de forma silvestre, que eso ya es mucho decir. Cualquier equipo profesional actual debutante firmaría ese resultado, donde para colmo hicieron top 5 en varias etapas de montaña.
La Guinda del pastel llegaría en el Tour de Francia del año 1984, el que partió en dos el ciclismo en uno de los países con más pasión por este deporte en el mundo. A raíz de su buena actuación que sorprendió a los franceses, fueron invitados de nuevo y la Federación Colombiana armó una especie de selección nacional, pero bajo el mecenazgo de la marca de Pilas Varta, con lo mejor que había en el momento, en su mayoría aguerridos especialistas en alta montaña. Entre ellos, uno de los más grandes escaladores de todos los tiempos, Luis Herrera, quien por entonces tenía solo 23 años. Un mito estaba naciendo.
La curva doce de Alpe d’Huez lleva el nombre de Lucho Herrera desde el 16 de julio de 1984. “Lo que va suceder sucede, porque yo no había comenzado muy bien esa etapa de duros encadenados. Incluso había perdido como tres minutos, pero faltando dos premios de montaña aún mis compañeros me animaron: me dijeron que yo tenía con qué disputarla. Así que logramos alcanzar al grupo de punta. Luego una vez empezó la última subida, fuimos siete corredores lo que salimos en fuga, entre ellos Fignon y Millar, pero en un momento decidí atacar y ya nadie puedo alcanzarme. Allí me encontré con el Alpe de Huez”, recordó Herrera en entrevista con el diario El Espectador en su momento. Lo dijo sin darse importancia, como si se hubiera encontrado una moneda caminando por la calle.
Ese día surgió una leyenda. La de un escalador fuera de serie, ganador de etapas y la montaña en las tres grandes y de una Vuelta a España, dos Dauphinés entre muchos otros logros importantes. Considerado como uno de los mejores de la historia en dicha especialidad. Ese año también fue, al mismo tiempo, el ingreso oficial de Colombia a la élite, a las grandes ligas del ciclismo mundial. Donde desde hace un tiempo ya, ha regresado para quedarse. En la que con baches a veces propios y en otras provocados por cierta ingrata sustancia que ponía a subir como un cohete incluso a un armario nórdico como Riis, esperemos que permanezca por mucho tiempo, en coherencia la enorme pasión de su afición e importancia masiva de este deporte en toda su idiosincrasia y ADN.
Como nunca llueve a gusto de todos, el niño que era yo en 1984, se aficionó de tal manera al ciclismo, que al empezar ese año (debido a los nacientes éxitos de corredores nacionales) a trasmitir el final de las etapas de grandes vueltas por televisión (que en Colombia era entre 9 y 10:30 de la mañana) me escapaba del colegio a una cafetería del centro de mi pueblo, La Plata, en el Huila, donde iban jubilados y empleados judiciales y de la alcaldía a tomar café, cerveza fumar cigarros y a hablar de política. Allí había un televisor grande y gente que debía estar siendo productiva a esa hora, pero al igual que yo, no lo hacían. Me amontonaba con ellos, siendo un renacuajo aún, viendo las hazañas de los ídolos nacionales. Con la cantidad de ausencias que junté entre Vuelta España y Tour de Francia, -más las carreras que seguía por radio-, después de haber sido un niño estudiante excelente, reprobé de forma inapelable séptimo grado. Colombia ganó mucho en materia ciclística pero mi perdición como apasionado terminal de este deporte empezó un camino inexorable al abismo del que aún no se levanta.
Oscar Trujillo Marín
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