Por Oscar Trujillo Marín
Si quieres hacer reír a Dios cuéntale tus planes, reza el viejo adagio. Sobre el papel y en circunstancias normales sin accidentes, virus apocalípticos, azares, ni imprevistos sonaba hermoso: Dumoulin, Roglic y Kruijswijk con 5 gregarios de lujo intentando tumbar la hegemonía en el Tour del poderoso dictador INEOS.
El planeta ciclístico en bloque esperaba ese atractivo e insólito duelo, ¡por fin Ineos podría vérselas con alguien de su mismo tamaño! Pero lucía mejor la contraparte británica, aún más fuerte: un milagrosamente recuperado Froome que regresaría -indemne, sin secuelas- como si nada, después de un espantoso accidente directamente con el nivel mismo de 2017 hacia atrás; junto a él, el vueltómano joven, -actual monarca de la ronda gala- con más futuro en carreras de tres semanas (Egan Bernal) y, para colmo Geraint Thomas, el ganador del Tour del 2018 y segundo el año pasado. Apoyándolos Sivakov, Kwiatkowski, Castroviejo… ¡Demoledores! ¡Imparables! ¿Qué podía salir mal con tanto a favor y tal derroche de palmarés y calidad acumulada?
El problema de la indiscriminada vida real es que a menos que seas político en campaña (recitando mentiras que nunca cumplirás al llegar al poder), pitoniso, augur o profeta… ¡nadie puede vivir del futuro! La vida medible, tangible y posible de verdad sucede ahora: en el presente. La humana condición no puede desdeñar el azar, y ese carácter limitado e impredecible de la existencia también juega, por muy bien que planifiques y por muy pragmático, británico y meticuloso que seas.
Jumbo-Visma anunció desde diciembre su ocho de ensueño para el Tour. De él, por distintas razones, ya se ha caído el mejor gregario del año pasado Laurens de Plus, ayer Kruijswijk como consecuencia de su desafortunado accidente en el Dauphiné, y Roglic -por la misma causa- permanece entre algodones sin poder entrenar en carretera a la espera de como evolucionan sus secuelas. De repente, lo que pudo haber sido un intimidante tridente con un líder (cualquiera, el más inspirado de los tres) y dos cracks ayudándolo y secundándolo, por si acaso, ha pasado a ser un equipo muy bueno eso sí, pero con dos líderes (o quizás, en el peor de los casos solo uno, Dumoulin) que no las tienen todas consigo ya. Para colmo uno de ellos acudirá tocado a Niza y se desconocen aún las consecuencias cuando llegue la exigencia en carrera de estos duros golpes. No por mucho madrugar amanece más temprano, para cerrar con otro refrán el capítulo de los holandeses.
Ineos: Lo de los británicos del Ineos es más sangrante y en parte, (imponderables al margen) fue culpa de un inexplicable e incomprensible exceso de fe y falta de agudeza en la dirección en torno al caso Froome. Hasta el día de ayer lo tuvieron entrenando… ¡en el equipo que asistiría al Tour! (¿Era necesario?) A pesar de que ellos, que manejan los números de sus esfuerzos, vieron la imagen que dio en UAE Tour hace 4 meses (muy floja y todavía comprensible) pero que fue corroborada (por lo bajo) de nuevo en L’Ain y luego en el Dauphiné: era demasiado elocuente. Simplemente a Chris le faltaba mucho nivel -y quién sabe si alguna vez regrese a su antigua forma que lo hizo casi invencible en el Tour-.
Lo correcto hubiera sido no anunciarlo para el Tour, haberlo llevado con calma para que hiciera más kms en competencias, sin presión (que justamente tras 15 meses parado era lo que necesitaba), sin exponerlo a dar una imagen penosa, poco digna de su grandeza y haberle trazado con anticipación un objetivo más posible y razonable (Giro o Vuelta a España) desde que comprobaron que no llegaría con garantías, -que obviamente no fue justo ayer-. Más aún en la temporada de su partida de INEOS tras 10 años de contribuir -el que más- a conseguir su grandeza como equipo más ganador en grandes vueltas, más rico y poderoso del mundo.
Es duro reconocerlo, duele por su leyenda, su brillante palmarés, simpatía, don de gentes, excelente educación, etcétera. Pero a la vida le da igual la connotación sentimental que tengamos asociada a una persona, los accidentes graves dejan secuelas, a mayor edad peor y los años pasan para todos de forma implacable. Froome no iba a ser la excepción.
En el caso de Thomas, un gran corredor también, demostró tras ganar su Tour de 2018 muy poco profesionalismo (él mismo y su equipo lo aceptaron en su momento y en el aún Sky le “rieron” la gracia, sin consecuencias) dejando de correr desde julio de 2018 -por el resto de la temporada-, sin cuidarse, inmerso en múltiples agasajos, homenajes y celebraciones por ser el primer galés en conseguir tal proeza; ganó varios kilos en ese desfasado semestre y le costó mucho recobrar su mejor nivel de cara al pasado Tour; llegó un poco corto de forma, y lo pagó caro: ceder poco, así sea un 10% de prestaciones ante tantas fieras ávidas de gloria significa perder la exigente carrera gala.
El emergente crack Bernal se le trepó en los hombros por mérito propio apenas el galés mostró cierta debilidad en las cuestas. Ya no lo volvió a ver hasta París. Eso sí, mérito del colombiano por estar en forma, en el lugar correcto sin perder tiempo y en el momento indicado, pero culpa también de las mismas ventajas que el galés dio. Nadie lo obligó a estar de fiesta un semestre entero. Este año, que Geraint haya llegado con un nivel un poco por debajo de lo normal tras el parón -como tantos otros líderes- era en cierta forma comprensible. Pero con su enorme calidad siquiera a un 80% a Thomas le hubiera bastado para hacer top 10 en L’Ain o Dauphiné, al menos estar al nivel que presentaron gente top en grandes vueltas como López, Bardet o Pinot. A todos les faltó, desde luego, pero poco. En cambio el galés estaba irreconocible.
Lo que Geraint mostró en Francia la primera mitad de agosto, no es digno de un campeón que aspire a ser colíder o segunda espada en el equipo más poderoso del mundo y dominador del Tour desde 2012. Nadie (estando en buena forma) se descuelga a las primeras de cambio en los puertos definitivos a 15 días del Tour, si lo que quiere es ir a la Grande Bouclé; peor aún, si lo que desea es mostrarle a sus directores que merece ser el líder del equipo. Si Geraint -al estilo de Roglic- hubiera “volado” en el Dauphiné, tras la laxitud de Bernal por sus molestias de espalda, ahora mismo nadie dudaría que el galés partiría como primera opción. Si Thomas no brilló en este bloque de carreras pre Tour, no fue por falta de ganas: no había piernas.
Pensar que lo hacía por una especie de audaz estrategia, o intrincada progresión para la tercera semana o capricho pueril (para no ir a servir de segunda espada a Bernal) es desdeñar el profesionalismo, perspicacia y rigor de sus directores y además absurdo: nadie regala sus chances de acudir al Tour aunque sea de primer gregario (segunda espada). Así mismo iba en 2018 tras Froome ¡y Geraint terminó ganando! Si no lo llevaron fue por el pobre nivel y los malos números mostrados, que, de eso me temo que el Ineos sabe lo que hace: ¡ellos fueron los pioneros en integrar estos meticulosos métodos en el ciclismo! INEOS siempre ha destacado o ganado el Dauphiné en los últimos 10 años (6 triunfos tienen, uno de ellos con Thomas el año que se llevó su Tour) En la misma prueba, este año, en solo 5 etapas Froome se dejó… ¡hora y media! y Geraint no tenía fuelle en los puertos definitivos desde las primeras rampas. Esta carrera -y no otra- siempre ha sido el gran test definitivo pre Tour donde los favoritos muestran su forma (con virus travieso de por medio o sin él)
Movistar: Tras su gran revolución en la plantilla a comienzos de este año con la salida de Landa, Quintana y Carapaz, la escuadra española presentaba, en teoría, sobre el papel a un corredor top de talla mundial, aunque veterano muy fiable, abonado al podio y top 10 de grandes vueltas como Valverde. En su ocaso, es cierto, pero que aún así le alcanzaba (hasta el año pasado) para ser referencia y viniendo de ser segundo en Vuelta a España de 2019 -que no está nada mal- aún entusiasmaba. Así mismo contaban con el definitivo salto a la confirmación de la gran esperanza ibérica para rondas de 21 días, Enric Mas y esperaban también el gran paso adelante de la segunda gran ilusión para el mismo apartado Marc Soler. Confiaban en que los dos talentosos jóvenes abandonaran esa desconcertante irregularidad.
Pues bien, desde febrero se vio que el tridente simplemente no carburaba. Las sensaciones que han dejado juntos y por separado son inquietantes. Sin embargo, se dio margen de duda porque la temporada aun empezaba. Pero la imagen que dieron hasta Paris Niza sus tres integrantes fue pobre, muy por debajo de su propio nivel acostumbrado. Tras el parón fue a peor: ni en Burgos, ni en Occitanie, ni en L’Ain y menos en Dauphiné -ya con los gallos de la élite- dieron la talla ni la cara en ningún momento. La actuación global de sus tres líderes fue penosa para siquiera situarlos luchando por un top 10, y cuando los grandes apretaban eran los primeros en descolgarse junto a Froome y Thomas. Resulta poco esperanzador que Valverde con 40 años (y muy lejos de su nivel de antaño) haya sido su hombre más destacado.
Trek-Segafredo: Si este enero, inocentes como estábamos de lo que nos venía, había otra escuadra con potencial para presentar superioridad numérica en grandes vueltas -y de haber querido en el Tour de Francia- esa era Trek-Segafredo. Vale, que sus tres principales corredores vueltómanos contrastados (con uno claramente por encima en clase y palmarés) Mollema, Porte y Nibali están en el último tramo de sus carreras y quizás sus mejores años ya quedaron atrás. Pero inspirados los tres podían meterse en la conversación del Tour a poco que la carrera se les pusiera de cara y todavía tenían con que marcar, preparar emboscadas y también hacer daño.
Sin embargo, el último resultado bueno en la ronda gala para Nibali data de hace un lustro ya, en 2015 fue cuarto. En 2016 acudió sin un buen nivel y terminó 30°; después de eso el italiano no participó en 2017, y abandonó en 2018 (un aficionado imprudente lo tiró). Por último acusó otra vez baja forma en 2019 (pero al menos lo maquilló con una etapa), con lo cual este insólito curso ante la enorme acumulación de gallos en el Tour -y sus flojos antecedentes- prefirió jugársela toda con el Giro donde ha obtenido en estos últimos años sus mejores resultados.
Eso debilitó al equipo de cara a la ronda francesa, pues la esperanza juvenil del Trek-Segafredo para grandes vueltas -el joven escalador Giulio Ciccone- lo acompañará como escudero en Italia. Esa decisión -sabiendo las dificultades de no asegurar siquiera el Tour en medio de tanta incertidumbre-, hizo que menguara demasiado el potencial de la escuadra estadounidense. Las opciones se han reducido a la dupla Mollema (34 años en noviembre) y Porte (35 años). Dos buenos corredores pero muy irregulares, a los que nadie discute su calidad como vueltómanos pese a que les cuesta horrores ganar y más aún meterse en la pelea seria de una ronda de tres semanas, o al menos del podio. El holandés por ser extremadamente diésel, -le falta ese punto para sacar diferencia-; y el australiano porque sus mejores temporadas son historia y es un corredor de chispazos, al que también le cuesta un mundo mantener su clase de forma regular durante 21 días -y no caerse durante los mismos-.
Trek se ha especializado en ser el retiro dorado de figuras por encima de los 33 años que ya vienen un poco a menos. Sin embargo con tantas bajas y problemas en este Tour, juntando a sus tres hombres más destacados tenían una oportunidad de oro para una buena figuración en la carrera más mediática e importante del mundo con diferencia.
De repente lo que pudo haber sido un año de atractivos tridentes, sinónimo de ventaja numérica y poderío con cierta solvencia para enfrentar grandes vueltas -y en concreto el Tour- en los equipos a priori con mejor concentración de experimentados especialistas en esfuerzos de tres semanas, se ha diluido por razones distintas.
Esto es malo para ellos, por supuesto, pierden ese plus y superioridad numérica que les permitiría en unos casos dominar por tener mucha calidad y en otros también tener varias cartas y utilizar estrategias provechosas con vueltómanos excelentes escaladores (cuando están bien, por supuesto). Pero es bueno para los equipos más pequeños que acuden con un solo líder o con un jefe de filas y una segunda espada de menos kilates. Abre el abanico para que las formaciones más “modestas” puedan tener su oportunidad de destacar sin tanto gallo concentrado en pocas escuadras. Este convulso y enrevesado año ha sido implacable también con los grandes equipos. Pero esperen… que aún pueden haber más sorpresas.
Oscar Trujillo Marín
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