Por @pmpalermo
Chris Froome ya tiene cuatro y sigue haciendo historia. El británico sumó su cuarto título en el Tour de France y quedó a tiro de los más grandes del evento: Eddy Merckx, Bernard Hinault, Miguel Indurain y Jacques Anquetil, todos con cinco. Y al igual que todos ellos en alguna oportunidad, atravesó contratiempos y salió adelante, llevando a buen puerto la empresa para agigantar su leyenda.
Sin embargo, el líder de Sky no lució nunca como en sus mejores momentos, sobre todo en las etapas de montaña, razón por la que su conquista quedó algo deslucida. Es innegable que, por primera ocasión desde 2012, no pudo despegar contundentemente a sus adversarios escalando, y eso dio vida a la carrera.
Paradójicamente, jamás se encontró realmente contra las cuerdas, portando el maillot amarillo en 15 de las 21 jornadas (más otras cuatro de su ladero, Thomas), con la responsabilidad y el desgaste que eso implica sobre la ruta y fuera de la misma.
¿Por qué ganó?
Básicamente porque fue el mejor y con mayor superioridad en más apartados que el resto y, en los que fue batido -las bonificaciones- la sangría fue obviamente mínima. Concretamente, el “keniata” no tuvo rival sobre la cabra en el Tour con menos espacio de la historia para dicha especialidad.
Le bastaron 36.5 kilómetros para distanciar a su más inmediato perseguidor -Urán- en 1:16″. Y aquí vale la pena remarcar que la brecha entre Froome y sus oponentes era inferior en la montaña, siendo prácticamente imperdonable que no lo hayan probado más.
El siguiente punto en su favor fue -cuándo no- el equipo. En sintonía con la pálida imagen 2017 de su capo, el bloque de Brailsford fue una sombra del que dominó brutalmente al pelotón en 2016. Aún así, y con la temprana baja de Thomas con todo por decidirse, les bastó para dictar las reglas.
Constantemente al frente, jamás fueron pillados mal parados en zonas con viento, enseñando que no sólo con vatios se obtienen resultados. Salvo por momentos puntuales en los que AG2R ofreció algo diferente, se rodó a ritmo del tren blanco. Y, hay que decirlo, la mitad de sus piezas no funcionó al nivel esperado. Nieve, Landa y Kwiatkowski, en ese orden ascendente de mérito, se bastaron para encaminar a su patrón sano y salvo hasta Paris.
Llamado de atención para la UCI. Poco importará la reducción en las nóminas para el futuro si con ocho unidades se las ingeniaron para obrar a sus anchas.
El último factor, quizás el más importante, fue el miedo o respeto. Que Froome no apareció nunca en la forma esperada es cierto, tanto como el temor de que lo hiciera de un momento a otro en los puertos de la última semana.
Todos, incluidos rivales, periodistas y espectadores, estuvieron pendientes hasta el Izoard mismo de un único y letal arreón cuesta arriba, un golpe de autoridad al estilo de los grandes campeones, como sí ofreció en sus tres gestas precedentes. Pero eso no pasó, al menos no en el modo de la ejecución, ya que sus escasos intentos fueron igual de tibios que los de los contrincantes.
La paridad fue tremenda en las montañas y, pese a ello, los retadores no quisieron o pudieron hacer daño al líder en su fase más decepcionante. En gran medida por el respeto granjeado durante un lustro, que le posibilitó “tirar de apellido”, manteniendo siempre la expectativa de la gran embestida que nunca llegó.
La mejor evidencia de esto fueron los días de Peyragudes y Peyra Taillade. En ambos parciales Froome quedó retrasado y sus rivales no lo remataron ¡ni lo intentaron! Recordemos: se salió en una curva y lo esperaron justo antes del Peyresourde para luego entregar más tiempo que en ningún otro parcial en el muro de meta.
Evidentemente no iba fino y fue bastante obvio, no sólo por el desenlace, sino porque nunca lanzó una ofensiva luego de que sus compañeros prepararon el terreno correctamente, descolgando a hombres importantes en el proceso.
La otra etapa en la que el respeto excesivo (traducido en falta de confianza) reinó fue en la 15°. Una avería hizo la mitad del trabajo -descolgar al puntero- y aún contando con 45 segundos de renta, todos se quedaron paralizados a rueda de AG2R.
Para cuando hubo algún síntoma de reacción ya era tarde y, desgraciadamente para ellos, Froome tuvo uno de sus momentos más brillantes. A la suerte hay que ayudarla y a “Froomey” se lo vio en su máximo esplendor cuando realmente contó.
Táctica y psicológicamente, el británico propinó las estocadas precisas, enviando mensajes intimidatorios luego de cada oportunidad en la que flaqueó. Así, recuperó el liderato en el nervioso muro de Rodez y hasta encabezó los abanicos el día siguiente de haber sido perdonado rumbo a Le Puy-en-Velay tras la famosa avería. Aru o Dan Martin fueron los principales damnificados en cada situación.
Más de una vez hablamos del beneficio de la duda para con las estrellas, y los retadores fueron los primeros en aplicarlo hacia quien hoy ya es tetracampeón del Tour y está a un día de igualar el récord de días vestido de amarillo de Indurain (60).
En definitiva, Froome fue un justo pero apático y eficiente campeón, el séptimo corredor que lo logra sin una victoria de etapa. Jamás brilló ni demostró la abrumadora superioridad exhibida en el pasado, y aún así, concluyó en lo más alto de una de las ediciones más veloces de la historia.
Por los pocos méritos propios enunciados y los todavía menos ofrecidos por los aspirantes, Sky sumó su quinta corona en seis años. El tiempo dirá si el oriundo de Kenia falló o no en su preparación -pensada para explotar en la última semana y la Vuelta a España- o si fue el inicio de su debacle, pero hoy es él quien festeja y añade otra muesca a su cinturón, con el resto rendido a sus pies.
Pablo Martín Palermo
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