Por Oscar Trujillo Marín
Errar es inherente al ser humano. Jactarse de ello o no arrepentirse es cuando menos cínico, soberbio o necio. Bjarne Riis es un personaje controvertido en el mundo del ciclismo. O directamente cara dura, para ahorrarnos el eufemismo. El actual director y socio (30 por ciento) de la formación con bandera sudafricana NTT Pro Cycling, hace parte quizás del peor periodo de escándalos, sordidez y oscuridad en la historia de este deporte. En un papel estelar: como infausto protagonista en temas de dopaje, tanto en su periodo como corredor a finales de los ochentas y en los noventas, como en la de mánager de equipos de la élite mundial (CSC, Saxo y Tinkoff) en lo que va corrido del nuevo siglo.
No hay una normativa vigente que prohíba a Riis carecer de escrúpulos, no arrepentirse de nada o ser dueño y gerente de formación ciclística alguna. Su licencia vale igual que la de Unzué, Lefevere, Brailsford o cualquier otro mánager de la máxima categoría. Pero su presencia de nuevo en el World Tour (“prontuario” impune aparte) supone un dilema ético dentro de un deporte siempre en tela de juicio por el incesante goteo de casos de dopaje alrededor del mundo.
Un ciclismo, no obstante cada vez más controlado que lucha para recuperar una frágil credibilidad, en gran medida lastrada por tipos como él. Su retorno y retomado protagonismo no es muy bien recibido por buena parte de las autoridades que rigen la UCI, incluso por muchos de sus compañeros.
Hace pocos días, su paisano el director de la agencia danesa antidopaje, Michael Ask, en declaraciones al medio local escandinavo Esktratrabladet lo describió como una vergüenza: “una falta de credibilidad y moralidad en el funcionamiento de un equipo de ciclismo”
Al ser consultado Riis en Australia, durante el inicio del presente Tour Down Under, qué opinión le merecían dichas declaraciones, en lugar de aprovechar esa oportunidad para demostrar que no se enorgullece de sus trampas, o enviar un mensaje expiatorio de renovada transparencia, se despachó con un desafortunado, cínico y autocomplaciente: “Siempre soy el mismo, siempre tengo la misma filosofía y los mismos valores . No veo por qué esto debería cambiar” . Desde luego, si en el “mejor” de los casos pretendía ser sarcástico, su defensa lució lamentable. No tuvo en absoluto gracia. Y si lo decía en serio, resulta perturbador, inquietante.
Entre los sólidos, coherentes e inalterables valores que reivindica el mánager danés no creo que incluya el resultado de una investigación que le llevó tres años en desarrollar a la agencia danesa anti dopaje (“Ciclismo danés entre 1998 y 2015”) publicada en 2015, donde en 96 páginas se demuestra que él, como jefe absoluto estaba al tanto y además alentaba el dopaje en las filas de su escuadra CSC. Las investigaciones que iniciaron con la confesión del arrepentido Michael Rasmussen, incluyeron las declaraciones de al menos 50 personas, entre ciclistas, ayudantes y empleados de la formación. Solo lo salvó que, en el momento de concluir el riguroso informe, los delitos ya habían prescrito conforme a los plazos de la justicia de Dinamarca.
Además, él mismo confesó en 2007 -y luego en 2010 lo corroboró en su biografía- que se había dopado durante toda su carrera deportiva. Pasando desde corticoides en sus primeras discretas temporadas a mediados y finales de los ochenta, hasta EPO a partir de 1993, cuando empezó a dar insólitos y mucho mejores resultados, Tour de Francia de 1996 incluido. Pasando a la historia de la ronda gala (y de la infamia, supongo) como el único mortal que pudo poner fin al reinado del quíntuple ganador consecutivo hasta ese momento, Miguel Indurain. Título del cual, por cierto, el señor Riis sigue siendo flamante y oficial ganador, con su lugar intacto en las enciclopedias. De manera incomprensible y vergonzosa también.
La humana condición nos hace a todos susceptibles de equivocarnos, pero también de resarcirnos y volverlo a intentar. Todos merecen una segunda oportunidad. El ex ciclista y ahora director danés también. Pero se ve que para algunos la experiencia pasa sin pena ni gloria por sus vidas. La lacra del dopaje ha estado presente desde siempre en los deportes de fondo y máximo esfuerzo. El avance de la tecnología logra detectar sustancias que antes pasaban desapercibidas, pero de la misma manera los tramposos encuentran métodos cada vez más sofisticados para intentar sacar una mínima ventaja.
Lo que sí se puede afirmar de forma contundente es que jamás los corredores profesionales estuvieron tan rigurosamente sometidos a controles y escrutinio dentro y fuera de competencia como en la época actual. Pero desde luego, este tipo de salidas en falso, de burdo sarcasmo o altiva chulería en un personaje vigente dentro de la élite del pedalismo mundial, y con bagaje y trayectoria tan poco ética, le hacen un flaco favor a un deporte que lucha cada día por limpiar un prestigio, credibilidad y transparencia que tipos como Riis, por desgracia, han socavado.
Su ilesa e impune continuidad dentro del ciclismo de élite contrasta con la de otros chivos expiatorios o cabezas de turco que han terminado denostados, apestados como parias y condenados al más absoluto ostracismo. Incluso después de arrepentirse, pagar sanción y pedir perdón de forma pública. “Siempre soy el mismo, siempre tengo la misma filosofía y los mismos valores . No veo por qué esto debería cambiar“. Anda Riis, tú tranquilo… ¡sigue así! nunca cambies. No permitas que un amago de humildad y honestidad arruinen tan altiva y sostenida sordidez. Eres el ejemplo viviente para jóvenes corredores y noveles directores de lo que nunca más se debe hacer.
Oscar Trujillo Marín
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