Cómo motivar a un tiburón o un ganso para pedalear cautivo sobre un rodillo
Por Oscar Trujillo Marín
Cuando la atmósfera distópica y por ratos apocalíptica que se respira en el mundo ahora parece superar la literatura y la ficción Hollywoodesca, es porque ya estamos inmersos en ella.
Cuando quienes en algún momento leyeron y sintieron como exageradas las vidas cautivas, atemorizadas, desahuciadas de algunos de esos protagonistas; que habitaban en un perturbador mundo sin certezas a merced de devastadoras fuerzas oscuras, empiezan a ver demasiadas instantáneas cotidianas parecidas, es porque el mundo conocido ha mutado sin darnos cuenta.
Tal y como tantas novelas y películas distópicas nos han ofrecido (La carretera de Corman MacCarthy, 1984 de Orwell, un mundo Felíz de Huxley, Fahrenheit 451 de Bradbury, El país de las últimas cosas de Auster…) hoy buena parte de los seres humanos de este mundo permanecemos encerrados, confinados, con la mosca detrás de la oreja, las rutinas mutiladas y aplazadas hasta nueva (incierta) orden por temor a un siniestro y poderoso enemigo.
Nos enfrentamos a un villano de tamaño insignificante, pero de presencia masiva: demasiado poderoso y agresivo. De momento, el único aporte efectivo para ayudar a combatirlo es no hacer nada más que resguardarnos en nuestras guaridas escondidos hasta nueva orden. No parece muy heroico, pero no podemos hacer nada mejor.
Dejarle todo el trabajo sucio al tantas veces ninguneado y mal pagado personal sanitario, es algo que deberá obligarnos a exigir a los gobernantes invertir mucho más en salud pública y nada en armas, que no sean más educación. El mundo como lo conocíamos ha dejado de ser oficialmente sostenible hasta para los más cínicos.
En esos términos la suspensión de la dimensión exterior de tantas vidas no deja más remedio que acudir a universos virtuales paralelos para intentar sentir que aún hay libertad y acción. Dentro de cuatro paredes, 24 horas, 7 días a la semana… por tiempo indefinido, nadie es lo que dice o pretende ser afuera. Es otra persona, otra cosa.
Como una metáfora a la renuncia del aire, el cielo y la naturaleza, cientos de deportistas y ciclistas profesionales y sobre todo nos fijamos en los ciclistas (que es nuestro campo) comparten cada día fotos entrenando en sus casas. Casi siempre ante la pantalla de su televisor o computador donde la vida abandonada es recreada (sin conseguirlo jamás) de la manera menos postiza y artificial posible.
Quizás les sepa a poco. Tal vez sea solo el acusado sentido de la ética profesional y el deber que los obliga a pedalear dos tres, cuatro horas cada día (o más) sin un objetivo real más allá de no arruinar la forma del todo, ni coger demasiado peso.
Admirable, seguro, tal entrega y disciplina. Pero la sensación que a uno le queda después de ver esas fotos o vídeos que cuelgan es que hay de todo menos emoción real, alegría o esmero como los que se sienten durante la preparación ante una inminente competencia.
Se hace sí, y se comparte, también. Pero más bien por resignación, por que quede alguna evidencia de que siguieron siendo ciclistas hasta en el peor de los escenarios posibles. Como una especie de acto de fidelidad con las musas de la genialidad deportiva, para que no se les ocurra abandonarlos en tiempos malos si acuden a visitarlos una mañana y no los encuentran sudando y con el uniforme puesto.
Qué pensará el “ganso Gesink” mientras se machaca en el rodillo sin avanzar un milímetro durante 4 o 5 horas, más allá de lo que el vuelo de su mente le pueda recrear, con la mirada puesta en unos Pirineos tan cerca pero tan lejos a la vez desde la terraza de su casa en Andorra.
Qué pensará el “Tiburón” Nibali”, un depredador de la carretera, que ha hecho de la furiosa libertad su mejor arma, del ataque intempestivo y la anarquía de moverse a su antojo sus mayores virtudes ¿cómo ser audaz y temerario desde una bicicleta estática? ¿Cómo romper la armonía del grupo y el viento si la foto fija con la estantería donde reposan sus máximos trofeos estará todo el tiempo de fondo?
Cualquiera que haya pedaleado sobre un rodillo o similares desde su casa siempre lo ha hecho por un objetivo real acotado en el tiempo, un plazo datado y cercano, un aliciente obvio: bajar unos kilos de más para el verano, problemas de salud cuya terapia lo incluye, o simplemente mantenimiento físico sin mayores pretensiones, al uno no vivir de esto, cuando hace mal tiempo o no se puede salir a la calle.
Es fácil soportar 25, 35 o hasta 50 minutos pedaleando sobre el rodillo o similares. Un poco de música, algunos negros pensamientos que se cruzan, que por la brevedad del esfuerzo no logran tomar asiento, pero el límite está cerca: nunca se convierte en obligación o tortura. Si algún día te cansas, te hastías de tan monótono ritual simplemente dejas de hacerlo, te das una vuelta por la calle. Haces otra cosa, que para eso sirve al albedrio.
Bueno, ahora no es posible para nadie. Aparte de eso, que no es poco, intenten imaginar que son profesionales del pedal que tienen que pasar 3, 5 o más horas pedaleando de manera compulsiva todos los días sin un objetivo determinado, sin fecha para un posible retorno con la pared o la pantalla como único horizonte, en el mejor de los casos la ventana o la terraza.
En este momento Gesink, Nibali y otros maldecirán a los aficionados y periodistas deportivos que les pusieron esos apodos tan terribles para tiempos distópicos cuando lo que conocíamos por vida solo sucede en la intimidad del hogar, no hay aplausos, no hay público, no hay testigos ni mucho menos libertad.
¿Qué hace un ganso si no puede volar, recluido en una jaula de manera indefinida? ¿qué hace un tiburón lejos del océano?
Oscar Trujillo Marín¿Te gusta lo que hacemos? seguínos en Instagram y TwitterSumate en facebook: Ciclismo Internacional
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Impresionante
Hasta donde hemos llegado.
Habrá que mirar para adentro, es imprescindible, siempre lo ha sido.