Cuando a Gino Bartali le cancelaron las carreras y se quedó sin competir
Por Oscar Trujillo Marín
Después de ganar su primer Tour de Francia en 1938 a la edad de 24 años, y tras haberse impuesto también en las ediciones del Giro de Italia de 1936 y 1937, Gino Bartali pasó 5 años de las potenciales mejores temporadas de su vida ciclística entrenando, con la incierta esperanza de que la segunda Guerra Mundial algún día terminara.
Pero no solo él, el resto de ciclistas que participaban en las principales carreras europeas sufrieron, por desgracia, una oscura laguna, un vacío definitivo, irreversible en su trayectoria. El peor castigo para un atleta de élite es no tener pruebas para competir. No tener contra quien medir el inmenso sacrificio que supone prepararse para conseguir ese nivel.
Desde entonces el mundo ha pasado por la guerra fría, que nos tuvo al borde de una extinción masiva e instantánea por armas atómicas, varios conatos de revolución en Italia, Francia; una larga dictadura en España, espantosos atentados terroristas, infaltables brotes esporádicos de virus nuevos y consecuentes enfermedades raras, inviernos que se alargan de forma extrema, veranos abrasadores, pero nunca las competencias más prestigiosas y tradicionales se llegaron a cancelar. Después de la barbarie y terror justificado de la segunda guerra mundial, cualquier alarma, por mucho riesgo que se le presumiera, parecía exagerada, palidecía. Y en efecto, no parecemos habernos extinguido mayor cosa.
El tiempo nos dirá si la dimensión de esta alarma mundial es equivalente siquiera en una milésima parte al horror más grande que ha creado y padecido la humanidad durante la segunda Guerra Mundial.
O si simplemente es una de las más desagradables consecuencias de una globalización inevitable, un culto ciego a la tecnología la inmediatez y sobre oferta informativa irresponsable e inescrupulosa, unidos a unos manejos incompetentes o desacertados por parte de algunos gobiernos los que han causado un exagerado pánico con brutales consecuencias económicas y sociales aún por determinar.
También nos dirá el tiempo si el virus merecía detener la vida, no solo de los ciclistas y deportistas, sino de cientos de millones de personas en el mundo que han visto alterado de manera radical su diaria rutina, pero con una selectividad absurda, caprichosa, y una arbitrariedad incomprensible, desconcertante.
Este espacio es de ciclismo, por eso no menciono aquí a los trabajadores de los estadios de fútbol donde se jugará sin público, ni teatros y cinemas vacíos, ni espectáculos masivos, conciertos, ni a operarios de grandes ferias mundiales parados que también deben estar pasando lo suyo. Pero debe ser una tortura que ciclistas de élite se puedan ver ante la inminencia de no competir ni encontrar carreras suficientes para desempeñar su oficio, profesión y talento, es como contratar a un un pintor para crear obras que nadie jamás va a ver.
Es vital que se cancelen las competencias para evitar que se junten muchas personas y se propague el virus. Dicen las lumbreras. Aún así, el aeropuerto de Roma mueve cada año 42 millones de personas, y el de Milán 20 millones más, la mayoría extranjeros que están entrando y saliendo de Italia y Europa cada día. A las misas y cultos en iglesias católicas, protestantes y mezquitas en suelo europeo, no les cabe un fiel entre semana, pero sobre todo cada domingo y más ahora en tiempos de preeminencia absoluta del miedo.
El Metro de Paris, Madrid, Roma y Milán, abarrotados a diario de gente, transportan hacinados desde que el nuevo virus es la super estrella mundial, a cientos de miles de personas cada hora. Los parlamentos se siguen reuniendo y los grandes supermercados permanecen llenos (sin ninguna prohibición para las insanas aglomeraciones) de gente comprando provisiones para el apocalípsis. Pero desde luego, el peligro mortal estaba en el ciclismo que se desarrolla en un 95 por ciento en campo abierto, dejando que corra el aire. Antes que cancelar el ciclismo habría más bien, siendo coherentes, que cancelar la vida en el planeta por un tiempo, mientras el virus cede.
Bartali no perdió el tiempo durante su obligado parón de carreras. Siguió entrenando durante 5 años entre compatriotas asustados y cada vez más hambrientos, entre territorios ocupados y los ecos de las bombas. Si no podía ser héroe en la ruta ante sus compañeros ciclistas, lo sería en la historia utilizando su fama y el respeto que le tenía la gente y los militares como figura nacional que era, para llevar y traer documentación que permitió salvar a 800 judíos italianos del holocausto.
Entre 1940 y 1945 el único potenciómetro y Strava posible era la intuición y la dimensión del cansancio. El gran Gino salía a entrenar todos los días, muy temprano, como si nada. Tenía la precaución de grabar su nombre grande y visible en su uniforme, y al paso de los múltiples retenes militares y policiales era ovacionado por los soldados y recibía siempre el cariño de la gente. A nadie se le hubiese ocurrido detenerlo y menos requisarlo. ¡Por Dios!… ¡Si era el mismo Gino Bartali! Que te honraba con su presencia, el último transalpino que había ganado un Tour de Francia obteniendo 20 minutos de diferencia ante sus rivales, para orgullo de un pueblo italiano vapuleado, oprimido asustado y bajo los delirios del megalómano fascista Benito Musollini.
Hacía con frecuencia en sus rutinas de entrenamiento (sin esperanzas de competencia) el trayecto Florencia-Asis, unos 400 km que necesitaba cubrir antes de caer la noche para no violar el toque de queda. De esta manera, de a pocos y en innumerables viajes, que eso si eran entrenamientos y no los 220 km por los alrededores de Calpe, Altea, Callosa, la Nucía y demás pueblos de la Marina alta y baja valenciana donde se preparan casi todos los equipos hoy en día.
Entre la pequeña bolsa de herramientas o debajo de su sillín llevaba los documentos que una vez falsificados, ajustados y corregidos regresaban para insertar su correspondiente foto y librar a un puñado de personas más en cada viaje de terminar en un campo de concentración alemán hasta ser gaseados o retirados de este mundo vía horno o fusilamiento.
El que no se entretiene en una incierta época de cancelación de competencias es porque no quiere. Pero desde luego, los parones de hoy en día y sus motivos, ya no son como los de antes. Y los ídolos y héroes, me temo que tampoco.
Oscar Trujillo Marín
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No conocía a Gino Bartali, que gran historia!!! ♥️ la compartiré. Oscar eres el mejor!!!
Oscar Trujilo. Tocas algo interesante. El tema de las vedas. Porqué para unos casos el temor del contagio es válido y para otros no?
Y que no haya una pelicula sobre este ciclista,,, Así es la vida, los de arriba mueven los hilos y los demás a moverse como marionetas a no ser que se vayan cortando.
Un ciclista, un hombre de admirar, escondía la documentación en el marco, es decir en los tubos de la bicicleta, nadie jamás requizo allí, para beneficio de todas las personas que salvo del horror, superó el miedo a ser herido por una bala perdida, utilizo su fama, para ponerla al servicio de muchos que incluso no conocía, la guerra le arrebato los mejores años de su carrera, privandolo de los más grandes triunfos, pero esto no lo volvió un resentido, por el contrario hizo de el un verdadero Heroe.
No le tengamos miedo al covid 19, sigamos adelante, eso sí tomemos las medidas de prevención e higiénicas necesarias, si dejamos que la economía y el mundo se detengan después va ser más difícil hecharla nuevamente a andar, tengamos mucha Fe en DIOS el es Fiel y Firme para guardarnos y protegernos, Ezforcemonos y seamos valientes.