Ciclismo Internacional

El mejor peor ciclista de la historia

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Por Oscar Trujillo Marín

Fred Rompelberg no fue un corredor cualquiera, un atleta de montón. O tal vez sí, pero fue el mejor peor de todos. Alguien que haya sido ciclista profesional entre 1971 y 1998, ¡27 temporadas! (de seguro, junto a Rebellin debe tener el récord de longevidad ciclística como profesional) sin ser gregario, y sin apenas haber conseguido victorias en ruta ni pista, es de admirar. Un corredor que pueda haber tenido una carrera tan extensa con un balance tan pírrico en levantar los brazos se convierte de inmediato en mi ídolo personal… ¿cómo lo hiciste Fred?

 

Para cualquier aficionado al ciclismo de los setentas y ochentas admirar a contemporáneos suyos como Merckx, Ocaña, Marteens, Van Impe, Hinault, Moser… era lo fácil. Eso lo hace cualquiera. Eran las estrellas del momento, ganadores natos, fueras de serie. Aparte de eso, daban espectáculo en cualquier competencia.

Pero admirar a este portentoso anti héroe neerlandés que hizo de la derrota constante su mayor virtud, y motivo de reinvención, que siempre llegar entre los últimos fue su alimento, que eso mismo logró mantenerlo vigente tanto tiempo y le concedió cierta celebridad en circuitos undeground del ciclismo, tiene un mérito impresionante.

Mientras que a Merckx e Hinault les llovían los trofeos victorias (y chicas) por todos lados, Rompelberg se arrastraba llegando en la grupeta de los sprinters, entrando al límite de clasificación cuando los punteros ya se habían duchado y marchado al hotel. A menudo era el farolillo rojo donde quiera que corriera, bien fuera en clásicas menores del norte, vueltas de la mínima categoría, la clásica del queso Gouda o el tour de los tulipanes negros, daba igual. Su fidelidad con la cola era imperturbable. La simple posibilidad de un podio, se ve que a Fred le causaba urticaria. Si se hicieran las estadísticas de atrás para adelante quizás no tendría rival. No obstante, formó parte -en los primeros años de su carrera- de reconocidos equipos belgas y holandeses de la época ¿Cómo? Ya ven, las apariencias engañan. Así fue.

Habrá quien diga que lo importante es competir, y que todos los ciclistas profesionales son héroes por el solo hecho de terminar una prueba, etcétera. Pero ese discurso homegeneizante (por lo bajo) a la fuerza, obvia el hecho inobjetable de que hay gente con mejores cualidades naturales para un arte, un deporte, un oficio o una materia la que sea, que otra. Que aparte de eso hay gente que trabaja más y obtiene mejores resultados que otros y ni lo uno, ni lo otro es pecado ni delito decirlo.

Sin embargo, tantos años encima de la bici, para Fred no fueron en vano. Le dieron un conocimiento único en su forma de ir sobre la máquina, le concedieron un tremendo dominio y confianza para rodar que le sirvieron para aplicarlo a otra modalidad más salvaje del ciclismo que lo terminó haciendo famoso. Bueno, en ciertos círculos, pero famoso al fin y al cabo. Si vamos a fracasar por lo menos seamos los mejores entre los paupérrimos, hagámoslo con clase, por lo alto, con estilo.

Su celebridad no fue tanto por sus increíbles dones y cualidades como ciclista en clásicas, sprints, grandes vueltas, fugas o montañas, que, a decir verdad, no los tuvo. Por eso mismo es más meritorio saber qué fue lo que hizo para apañárselas en mantenerse en el profesionalismo (cobrando cada mes, a pesar de él mismo) y siendo contratado siempre cuando el palmarés acumulado no le daba ni para ser parte del más modesto equipo continental, ¡un genio!

Fred Rompelberg, oriundo de Mastricht, paisano de Dumoulin, inventó el concepto de valor añadido para sus patrocinadores cuando ni el más visionario tecnócrata o agresivo ejecutivo neoliberal hablaba de él. A base de dominar el arte de ir detrás de un pelotón siempre, se volvió experto en ir detrás de motos y cuanto vehículo autopropulsado fuera posible para romper excéntricos récords de velocidad y ganar competencias exóticas más al estilo de Mad Max. Incluso, en los sitios más insólitos e inhóspitos del planeta. Logró que los equipos de ruta lo ficharan más como un reclamo publicitario extravagante que como ciclista de ruta con opciones a ganar algo en competencias tradicionales.

Durante su larga carrera cobró de 30 equipos diferentes. En casi 30 años compitiendo obtuvo solo 6 o 7 victorias en ruta equivalentes en prestigio a la clásica de su barrio, (si el suyo o el mío, da igual) sin exagerar. Pero lograba convencer a sus jefes para que lo dejaran participar en competencias alternas del peculiar circuito de ciclistas que corren detrás de un vehículo autopropulsado tipo Keirin en pista, pero en carretera y a lo bestia. Este calendario algo friki, se ve que tenía tirón en los Países Bajos por aquéllos tiempos (y otros sitios con gente bien particular) y le reportó bastante popularidad en su momento.

11 récords mundiales, 12 registros europeos detrás de motocicletas pesadas entre ellos el de la hora (86 km) y el de velocidad pura en 1995 tras un bólido Dragster en las salinas del desierto de Utah, donde el neerlandés alcanzó 268 Km/hora. No está mal ¿verdad? Hay muchos caminos para llegar a Roma dicen por allí.

Hoy en día, este atípico y extraordinario ciclista vive su cómoda vida de jubilado en Mallorca, España, refugio de pensionados y millonarios alemanes y paisanos suyos. Allí tiene un próspero negocio de bicicletas y organiza recorridos turísticos por la hermosa isla mediterránea con toda la experiencia de un hombre que ha permanecido soldado a la bicicleta desde hace más de 50 años.

Oscar Trujillo Marín

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