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Informe: Cómo afectaron al ciclismo otras crisis históricas

Por Oscar Trujillo Marín

La posibilidad de una temporada sin ciclismo, o con apenas algunas competencias después del verano, -en el mejor de los casos- ya no sorprendería a nadie.

Goggles & Dust: Images from Cycling’s Glory Days

Ahora hasta el más neófito aficionado sabe que esto no sucedía desde la Segunda Guerra Mundial y que su único precedente anterior a ese, desde su aparición como deporte de competición, -hace más de cien años- había sido la primera contienda bélica. Al parecer, en el pasado para cancelar la temporada ciclística se necesitaba de un horror superlativo, no bastaba con contratiempos de la más diversa índole que han sido, por lo visto y así lo dice la historia, superados.

Solo el tiempo y la misma historia ya mirada con perspectiva dirá si la crisis provocada por esta pandemia que ha casi que paralizado a la humanidad, la economía, la cultura, el entretenimiento, y el resto de actividades mundiales cotidianas tuvo una magnitud trágica similar, -al menos comparable- a la devastadora estela de muerte y ruina que dejaron ambas guerras. Para colmo la primera recrudecida, (por esas casualidades del horror) con una epidemia de influenza, de agresiva gripe que en un año cegó la vida de 40 millones de personas en el mundo entero. Esperemos que en absoluto se le acerque en nada.

De momento el drama, el miedo y la incertidumbre unidos al negativo (y evidente ya) impacto financiero y laboral en una economía interdependiente y globalizada está siendo demasiado grande. Ya se augura una crisis económica peor que la que empezó el año 2008 o el mismo infausto Crash de 1929. Pero por mucha alarma y desconcierto que cause de momento, por suerte, la crisis del coronavirus sigue a años luz de los 9 años de barbarie (juntándolas ambas) y 60 millones muertos en los acontecimientos más atroces que ha vivido la humanidad. Bueno en realidad 100 millones, si contamos a los que se llevó la pandemia de gripe (mal llamada española) que coincidió para colmo en 1918 con el clímax y final de la primera gran guerra.

Siendo todo lo trágico y pesimista que se quiera (pero sin perder la objetividad), lo que ocurre ahora parece palidecer ante las escalofriantes cifras de muertes y el estado de destrucción, devastación y ruina en que quedó Europa y buena parte del planeta tras la última (y más cruenta) guerra global. Desde entonces el mundo ha cambiado mucho. Pero de forma irónica la humanidad no aprendió mayor cosa, se siguieron cometiendo los mismos errores.

El odio, la xenofobia, la aporafobia, el fanatismo, la codicia, la inconsciencia y aniquilamiento de otras especies, el expolio de ecosistemas, el abuso por parte de los más hombres más poderosos, más fuertes y crueles sobre otros hombres y comunidades más débiles, más la histórica opresión y abuso de los mismos hacia las mujeres, la sobrepoblación irresponsable, la contaminación masiva, la más terrible desigualdad social y el culto al dinero como el gran -y verdadero- Dios en la tierra, sigue moviendo, por desgracia, como en 1914 o 1938 a buena parte de la humanidad. Lo que cambia es el decorado y la modernidad de ciudades y paisajes.

La población se ha multiplicado por cuatro en estos cien años. Los avances tecnológicos, científicos y médicos han permitido que la gente eleve su esperanza de vida promedio mundial de unos 50 años a principios del siglo pasado a 72 hoy en día, (que en el caso de Japón y algunos países europeos y otros desarrollados llega a los 78 años de promedio), pero fácilmente pasan esa barrera millones y millones de personas. Y esto ha motivado la aparición también de nuevas dolencias y enfermedades que se han vuelto crónicas en esa franja o simplemente han sobrevenido con la longevidad y que antes no nos daba tiempo de padecerlas por su inevitable letalidad, hoy controlada o menguada. Bueno casi, controlada porque nuestra inconsciencia e irresponsabilidad ayuda a que aparezcan cada vez enfermedades nuevas, como esta pandemia que nos tiene contra las cuerdas.

En esos términos generales, y ya volviendo al ciclismo puro y duro, no se puede comparar lo que pudo haber significado bien sea en 1914/15, o 1939/40 la cancelación de las competencias ciclísticas existentes en el mundo, motivadas por unas guerras que han sido el culmen de vileza y atrocidad masiva cometida por la humanidad en detrimento de sí misma.

Eran otras épocas, el nivel de “profesionalismo” era precario, más nominal que efectivo. Los corredores ganaban muy poco, fumaban, bebían en plena competencia. Los equipos eran puro entusiasmo, desorganizados, pagaban mal y se corría más por la gloria personal, el prestigio atlético que porque fueran quizás lejanamente parecidos a las millonarias estrellas mediáticas mundiales de hoy. La logística era más similar a la de una competencia amateur de pueblo o regional de nuestro tiempo, o peor. Fuera de un puñado de países en Europa las carreras ciclísticas no le importaban a casi nadie en el resto del planeta.

En las décadas de los 20’s y 30’s del siglo pasado, si uno tenía algo de dinero que le sobrara, no mucho, o un patrocinador medio decente, podía inscribirse para correr el Giro de Italia o Tour de Francia incluso por su cuenta, ¡solo o con un gregario! La participación “internacional” o “mundial” se limitaba a media docena de países con enorme y pionera tradición en este deporte como Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Suiza… poco más y de manera “exótica” uno que otro español alemán o “extranjero” andariego y aventurero de la época.

Los sponsors eran volátiles y muy lejos del glamour y reconocimiento de las poderosas marcas de hoy. Eran negocios cercanos, incluso hasta familiares en su mayoría. Lejos de las multinacionales actuales; el supermercado del barrio; la farmacia del pueblo, la marca artesanal de bicicletas; empresas muy locales que en una época donde la globalización no existía, ni había siquiera transmisiones de radio (solo hasta antes de la segunda guerra en la décadas de los 30’s la hubo y limitadas cortos reportes y coberturas precarias) no esperaban apenas ninguna retribución masiva y menos internacional de lejanos mercados a donde no llegaban para sus modestas inversiones. Lo hacían más por simpatizar con alguno o algunos corredores de su pueblo o ciudad, altruismo, pasión o mecenazgo puro y duro.

La caravana publicitaria era ridícula, comparada con la espectacular parafernalia que mueve toda una feria de negocios (y hombres de negocios) que suele seguir desde dentro las pruebas más importantes. La mayoría de corredores del pelotón (que no eran las pocas estrellas del momento, casi todos franceses italianos y belgas) compaginaban su esfuerzo de ciclista con modestos empleos variopintos para lograr sacar un jornal decente y llegar a fin de mes.

Las competencias realmente importantes eran muy escasas, concentradas en Francia, Italia, Bélgica y poco más. Sus premios tenían más que ver con el gran orgullo que producía ganarlas que con sus modestas cuantías. En suma, el mismo Giro y el Tour no tendrían nada que envidiarle a cualquier competencia amateur de hoy en día, con lo cual con esto no se quiere decir que no fueran emocionantes, era lo que había. El mundo era más limitado, el color local primaba y todo era más pequeño.

No existían las trasmisiones televisivas y la gente se enteraba al otro día por los periódicos con épicas y exageradas crónicas que dotaban de heroísmo a etapas maratonianas e insufribles de 10 y 12 horas, donde los corredores se detenían hasta dos horas en una venta de carretera a almorzar, tomar vino, café coñac, hacer tertulia con otros, retozar con la amante o novia de turno, buscar un herrero para reparar la bicicleta o visitar a familiares y amigos que el corredor local de rigor se encontrara en su camino.

Por eso, cuando las guerras pararon las carreras en seco (Tour, Giro, Monumentos) las aún jóvenes competencias ciclísticas -por mucha fama, prestigio y dinero que muevan ahora-, en ese momento eran otra cosa, algo muy pequeño, algo más producto del entusiasmo y el más humilde y puro espíritu deportivo. El prestigio y la altísima cotización vino muchas décadas después, ya en los sesentas, cuando la televisión convirtió a todos los deportes populares en un filón de negocio muy goloso, irresistible e infalible. Después de 4 o 5 años de guerra, ya terminadas (en 1919 y 1946) en menos de un mes volvieron a armar todo y siguieron compitiendo como si nada, sin mayores traumatismos. Salvo miles de jóvenes ciclistas que se dejaron la vida defendiendo su patria en uno u otro conflicto.

En cambio, hoy en día, una cancelación de ese tipo sería catastrófica para las escuadras. El ciclismo ha crecido tanto y se manejan intereses publicitarios y presupuestos de vértigo en los grandes equipos que tan solo cuatro meses (ya no digamos todo el año) sin televisión y presencia en las principales carreras los deja prácticamente al borde de la ruina a la mayoría, sin capacidad de responder siquiera a los altísimos gastos de funcionamiento interno que tienen.

Partidas de entre 15 millones de euros en los más “modestos” (NTT, CCC, Israel Start-Up Nation..) y los 45 de Ineos es lo que requieren para rodar durante un año. Y esas mareantes cantidades necesitan una rigurosa amortización de marketing y presencia en los medios (imperativa, vital) en cada carrera mediática importante. Las otrora entusiastas y sencillas carreras se han convertido en monstruos multinacionales que ocupan a miles de personas entre empleos directos e indirectos. Las regiones pagan millonadas para que las carreras salgan o lleguen a su territorio y así poder también mostrarse y promocionarse.

Al menos dos docenas de estrellas tienen salarios de vértigo (entre 1 y seis millones de euros) hay un mundo de gente que tiene intereses estratégicos tangenciales o directos en el ciclismo y otros que, de manera indirecta, basan su negocio en él: medios deportivos, canales televisivos, empresas de logística, hoteles, centros de alto rendimiento, turismo asociado a las pruebas para tantas regiones, empresas fabricantes de bicicletas, ropa deportiva, accesorios… El impacto a diferencia de ese ciclismo “artesanal” y bucólico, casi de provincias o de “pueblo” de pre guerra y entreguerras, ahora mismo es colosal: infinitamente más duro. Dificulta más su reinicio si la cancelación de esta temporada -casi sin correr-, se alarga más de la cuenta o se convierte en definitiva.

Antes se perdía muy poco si se cancelaba un año o incluso cuatro. Era una anécdota, y los corredores seguían como ayudante de panadero, mecánico u oficinista sin mayores traumatismos. No había Staff, ni fisioterapeutas, masajistas, nutricionistas, jefes de prensa, 15 vehículos con ayudantes, conductores, mecánicos, traductores etcétera. Hoy más de uno, o más bien muchos, no lo podrían aguantar, lo perderían todo.

Siendo mucho menor, con todo el respeto del mundo (y explicadas las razones del obligado símil que son los únicos precedentes comparables) la situación actual a la colosal dimensión del horror del siglo pasado que hizo cancelar las competencias en dos ocasiones, esta crisis del coronavirus de forma irónica, puede tener un impacto más devastador en el ciclismo. Que ya no es, ni mucho menos, solo un deporte, sino una industria global que mueve demasiados intereses, demasiado dinero, puestos laborales asociados y al mismo tiempo vive de forma paradójica también siempre al filo de la navaja para encontrar financiación, porque, comparado con otros deportes de seguimiento más masivo no es, ni mucho menos de los más populares.

Ahora solo nos queda esperar la palabra definitiva del único juez infalible e implacable: el tiempo. Solo el tiempo nos mostrará la dimensión exacta de esta crisis y sus consecuencias, que de momento y sin saber cuándo cederá esto, ya se están sintiendo con creces, para mal.

Quizás la culpa ni siquiera la tiene el ciclismo, los seres humanos nos acostumbramos de mala manera a necesitar demasiadas cosas superfluas como requisito para legitimar el concepto de felicidad y una vida plena. Un ansia incesante por el crecimiento en todos los ámbitos nos ha sumido en un consumismo demencial e irresponsable; ha desdibujado la verdadera filosofía del deporte y de la vida en general. Tal vez los corredores y aficionados de los años 20’s y 30’s lo tenían más claro, pudieron ser felices con muy poco. A lo mejor no hace falta tanto, todo es más sencillo y solo la cara en el fango nos haga reaccionar. O no.

 

Oscar Trujillo Marín

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2 pensamientos sobre “Informe: Cómo afectaron al ciclismo otras crisis históricas

  1. Me imagino que en los tiempos en que por motivos de las guerras se tenían que suspender las carreras, la incertidumbre era: cuánto iba a durar esa guerra para poder reanudar las carreras de ciclismo. Ahora estamos con los mismos interrogantes: cuándo va a terminar esta pandemia para poder seguir con las competencias. Por ahora la UCI suspendió todas las competencias y dio un plazo máximo hasta el próximo primero de junio. Espero que a partir de este día ya se reanuden o de lo contrario nos quedaremos este año sin ciclismo lo cuál sería catastrófico para los ciclistas, patrocinadores, y todos los que tienen que ver con esta actividad.
    Yo siempre quiero lo mejor para el ciclismo: qué se creen nuevos equipos, no que se cancelen por diferentes motivos, que todos puedan tener su puesto de trabajo y los patrocinadores vean reflejadas las inversiones que hacen en el ciclismo en mayores ingresos económicos.

  2. Eso le respondia al senor escarabajol, el ciclismo no es ahora mismo un simple deporte, es una empresa mundial en donde muchos nos buscamos el pan diarió, esto trae consecuencias inmensas al sistema industrial económico, no es el buen salario que se gana el ciclista como actor principal es el eco de toda una economia mundial en diferentes facetas. Cuando queda en bancarrota una empresa son innumerables los desempleos, al emitir un concepto hay que saborearlo de diferentes puntos.
    Ante esta situación solo hay un aspecto que nos dice la verdad el TIEMPO, alli sabremos a que atenernos. Muy buenas cronicas paara recordar y aprender. Gracias

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