La bici-despulpadora de café, dos motivos de orgullo para Colombia en una sola imagen
Por Oscar Trujillo Marín
Colombia es un país extremo, con muchos problemas básicos por solucionar, como tantas otras naciones en eterna vía de desarrollo. Desconcertante para mal en ocasiones, pero para bien con mucha frecuencia de manera conmovedora. Sin embargo, más allá de lo negativo, que existe y por desgracia es lo que más suele vender en medios de comunicación internacionales, hay un país apasionante lleno de contrastes donde se puede hallar lo peor pero también lo mejor de la condición humana. Eso sí, todo esto enmarcado en un incomparable entorno natural privilegiado, diverso y fascinante.
Su eterna crisis (social, económica, de orden público, de corrupción perenne en sus gobernantes…) ha agudizado el ingenio de muchos de sus pobladores, que han hecho de su deseo de supervivencia a pesar de las adversidades y la voluntad por no perder la alegría (pese al abandono estatal, atropellos, injusticia y desgracias) un arte, su bandera: su máxima ilusión.
Hay muchas cosas que producen justificado orgullo en Colombia y en las que siempre se ha destacado a nivel internacional, entre las más significativas está la calidad natural de su café, que se cultiva con mimo, con esmero; y sus ciclistas. Café y ciclismo son parte del ADN nacional.
La mayoría de la producción del exquisito -y tantas veces exclusivo- café colombiano viene de minifundios, de pequeñas fincas de modestos campesinos que rara vez tienen medios para procurarse una costosa despulpadora industrial y se valen de antiguas versiones manuales, mucho más baratas, que se utilizan desde hace más de un siglo.
Una vez recogido el fruto maduro, escogido de forma selecta y escrupulosa cuando ya está de un rojo carmesí, se pasa por la despulpadora para separar la cáscara del grano. Esto se hace por parte de los campesinos más pobres de manera manual, muy dispendiosa. Estando el grano desnudo, se pone a secar al sol de forma natural por unos días, y una vez seco se empaca en sacos que son los que vía marítima llegan a todo el mundo listos para ser tostados y empacados con el inconfundible aroma y suavidad de uno de los cafés mejor valorados del planeta.
En esta sencilla imagen del campesino en su bicicleta adaptada al proceso del fruto, se juntan dos de las grandes pasiones y motivo de orgullo para el país suramericano: el ingenio para sortear la escasez y, al mismo tiempo, la enorme afición por este deporte que se respira en cada rincón de su territorio.
Esta convivencia tan cercana y natural con dos de sus máximas virtudes, ha hecho que algunos campesinos se valgan de la “bici-despulpadora”. Haces tu trabajo de forma limpia y responsable con el medio ambiente, sin consumir energía contaminante, de paso te pones en forma, y reduces un esfuerzo de molino manual que de otra forma sería extenuante, exagerado.
A este paso de cuarentena permanente e incierta más de un corredor profesional no tendrá más remedio que adaptar sus eternas horas de rodillo para ingeniárselas en producir algo más que pérdidas de electrolitos con el sudor y calorías confinadas que se esfuman. La “bici-despulpadora” no será el más bonito, impactante y original de los inventos, pero es una hermosa y sostenible forma de rendirle homenaje a dos de los rasgos identitarios más representativos y queridos por los colombianos: café y ciclismo.
Oscar Trujillo Marín¿Te gusta lo que hacemos? seguínos en Instagram y TwitterSumate en facebook: Ciclismo Internacional
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