Por Oscar Trujillo Marín
Creo que hay pocas dudas y objeciones acerca de quiénes van a ser los únicos beneficiados en el mundo del ciclismo una vez la larga noche del parón termine.
Con equipos al borde la ruina, corredores que no saben qué va a pasar con sus contratos y futuro, carreras que ya veremos si les alcanza el tiempo en lo que queda de año, solo las empresas que venden artilugios tecnológicos y sofisticadas aplicaciones para practicar ciclismo en modo avatar virtual habrán engordado sus cuentas y cifras de ventas.
Muy pocos en su sano juicio y sin restricciones imperativas preferirían correr 10 km de atletismo, 100 en bicicleta o 400 metros en “natación” en su simulador virtual desde la sala de su casa. No faltará el que diga que si, pero pudiendo elegir saldríamos todos al campo, la carretera el mar o una piscina.
De la misma forma que casi nadie preferiría una cita romántica erótica y apasionada enfrente del computador con un avatar, que en persona con su novia, amigo o pareja respirando el aroma de su pelo o sintiendo el estallido cercano de su risa mientras uno mismo se encuentra reflejado en sus ojos, por no hablar del tacto de su piel a mano.
A menos que uno sea Joaquín Phoenix en “her”, que también en este mundo loco se ha visto. El caso es que la oportunidad inesperada de una cuarentena casi global, de repente ha sido el premio gordo para este tipo de negocios antes marginales, supeditados para épocas específicas de mal tiempo, corredores profesionales en fase de rehabilitación, temporadas invernales o gente cuyo (triste) exceso de trabajo no le permite salir jamás al mundo exterior.
Hoy en día, cientos de miles de ciclistas aficionados y profesionales no tienen más remedio que quemar electrolitos y calorías mirando la pantalla del televisor o el portátil desde el incomparable paisaje inerte de su habitación o la sala de su casa. No es bueno ni malo, pero a día de hoy no hay elección. Como los seres humanos somos tan competitivos, muy pronto las empresas vieron el filón de negocio… de inmediato han surgido competencias, previo paso por caja, por supuesto.
Pero de la misma forma que somos competitivos, la proclividad para la trampa, el fraude, el atajo es también inherente a la humana condición. Cualquier aficionado anónimo en procura de obtener una gloria efímera, sus warholianos quince minutos de fama -y más si hay el chance de competir y “ganarle” a profesionales consagrados- se apuntará de forma entusiasta a una suscripción y comprará los equipos necesarios. Ganarle a Thomas de Gendt, Tim Wellens, Thomas o Bernal hoy en día está al alcance de cualquier amateur con sobrepeso michelines, haciendo unas “ligeras correcciones” por ejemplo a la talla y peso, dando unos valores de potencia falsos entre otras.
Los más bienintencionados dirán que Zwift, Bkool, etcétera son solo compañías que lo que les preocupa es la salud de la población. Que propugnan por la honestidad el juego limpio y los valores deportivos. Que con sus millonarias y merecidas ganancias (por tener la tecnología disponible en el momento justo de la historia) en plena inédita crisis de cuarentena masiva, tomarán buena parte de ese dinero para introducir rigurosas modificaciones a las deficiencias de los softwares y así todo sea más justo.
Sin embargo, le ética y la voracidad por más rentabilidad en las empresas cuando pegan un gran pelotazo como este, no suelen ir de la mano. Es nuestro sistema, así vivimos y ya vemos como esto nos está llevando a la debacle. Rara vez -o casi nunca- la ética es inmediatamente rentable o monetariable.
Pero en cambio, si le vendes la ilusión a un amateur de tener su cuarto de hora, ser famoso por una mañana, una prueba y poder derrotar a sus rivales colegas y amigos, y aparte de eso ganarle a sus ídolos profesionales, mucha más gente querrá comprarlas: es una ecuación simple. Exacerbar la competitividad aunque sea postiza y fraudulenta en un animal competitivo por naturaleza.
El mercado de estas compañías no son los dos mil ciclistas profesionales como mucho, entre mujeres y hombres que actualmente están compitiendo, son los millones de aficionados anónimos, que no han sido ni serán jamás de élite, bajos de forma y con malos hábitos de cuidados necesarios que jamás podrán tener ese nivel, pero que estas altruistas aplicaciones previo pago les dan la oportunidad de codearse con la élite, dejándoles un margen, una rendija para aumentar su ilusión de grandeza. El fin de hacer máquinas y vender software para que la gente entrene en casa es noble, pero en lo que puede terminar es otra cosa.
Si se la cierras a todo el mundo la posibilidad de la trampa para que los profesionales te humillen, así no tiene tanta gracia. Los ingenieros de sistemas pueden hacer las correcciones éticas necesarias para dificultar aún más el fraude, pero otra cosa es que a las compañías en la época más próspera -jamás soñada- de sus vidas les interese.
Entrenar encerrado por que no hay más remedio es noble y loable, pero convertir ese entrenamiento en una farsa competitiva con voraz ánimo de lucro o gloria fraudulenta, es parte de de ese delirio consumista que ahora mismo nos tiene contra las cuerdas.
Oscar Trujillo Marín
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