Por Oscar Trujillo Marín
El ciclismo de ruta profesional y el Tour de Francia en particular su máxima prueba no siempre fue un colorido pelotón multicultural, multinacional, donde corredores de casi todos los rincones del mundo participaban y mucho menos se quedaban con los triunfos. Esto es un fenómeno relativamente nuevo y empezó a consolidarse lentamente en los ochentas.
El primer no europeo en portar la camiseta amarilla en el Tour tuvo que esperar hasta 1981, fue un australiano “el canguro” Phil Anderson, en ese entonces un jovencito de 23 años. Bueno, la perdió al otro día, pero el año siguiente logró mantenerla 9 jornadas y terminó en un destacado sexto lugar en la general, toda una proeza para un no europeo. Fue el primer paso para ese tipo de corredores “exóticos”
Cabe recordar que cuando decimos que el ciclismo era dominado por los europeos, hacemos alusión solo a los europeos occidentales, porque durante los largos años de la Unión Soviética y su consecuente influencia en la “cortina de hierro”, Europa del Centro y Este, restringió casi a la nada la participación de corredores de esas nacionalidades hasta prácticamente después de la caída del muro de Berlin y posteriormente de la URSS, en lo que vino a ser la “liberación” deportiva y social de todos estos países que se mantuvieron aislados por motivos políticos e ideológicos.
(*La “Cortina de Hierro”, o “Telón de Acero”, era como se conocía la separación, primero ideológica y luego física, establecida en Europa tras la Segunda Guerra Mundial entre la zona de influencia soviética en el Este, y los países occidentales. Esta barrera, emblema y frontera de la Guerra fría, empezaba en el muro de Berlín hacia el este y comprendía casi todas las actuales naciones de centro Europa también) Entre esos países estaba Polonia, Hungría, Alemania del Este, Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumanía, Ucrania, Moldavia etc.)
Por más de 80 años, el Tour de Francia y la mayoría de pruebas prestigiosas eran un coto privado de europeos occidentales con especial preeminencia de Belgas Franceses e talianos. Desde la primera edición ganada por Maurice Garin, (nacido en Italia) pero nacionalizado francés, pasando por el primer “extranjero”, que lo ganó, el luxemburgués (del lado de su padre , aunque nació en Francia) François Faber, cuya victoria se produjo en 1909. Fue solo hasta la década de los ochentas que el ciclismo empezó a globalizarse tanto que, -para no ir más lejos- los actuales campeones de las tres pruebas mundiales más prestigiosas, Tour de Francia, Giro de Italia y ronda ibérica son: un ecuatoriano y un colombiano, respectivamente: Richard Carapaz y Egan Bernal, y el de la Vuelta a España un nacido en la ex Yugoslavia, el esloveno Roglic.
El pionero de un país exótico (o no tradicional en términos de ganadores en el ciclismo, es decir no europeo occidental) en llegar a lo más alto de la élite fue el estadounidense Greg Lemond. El californiano, un prodigio de corredor versátil que ganó el mundial de 1983, fue tercero en el Tour de 1984, segundo en 1985 y ganador en el 86 ostenta ese honor. La historia se partió en dos, un no europeo, -en concreto americano- se llevó la gloria por primera vez en la máxima competencia posible. Pero a la par de Lemond llegaron toda una camada de combativos escaladores colombianos (Parra, P. Rodríguez, M. Ramírez etc) que se empezaron a quedar con parciales de montaña, rondas de una semana, se instalaron en el top 10, hicieron incluso podios en grandes vueltas y terminaron también llevándose la primera grande para Latinoamérica (Vuelta a España 1987 con Lucho Herrera)
El reinado de Lemond continuó hasta 1990, solo interrumpido por un infortunado accidente que lo dejó en el dique seco por casi dos años (87 y 88). Andrew Hampsten, gran escalador -también estadounidense-, se llevó el Giro de Italia en 1988 cerrando la conquista de las tres grandes en una sola década por parte de ciclistas del continente americano. Ya se había clavado la bandera y roto la hegemonía eurocentrista.
Tras la simbólica caída del muro de Berlín y sus inmediatas consecuencias de libertad de movimiento para miles de atletas de las ex repúblicas soviéticas y Europa del centro y del este, decenas de muy buenos ciclistas antes reprimidos para competir como profesionales llegaron a los equipos europeos occidentales. Entre los más relevantes “El terror de Tashkent” el maravilloso sprinter uzbeko Dzhamolidine Abduzhaparov, el fantástico clasicómano ruso (luego nacionalizado belga) Andréi Tchmil ganador de Flandes, París Roubaix, Milán-san Remo etc., los destacados vueltómanos Zenon Jaskula (3° en el Tour de 1993) entre otros.
También empezaron a aterrizar vueltómanos de gran nivel como Yevgueni Berzin, ruso y primer europeo del este en ganar una gran vuelta, (el Giro de Italia) en la que se impuso en 1994 al mismísimo Miguel Induraín y a Marco Pantani. Luego fue segundo en 1995. Pavel Tonkov, otro combativo vueltómano ruso ganador del Giro de 1996 segundo en 1997 y 1998, fue además tercero en la Vuelta España 2000. Piotr Ugrumov (letón) dos veces podio en el Giro (1993 y 1995) de Italia y una vez segundo en el Tour de Francia (1994).
Toda esta fantástica incursión de destacados corredores de Europa del centro y este, seguía acompañada por los chispazos de latinoamericanos en forma de victoria de etapas y top 10 de grandes vueltas como Raul Alcalá (mexicano) Leonardo Sierra (venezolano) y los infaltables colombianos que -aunque en menor medida- en los noventas seguían destacando con Oliverio Rincón, Alvaro Mejía y, ya a finales de década y principio del nuevo siglo, con Santiago Botero, Mauricio Soler, etcétera.
Despuntado el nuevo siglo, Denis Menchov ganador de la Vuelta en 2007 y Giro de Italia en 2009. También en esa primera década del nuevo milenio regresaron los australianos con Robbie McEwen, un temible sprinter que se hinchó a ganar etapas en la ronda gala, el Giro y en general lo que hoy se conoce como el World Tour. De su mano arribó Cadel Evans, campeón mundial de ruta, excelente vueltómano, podio en Giro de Italia, Vuelta España, dos veces segundo en el Tour y finalmente ganador de la ronda francesa de 2011. Todo un hito que supuso la primera grande para el continente Oceanía.
En esa segunda década de 2010 regresaron en bloque los colombianos para quedarse dominando el Tour de L’Avenir con sus juveniles, ganando su primer Giro con Quintana (2014) repitiendo Vuelta a España también con Nairo (2016) instalándose en el podio de rondas de tres semanas con el mismo corredor, pero también con Urán en varias ocasiones, Chaves y Miguel Ángel López. Llegaron polacos de gran nivel como el campeón mundial de 2014 y destacado clasicómano Kwiatkowski, su paisano el regular vueltómano Majka; el genial y versátil tricampeón mundial eslovaco Peter Sagan. Poco a poco, el dominio de Francia, Bélgica, Italia y España empezaba a resentirse de forma vertiginosa. Incluso Gran Bretaña país occidental pero sin tanto poderío en ruta de 2010 hacía atrás se situó por derecho propio entre los más grandes.
También (en lo que ya se podría considerar la máxima década de globalización ciclística) se consiguió que un africano nacido y criado en Kenia y de padres británicos, no solo ganara una ronda de tres semanas por primera vez (vuelta a España 2011 con Chris Froome) sino que este mismo corredor venciera en el Tour de 2013 y se convirtiera en el último mito vigente dominador de grandes vueltas con siete en su haber habiendo triunfado en todas.
Hasta surgió y creció un equipo como el MTN Qhubeka (hoy Dimension Data), que ganó etapas en la máxima prueba del planeta en el día más simbólico para el Continente cuna de las civilizaciones. Un día, África lo entendió…
Llegó un costarricense destacado como Amador y la élite del ciclismo mundial se siguió pintando de un cada vez más común exotismo geográfico y cultural. Después un país de la ex Yugoslavia, Eslovenia, obtuvo su primer gran vuelta (España) en persona del fantástico corredor Primoz Roglic, un ecuatoriano logró la proeza de reinar en el Giro de Italia, luego viene detrás Quinn Simmons promesa estadounidense, Pogacar joven realidad eslovena también, Sivakov ruso, por no hablar de la más contundente generación de colombianos que se recuerde rematada con el Tour conseguido por Bernal, en lo que ha confirmado ya una tendencia imparable que se empezó a gestar hace unas tres décadas largas y es que el ciclismo ya no es patrimonio y coto exclusivo de los europeos occidentales.
Desde 2010 hasta el año pasado, 15 de las 27 grandes vueltas corridas han sido ganadas por corredores nacidos fuera de la tradicional hegemonía Euro occidental: 7 para África, una para Australia (Evans), una para Canadá (Heshedal) una para Eslovenia, una para USA (Horner) 3 para Colombia y una para Ecuador. El futuro de un ciclismo global multicultural y multinacional ya está aquí. Ha llegado para quedarse.
Oscar Trujillo Marín
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