Libros y ciclismo: “Reyes de las montañas”
Por @eskrraga
En las tradiciones literarias inglesas hay un espacio destinado a los escritos de viajeros; muchos de ellos se encargaron de despejar los campos por los que después pasaría la máquina colonizadora británica; describieron, con la distancia permutable por las voces de los narradores de documentales de National Geographic, los mohines, sentimientos o prendas de vestir de los futuros colonizados, en volúmenes que fueron tan efectivos como las biblias a los conquistadores españoles en América.
Ese antepasado de los antropólogos aún hoy los avergüenza; entre su sonrojo, deben luchar, además, en pro del desmonte del ideal del antropólogo que surgió a partir de Indiana Jones, quien es la resonancia del siglo XX de Richard Francis Burton, aquél funcionario de la corona que viajó por lugares tan disímiles para un inglés como Uganda o Paraguay, conocedor de más de una veintena de lenguas y atento observador de los espacios aún lejanos para el imperio al que sirvió.
A esta estirpe de escritos, ya despojados de las intenciones expansionistas de los británicos, pertenece “Reyes de las montañas” de Matt Rendell, un inglés que huyó hacia el mundo ciclístico, harto de las conspiraciones propias de los contextos académicos. Años después de esa fuga, se marchó a un lugar muy lejano de los centros de poder, producción y reproducción del talento ciclístico tradicional: Colombia.
El país sudamericano se ofrecía como un lugar desconocido de donde surgen unos ciclistas extraños, poco hábiles para ciertos escenarios de la ruta pero poderosos cuando los gradientes se incrementaban en las cuestas:
Colombia es el único país en vía de desarrollo que ha causado impresión alguna en el corazón del ciclismo internacional europeo. Sin embargo, no parecía haber libros sobre el ciclismo colombiano en ningún idioma; la prensa deportiva europea no cubría a Colombia, y las guías turísticas- Footprint, Lonely Planet- aunque llenas de notas culturales e históricas, ni siquiera mencionaban el deporte. (Rendell: 2016:19)
Conocer qué ocurría en ese país remoto descorría el velo que, por medio siglo, se posaba sobre una cultura ciclística en donde los relojes y los vientos de costado se trocaban por ascensiones en las que las cuatro estaciones discurrían en escasos kilómetros.
Este aparte del primer capítulo incuba la inquietud en el lector de que Rendell ha buscado esclarecer el misterio, fiel a las tradiciones narrativas de Europa occidental, a partir de la construcción de un viaje trasuntado por la dualidad desarrollo/subdesarrollo : si Colombia está en vías a ese punto final, hay una suerte de viaje al pasado (como la ilusión de muchos antropólogos que viajaron a las islas del sur del pacífico) emprendido por el aventurero que se lanza a descubrir las esencias de ese extraño lugar, impulsado por la fe en la existencia de una ruta unívoca para todas las naciones que culminará con el bienestar uniforme de todas ellas.
Sin embargo, este preconcepto se desvanece pronto y da lugar a la lectura de una narración en donde la sinuosa línea del ciclismo se entrecruza con las historias sociales y políticas del país, como un duplicado de la doble hélice de Watson y Crick, en un escenario tan quebrado que la cordillera de los andes se triplica.
Las montañas atraviesan la geografía y el incipiente relato nacional de lo que se ha llamado Colombia; en ellas han ocurrido colonizaciones, cosechas de cultivos de café y coca, guerras entre grupos insurgentes y legales de distintas directrices ideológicas y emprendimientos empresariales que las suelen despedazar. En las cordilleras se engendró el sueño del ciclismo en Colombia, como lo refiere el Zipa Forero, primer ganador y gestor de la vuelta a Colombia:
Cuando empecé a correr en bicicleta, en 1949, intentaba leer todo lo que podía. Obviamente, leí sobre el Tour de Francia y la mitología en torno a los Alpes y los Pirineos. Pensé para mis adentros: «Con una geografía como la nuestra, una Vuelta a Colombia sería algo extraordinario» (p. 21)
En las cumbres se erigen estatuas de vírgenes sobrepuestas a los santuarios consagrados por los habitantes que precedieron a la conquista europea. A diferencia de lo que ocurrió con Tenochtitlán, en Colombia no se pudo destruir el “viejo orden”; no se derrumbó una sola de las efigies porque estas eran escarpadas ascensiones que, en su silencio, mezclan a la cristiandad con las religiones locales.
Según Rendell, el ciclista colombiano obedece a un orden sagrado cuyas raíces se encuentran en la iconografía popular cristiana; es el caso del rostro del Señor caído de Monserrate al cual Lucho Herrera reprodujo con su cara ensangrentada cuando llegó en el primer lugar en la etapa del tour de Francia de 1985 que terminó en Saint Etienne.
Los ciclistas, con esa hambre de dolor que los acerca a los mártires, se desenvuelven en un escenario de violencia que busca subsumirse con trazados como los que ha planteado la Vuelta a Colombia durante más de medio siglo: mientras los tiros y las explosiones se daban en los diferentes campos del país, un pelotón de hombres pedalea por carreteras tan maltrechas como la estabilidad política.
El libro de Matt Rendell no se agota en la exploración por ese extraño mundo de ciclistas del “subdesarrollo” sino que descubre cómo Colombia ha tenido la injerencia de grandes protagonistas de este deporte desde mucho antes de los años ochenta del siglo pasado, como ocurre con la participación de Coppi en Bogotá, en 1957, la cual culminó con
una competencia a ochenta vueltas [donde] triunfó Colombia. La prueba consistía en dos compañeros de equipo que se turnaban en pista, haciendo el relevo mediante la entrega de una posta de mano. Ramón Hoyos y Aureliano Gallón les ganaron a Efraín Forero y Guillermo Campos. Un pobre desempeño de Luigi Casola relegó a Coppi al tercer lugar. Por primera vez lograban los colombianos imponerse sobre el ciclismo de competencia europeo de primera línea (81).
En “Reyes de las montañas” se aprecia cómo se ve el ciclismo colombiano desde fuera; no incurre en los consabidos impulsos nacionalistas, tan propios de los espectáculos deportivos, y aparecen figuras como la de Cochise, un gran atleta que llegó tarde a Europa, despojada de las exageraciones propias de quienes lo ensalzan con adjetivos desbordados, o hechos como los mecanismos de dopaje que se han instalado en el ciclismo local.
Desde la perspectiva del extranjero, emergen con claridad hitos como el triunfo del Tour del Avenir de 1980 en manos de Alfonso Florez y su batalla con el soviético Sergei Sukhoruchenkov en los campos franceses, la cual fue el primer paso para que los colombianos fueran los nuevos invitados al pelotón internacional, o la gesta de Martín Ramírez, el colombiano que ganó el Dauphiné Liberé de 1984 a Hinault:
Mientras esperaba, ya en la rampa de salida, lo único en lo que pensaba era en que tenía que usar hasta mi última gota de energía. Quería terminar la etapa exhausto, sabiendo que lo había dado todo. Empecé rápido. Mis compañeros de equipo me esperaban en la cumbre con un cronómetro. Le había sacado unos segundos a Hinault. Me lancé en picada una vez al otro lado. No hubo más registros de tiempo y en el plano final simplemente traté de conservar mi cadencia. Pero cuando crucé la meta, las caras me dijeron que había ganado (213).
La historias políticas, criminales y sociales de Colombia se entrevén desde el ciclismo; un caso paradigmático es el de Roberto Escobar, el hermano de Pablo, que fue un ciclista con cierto éxito y cuyo relato pone en evidencia la incidencia de este deporte en Colombia pues cuenta cómo se emocionó a un costado de la ruta cuando vio la actuación de Coppi en Antioquia y relata sus viajes con su hermano menor o la constitución de un equipo en los años ochenta.
La historia de los últimos sesenta años de Colombia es narrada por Rendell desde una bicicleta. Fiel a su oficio de historiador, no pasa desapercibido ese ángel escrito por Walter Benjamin que el inglés intuyó en las ascensiones de Boyacá:
Esta es una tierra en donde la gravedad jala demasiado fuerte. Colombia parece no poder levantarse por encima de su violencia. La red invisible de líneas que sus ciclistas trazan sobre la nación a veces parece ser la única fuerza que la mantiene unida, entretejiendo pasado y futuro, cargando con la cruz de su tierra por entre las montañas, y haciendo allí, a través de actos voluntarios de sufrimiento, un acto de contrición por los pecados de Colombia.
Cuando la gradiente se empina, las amarras ocultas que anclan a la humanidad a esta tierra se sueltan, y entonces los ciclistas son atraídos irremediablemente hacia los cielos. Ángeles que bailan, no en la punta de un alfiler, sino en la vaga turbulencia del aire, en los pliegues imperceptibles de los vientos ascendentes, planeando entre la quietud y el movimiento, se disuelve en una forma pura del ritmo, un patrón subliminal en donde pasado y futuro convergen, la gravedad colapsa y el universo los absorbe hacia el espacio (293)
La gravedad, elevada a ley por otro inglés llamado Isaac Newton, se agrava en Colombia.
Andrés Felipe Escovar, autor de milinviernos.com
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Por coincidencias de la vida tuve la oportunidad de hablar del ciclismo colombiano en dos oportunidades este año con Matt Rendel desconociendo su pasión y amor por el ciclismo y los ciclistas colombianos, como un par de desconocidos hablamos de nuestra pasión del pasado, del futuro y el momento que vivía Nairo en él tour fue una experiencia maravillosa encontrarnos en Saint Gervais y en París.
Les puedo decir que es una persona cálida qué expresa un profundo respeto y cariño por Colombia
No conocía el libro … lo tendré que buscar por las librerías del centro de Bogotá … gran articulo, gracias.
Gran articulo gracias