Libros y ciclismo: "Siempre hay una primera vez: la biografía de Víctor Hugo Peña Grisales" - Ciclismo Internacional

Libros y ciclismo: “Siempre hay una primera vez: la biografía de Víctor Hugo Peña Grisales”

Por @eskrraga

El margen que hay entre lo que crees ser y lo que los demás creen que eres es el terreno fértil para las biografías. Esto se evidencia en “Siempre hay una primera vez: la historia de su protagonista (Víctor Hugo Peña Grisales)”, se teje de forma dialógica pues fue escrito por el ciclista junto a Juan José Cañas Serrano y contó con la participación de colegas y compañeros de trabajo del ciclista santandereano (Santiago Botero, Iván Parra, José Luis Rubiera y el director deportivo Javier Mínguez), con lo que el contrapunto y la diversidad de voces permite que el lector se acerque a la complejidad de una vida.

La particularidad del relato de Peña brilla por adscribir la historia de su vida a la leyenda artúrica. Este acto toma total sentido cuando llegó al US Postal; allí se encontró con el rey Lance Armstrong y él se ungió como uno de los caballeros privilegiados que lo acompañaron en las batallas veraniegas de Francia. Cada uno de los miembros de ese equipo (hoy recordado por la trama del dopaje) fue bautizado por el monarca que, con cada triunfo, no omitía reconocer a sus lugartenientes: la “maravilla soviética” fue Ekimov, el “Robocop” lo encarnó Padrnos y al “señor español” lo caracterizó Rubiera.

Peña se asumió como Tristán, con lo que el temor a una traición o desajuste en la coreografía del capo estadounidense enrareció el ambiente de aquellos días de 2003 en los que el pedalista colombiano lució la camiseta amarilla de líder del tour de Francia. La ambigüedad en la conducta de Armstrong y la decidida lejanía por parte de los directores del US Postal con respecto a Víctor Hugo, son suficientes para que uno, como lector, se permita licencias suficientes para reinventar esos años en los que ni el fútbol ni el ciclismo colombianos gozaban (o padecían, depende cómo se asuma) de la atención e, incluso, del nacionalismo nutrido en las pantallas de los noticieros.

Este libro, si bien se titula con una alusión a ese logro que convierte a Peña en un hito en el ciclismo colombiano, no se limita a este hecho o a su colaboración en el imperio del sheriff Armstrong (quien, como esos justicieros que aplicaron su propio criterio de justicia, terminó siendo un perseguidor perseguido y atrapado). A lo largo de las páginas se evidencia que Víctor Hugo no respondió a las características que se le han adjudicado al canon ciclista colombiano que se cifra bajo la metáfora de “escarabajo”; fue el primer colombiano en ganar una CRI en una gran vuelta (Giro 2000), con lo que esa idea del ciclista menudo y poco hábil en la cabra se diluyó. Esta época también fue la de la aparición y triunfo del único campeón mundial que ha tenido Colombia en la categoría élite, pues en 2003 Santiago Botero ocupó el primer lugar en la prueba contra el reloj en Bélgica.

Siempre hay una primera vez rompe con las barreras de la historia personal de Peña Grisales y se convierte en un documento que da cuenta de la traumática transición del ciclismo colombiano hacia el nuevo siglo. En 1996, él ganó la Vuelta de la Juventud con el equipo Manzana Postobón al mejor estilo europeo: en una contrarreloj individual en donde, luego de perder un minuto y 19 con el líder, lo aventajó por más de quince segundos. Esta buena noticia se evaporó pronto con la terminación de muchos grandes equipos y la emergencia de patrocinadores más pequeños hasta que surgió una salida a la crisis:

En diciembre de ese año [1996] se reunieron Raúl Mesa y Pepe Quiles, que era el dueño del equipo Kelme, y acordaron que iban a sacar adelante un equipo nacional; llamaron a catorce corredores, entre los que se contaba Víctor Hugo; durante aproximadamente cuatro meses estuvieron entrenando en Medellín, en medio de la incertidumbre, sin saber cómo se iba a llamar el equipo, sin recibir nada, simplemente entrenando y con la esperanza de que Pepe Quiles convenciera a un empresario colombiano que los patrocinara…

Finalmente, en mayo de 1997, nació el equipo Telekom Capitel, cuyo nombre en Europa fue Flavia Telekom y, con esa ventana a su disposición, el santandereano se pudo mostrar en el ciclismo europeo y partir en 1999.

También este libro explicita los valores que identifican al ideal santandereano; por ello, en los prolegómenos del mismo, interviene Armando Martínez Garnica, presidente de la academia de historia de Santander, quien afirma que “[l]a historia es el hombre mismo. Cuando un hombre elige para sí la posibilidad de llevar tan lejos como pueda un modo de existencia social repite no solo una manera tradicional de ser en su vida sino un mandato interno, bien sea el de llegar hasta donde pueda o el de llegar hasta donde no puede. En cualquier caso, está determinado por sus tradiciones sociales y familiares, por sus modelos elegidos y por la sensación de las potencialidades que bullen en su interior.”

Esta primera observación sobre el “destino” y características de un hombre, se extiende hasta las cualidades adjudicadas, por diversos y disímiles intereses, a aquellos que han nacido en el territorio que compone el estado colombiano. Por ello, cada episodio consolida a un sujeto ideal que plantea una revisión de la figura del ciclista sumiso que enriqueció las narraciones del deporte en la década del ochenta.

Uno de los asuntos que destellan en este aspecto, es la relación de Víctor Hugo con Javier Mínguez, el director deportivo de Seguros Vitalicio; las confrontaciones con el español y el posterior agradecimiento por parte del pedalista, resumen la tensión y la imposibilidad de cobijar con un solo adjetivo la influencia del ciclismo español en Colombia. Luego de que Peña ganó la Contrareloj del Giro en el 2000, el director español lo felicitó, pero el deportista no estaba dispuesto a seguir con ese equipo, aprovechando además, que aparecieron ofertas de otras alineaciones:

Un día antes que terminara el Giro de Italia ya contaba con una propuesta firme y mi representante le comunicó a Javier que yo me iba. A él esto lo ofendió. Acababa de terminar la cronoescalada del Giro[…]

-No ha nacido el que me ponga el cuchillo en el cuello dígaselo a tu manager (sic) y a tu puta madre.

[…]

-Mire Javier yo a usted lo respeto pero del país que vengo la vida desafortunadamente vale muy poquito y si usted quiere nos bajamos del bus y resolvemos este problema como hombres. Yo no me aguanto más, la época de la conquista ya se acabó; yo estoy cansado de que usted me trate mal, ya no me aguanto más, los gritos no los aguanto más

[…] con el paso del tiempo entendí que él me hizo corredor, que tenía toda la razón cuando me insistía que debía bajar de peso, cuidarme, valorar que estar en Europa era una oportunidad única y que yo la estaba desaprovechando. […] hoy pienso que él fue quien me hizo corredor; aunque nunca me volvió a dirigir, siempre lo tuve presente.

La narración, al contar con la multiplicidad de voces, también permite conocer la apreciación que el español tiene de la carrera de Peña y la amistad que hoy día los une, la cual no está contaminada con guiños obsecuentes propios de la hipocresía e inmodestia. Estas resaltan las bondades del santandereano como persona y son críticas con respecto a algunas maneras con las que compitió en el pelotón internacional.

“Siempre hay una primera vez”, apuntala historias del ciclismo santandereano, cuenta la vida de uno de sus representantes más ilustres (junto a Alfonso Florez) y es un llamado para que se hagan más trabajos donde la biografía, la historia y sus claroscuros, se encuentren en textos que trasciendan los registros de resultados y planteen una narrativa de un deporte que, desde el siglo pasado, cuenta con la potencialidad de unos relatos que posibilitan especular sobre esa invención llamada Colombia.

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Andrés Felipe Escovar, autor de milinviernos.com

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