Ciclismo Internacional

Los 80’s y su maravillosa generación de escaladores españoles y colombianos

Por Oscar Trujillo Marín

La década de los ochentas fue muy especial para el ciclismo español y colombiano; dos naciones con evidentes, fuertes y eternos lazos históricos, hermanadas aún más por la poderosa afición al ciclismo en ambos lados del Atlántico. Hoy, con el pretexto de ser el día en que cumple años (60) el gran Pedro Delgado, nos desplazaremos para celebrarlo a un tiempo donde los escaladores ibéricos y andinos reinaron en las montañas europeas.

Puede que los peinados fueran horribles, las hombreras espantosas y la moda infame, pero el ciclismo se vivió con inusitado furor en ambas naciones gracias a la aparición de generaciones de escaladores brillantes que coincidieron durante esos diez años. En España se les robó la siesta veraniega el seguir las gestas de Perico Delgado, Lejarreta, Chozas y compañía; y en Colombia hubo dramático absentismo laboral, -con no menos lamentables cifras de productividad- entre las 9:00 y las 10:30 que solían terminar las etapas, pendientes todos de las actuaciones de Herrera,  Parra, Pacho Rodríguez y demás escaladores nacionales destacados.

En este deporte, durante esos coloridos años en el que el nefasto neoliberalismo nacía como modelo hegemónico y el no menos fracasado delirio comunista soviético agonizaba, se marcó en ambos países hitos que con el tiempo terminaron situándolos, en mayor o menor medida, -más temprano o más tarde- en la élite del ciclismo mundial. También comparten España y Colombia una especial debilidad de sus aficionados por las carreras con mucha montaña, por ser justamente en ambos casos, tierra de escaladores: históricamente se han dado muy buenos y con mucha facilidad.

A diferencia del poder emergente que empezaba a presentar el, (por ese entonces, exótico ciclismo colombiano, aunque en Latinoamérica ya era la gran potencia en ruta desde hacía tiempo) el ciclismo español, (aún mucho más modesto, hasta ese momento, para lo que terminó siendo después incluso a partir de esos años) ya había alcanzado la gloria de manera aislada, efímera antes en la máxima prueba mundial, el Tour de Francia, en un par de ocasiones: un lejano 1959 con Bahamontes y en 1973 con Ocaña.

Sin embargo, habían sido eventos extraordinarios, rarezas dentro de una clara hegemonía en los puestos de honor del Giro de Italia y la ronda gala por parte de un insultante dominio de los franceses, belgas e italianos. Para colmo, a partir del retiro del genial Ocaña a mediados de los setentas, España atravesó una especie de depresión de resultados en el Tour, un periodo de ausencia de hombres fiables con reales opciones para la Grande Boucle, que terminó, por suerte, casi 10 años después con la fantástica irrupción de Perico Delgado como hombre fuerte para el Tour y lo que hiciera falta, siempre y cuando hubiera cuesta.

Pero esto solo fue posible a partir de las exhibiciones de una excelente generación de corredores que empezaron su trayectoria profesional con la década, sobre todo de escaladores de raza, encabezada por el mismo Delgado, el malogrado Alberto Fernández y Lejarreta, entre otros, que llegaron para quedarse entre los grandes de manera sostenida, perder los complejos y empezar a ser protagonistas de élite, incluso consiguiendo barrer en el Tour y Giro de Italia con el gran Miguel Induráin pocos años después. El corredor navarro forjó también las bases para obtener su leyenda ya en los noventas. Miguel creció desde 1984 como profesional en la disciplina del equipo de Unzúe, madurando a la sombra de la gran figura Delgado en Reynolds, primero como juvenil gregario de lujo del segoviano, y luego ya a partir de 1991, como jefe absoluto que superó con creces al maestro.

Los colombianos, recién desempacados en las máximas carreras europeas con asiduidad desde ese 1980 en que Alfonso Flórez ganó su Tour del L’Avenir, vivieron un furor parecido en cuanto a seguimiento mediático, (se comenzaron a pasar por TV el final de las grandes vueltas) pasión despertada en sus aficionados y resultados que empezaron primero en forma de victorias de etapas de montaña en cuanta prueba participaban, Tour de Francia, Vuelta a España o carreras de una semana.

Luego llegaron los primeros triunfos en clasificaciones generales de la máxima categoría (hoy World Tour) en Dauphiné (1984 con Martín Ramírez y luego también con Herrera en dos ocasiones) los podios en Vuelta y Grande Boucle, (Fabio Parra) Para finalizar con el hito histórico de una gran vuelta (España) ganada en 1987 por Lucho Herrera, el soberbio escalador nacido en Fusagasugá y gran pionero de los triunfos de más renombre para el ciclismo latinoamericano.

Ese protagonismo también en las generales de grandes vueltas, la montaña, y cada vez más parciales, sumados a la victoria de Delgado en el Tour de Francia de 1988, terminaron sentando las bases del primer gran esplendor del ciclismo español, fue una importante inyección de moral, de confianza en sus naturales y muy destacadas capacidades y gusto por la escalada, que terminó explotando en los noventas con un corredor total en esfuerzos de tres semanas: la era Induráin. Después, con las primeras victorias españolas en mundiales, clásicas del norte y monumentos ya en el nuevo milenio (Con Freire, Valverde y Flecha) donde hasta ese entonces los españoles no eran en absoluto protagonistas.

Por su parte, en Colombia sucedió algo parecido con esa destacada e influyente generación: se ganó un merecido prestigio en las cumbres europeas salpicado luego con algunas islas de corredores con muy buenas figuraciones en solitario, por su cuenta, Alvaro Mejía, Oliverio Rincón, Cacaíto Rodriguez, Chepe González, Botero, desde los noventas y Félix Cárdenas o el mismo Soler en la primera década del nuevo siglo, pero ya estos corriendo en exclusiva para equipos extranjeros (tras la crisis económica, una de tantas,  que hizo desaparecer las escuadras colombianas del viejo continente y redujo drásticamente la participación de pedalistas del país andino en las grandes vueltas)

Sin embargo, los frutos más preciados de esa década prodigiosa en el caso colombiano, empezaron a caer 20 años después con una nueva generación de oro que ha llegado para quedarse. La misma que fue capaz en persona de Quintana (Giro y Vuelta a España) y Bernal (Tour de Francia) de lograr en muy pocos años el “Grand Slam” de grandes pruebas por etapas, que tan pocas naciones atesoran y que sus clásicos predecesores estuvieron tan cerca, sin conseguirlo por completo. Por no hablar de podios en grandes vueltas donde desde 2013 ya se volvió costumbre ver a un corredor colombiano. Sin asistir equipos nacionales a las principales pruebas de Europa, hoy en día se ven cada vez más corredores cafeteros en la élite, ya que la inagotable cantera colombiana es ahora mismo una de las más apetecidas en el World Tour.

Esa consolidación entre los mejores del mundo, esa pérdida de complejos o más bien entrada permanente entre los que siempre están disputando las generales en rondas por etapas, en el caso de los ibéricos y de confirmación como potencia emergente en el del país suramericano reavivaron una ya, de por si desbordada pasión por el ciclismo en dos de las naciones con más fervorosa y masiva afición de todo el mundo.

Durante esos años España, recién recuperada la democracia pocos años atrás tras la muerte del dictador Franco, firmó su tratado de adhesión de ingreso (en simultánea con Portugal) a la unión europea en 1985. Situación que le dio un inmediato aire de modernidad y empezó a cambiar de forma drástica su infraestructura y deprimida economía hasta convertirla en un país desarrollado y próspero. Mientras tanto en Colombia el terror del narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares y una clase endogámica política inepta, voraz y corrupta desangraban el país. Situación que más de 30 años después, se mantiene intacta, con rabiosa y saludable actualidad sin haber cambiado más que en el nombre de los protagonistas.

La influencia que tuvieron esas míticas  figuras que despegaron o se consagraron en los ochentas en ambos países hacen parte de los inolvidables ídolos locales que influenciaron a tantos y tantos corredores jóvenes que quisieron emularlos. Tanto Parra, como Herrera, Patrocinio, “Condorito” Corredor, Pacho Rodríguez, Oscar de J. Vargas, Pablo Wilches, Samuel Cabrera, “Tomate” Agudelo y un largo etcétera de destacados cafeteros se tuvieron que luchar cada puerto y cada llegada en alto contra Marino Lejarreta, Angel Arroyo, Pedro Muñoz, José Luis Laguía, Alvaro Pino, Eduardo Chozas, Peyo Ruiz Cabestany… y por supuesto nuestro mítico cumpleañero, Pedro Delgado: el ídolo español por excelencia en los ochentas.

El gran Perico Delgado, quien por cierto hoy 15 de abril cumple 60 años y este, en parte es nuestro pequeño homenaje (18 top 10 repartidos en las tres grandes vueltas; un Tour de Francia y dos Vueltas  España ganadas entre ellos) además de muchas victorias de etapa conseguidas de forma espectacular con ataques lejanos, fulminantes y valientes cosechó este escalador fuera de serie que le amargó más de una victoria inminente a Herrera (otro del mismo talante cuando la carretera se empinaba) Pacho Rodríguez o Parra. Cuando no eran ellos los que se la devolvían en una etapa o carrera posterior al segoviano.

Además, esta maravillosa generación compartida de espectaculares escaladores fueron testigos de las primeras temporadas del fenómeno Induráin. Los españoles ya tenían fama en Europa de excelentes escaladores, y de repente llegaron de forma masiva los colombianos a meterse en la conversación por el reinado en las cuestas contribuyendo a subir el nivel y la emoción de cada etapa de alta montaña que resultaban fascinantes como espectador, no tanto para el resto de corredores europeos que tenían que padecerlos.

Las emboscadas tempranas de lado y lado, cuando los encadenados de montaña eran brutales (y no las mini fracciones de 60 km para juveniles de ahora), las escabechinas desde los primeros compases, los múltiples leñazos por subir en la general que se metían de lado y lado, hacían por aquellos años insufribles las etapas de alta montaña para el resto del pelotón internacional, cuyas máximas figuras dominantes de la época Fignon, Lemond e Hinault, solo podían distanciar a ibéricos y colombianos gracias a sus espectaculares y demoledoras cronos (cuando eran mínimo dos en cada prueba de tres semanas y no bajaban de 60 km) que para la inmensa mayoría de los entusiastas escaladores hispanoamericanos era, -incluso mucho  más que ahora-, su punto débil. Porque en montaña subían a la par con las tres leyendas mencionadas y con frecuencia eran mucho más fuertes que ellos cuesta arriba.

Quedaron para la historia precioso duelos en Vuelta a España y Tour de Francia protagonizados por muchos de estos fantásticos corredores españoles y colombianos que hoy queremos simplemente recordar con un pequeño homenaje para una década que significó la entrada definitiva de España a la élite del ciclismo mundial, donde habita desde entonces la primera y sólida piedra para que Colombia lo hiciera un par de décadas después completando las tres grandes en sus vitrinas también y siendo protagonista permanente.

 

Oscar Trujillo Marín

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