Ciclismo Internacional

Luis Ocaña, el genio atormentado que puso en jaque a Merckx durante su esplendor

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Por Oscar Trujillo Marín

Intenten imaginar un vueltómano mezcla entre Froome, Contador y Quintana, en el mejor momento de sus carreras a la hora de escalar.

Piensen que ese mismo corredor “Frankenstein”, armado con lo mejor de los especialistas, tuviera la voracidad y punta de velocidad en llano o cuesta para ganar etapas de Valverde, o Sean Kelly, las prestaciones de Rohan Dennis, Cancellara y Doumolin contra el cronómetro, además del fondo y las virtudes de Gilbert, Boonen y Sagan para las clásicas con piedras o sin ellas. Ese corredor existió, está vivo aún y se llama Eddy Merckx. En el palmarés del crack belga cabe el de todos los anteriormente nombrados.

Pero en su época de esplendor, había alguien que subía mejor que él, y de eso va nuestra historia de hoy. Luis Ocaña nació en Priego, Cuenca, en 1945. La gran guerra acababa y un escalador fuera de serie llegaba al mundo. Sus padres, republicanos, pertenecían al bando perdedor de la guerra civil española. Eran los parias, los apestados, los humillados por los mayoritarios franquistas, y la guardia civil que sospechaba de ellos por su condición de “rojos”. En una España profunda y rural de posguerra, ya de por si empobrecida, los republicanos eran los paupérrimos durante los inicios de la dictadura en una época general de hambre y penurias, esas si, bastante democráticas.

Sus padres, por huir del insoportable escarnio público de su pequeño pueblo, pero también en busca de trabajo y oportunidades, partieron primero para el Valle de Arán -en el pirineo aragonés- cuando Luis tenía 6 años. Por esa misma razón, la de buscar mejores ambientes y oportunidades, cruzaron la frontera seis años después. Se establecieron para siempre en la parte francesa de los mismos Pirineos, en concreto en Mont de Marsan.

Con 12 años Luis, un niño enclenque y debilucho, llegó sin hablar una sola palabra de francés. En la escuela era humillado por sus pares galos y sufrió matoneo por parte de sus compañeros, víctima de esa crueldad infantil que se ensaña siempre con los más vulnerables. Delgado, desdentado y frágil, con secuelas permanentes de una tuberculosis recién superada, trabajaba lo más duro que podía para ayudar a su padre, un hombre recio, brutal, atormentado, amargado por la derrota y el exilio forzado, quien despreciaba al chico por su extrema debilidad ante un mundo de fieras que a él no cesaba de darle palos.

Toda esta desgraciada, pero al mismo tiempo estoica y dura infancia, para colmo falta de afecto, (eran otros tiempos y era gente curtida en la miseria y exilio cuya única obsesión era sobrevivir) le creó a Luis una coraza de resiliencia aguante y coraje que fue determinante en su vida profesional como ciclista. Su evidente debilidad era compensada con un carácter rebelde, tozudo, indomable y muy difícil, que fue su cara y cruz al mismo tiempo.

El ya adolescente Luis pudo, con el esfuerzo de su trabajo, conseguir su primera bicicleta y empezó a competir en pre juveniles con la oposición de su padre, quien le veía demasiado limitado y no le auguró mayor futuro. Sin embargo, el joven empezó a barrer en carreras locales, y regionales. Logró llamar la atención de Antoine Magne, ex ganador de la ronda gala en 1931 y 1934, además de campeón mundial en 1936, quien vio unas condiciones extraordinarias de fondo y escalada en el frágil corredor español. Magne se las apañó para convencer a su padre de que lo dejara ir a correr bajo sus órdenes.

Ocaña, tras destacar en todas las categorías hasta sub 23, debutó a esa edad -en 1968- como profesional, siendo campeón de España élite, a la primera. Luego, en 1969, fue segundo en la ronda ibérica y ganó varias vueltas menores. En 1970 se subió a lo más alto del podio en Madrid, demostrando unas condiciones para la escalada fuera de serie.

Cuando toda la comunidad ciclística anunciaba que por fin en 1971 el caníbal Eddy Merckx iba a tener un rival que realmente pondría en peligro su tiránica hegemonía en el Tour (y todo lo que el insaciable belga corría) efectivamente Luis llegó haciendo méritos para desbancar al más grande.

Empezó el Tour volando, en estado de gracia y en las dos primeras etapas duras de alta montaña (la 8 ° y la 11°) Puy de Dome y Orcieres Merlette, el maravilloso escalador español le había clavado 8 minutos al mejor corredor de todos los tiempos y no menos virtuoso escalador, Merckx. Restaba como terreno difícil solo una cronoescalada, dos llegadas en puertos de categoría especial (tres etapas favorables a Luis) y solo una crono favorable al belga. Ocaña, aunque no era croner consumado, se defendía bien limitando pérdidas. El Tour de 1971, salvo desgracia tendría nuevo dueño y la noticia sería que un mortal derrotaba a Merckx.

Siendo líder con una cómoda ventaja de más de ocho minutos en la etapa 14, Ocaña se fue al suelo mientras respondía a un ataque en bajada del belga. Sucedió en el descenso del puerto de Mente. Una piedra diminuta en una curva con suelo mojado, algo de grava o aceite sobre la línea, un aciago segundo… y todo fue oscuridad. Cuando quiso incorporarse para continuar, no pudo. Lesiones fuertes y una fractura le hicieron abandonar la carrera entre el más inconsolable llanto.

La vida, por ese entonces, solo daba una oportunidad durante esa generación para destronar en su esplendor a un tipo que no parecía de este planeta. Ese chance se le había escapado a Luis, incluso demostrando un nivel más alto en esa edición. Lo único que tuvo que hacer Merckx fue terminar, nadie osaba atacarlo. A base de humillaciones frecuentes (su clase y calidad eran superlativas) se había ganado un respeto masivo. Salvo Ocaña, no tenía rivales de su nivel en la escalada (ni en ningún terreno) por esos años.

En este punto es oportuno mencionar que el hispano se había granjeado a su vez el respeto del poderoso belga. De tal manera, que Merckx no quería terminar el Tour, porque también estaba herido, y además creía que si lo ganaba, realmente no lo merecía, porque quería vencer en franca ley a Ocaña. Su director lo convenció de lo contrario, que lo hiciera al menos por no dejar a sus compañeros sin el premio en dinero que les correspondía, el resto es historia.

Mientras tanto, la vida continúo para Luis. Se dedicó a ganar de forma espectacular duras etapas de montaña y carreras de una semana, a hacer podio en la vuelta a España. En el Tour de 72, nuevamente iba de segundo en la prueba tras el belga, pero se fue al suelo teniendo que retirarse a mitad de la ronda gala. Aunque después de su más clara oportunidad un año atrás, su fulgor se empezó a apagar, incluso antes de que su más grande logro deportivo llegara.

En 1973 Eddy, indignado con el periodismo y buena parte de la afición francesa quienes manifestaban estar hartos ya de su insultante dominio, decidió modificar su calendario y no acudir a la ronda gala, hacer más bien Vuelta a España (se corría en abril en esa época) y Giro de Italia, pruebas en las que, por cierto -y para variar-, el caníbal arrasó ganando la general y 6 etapas en ambas. No extraña que ya aburriera su aplastante superioridad, por eso la figura de Luis, que lo puso contra las cuerdas, se hizo tan apreciada.

Ante la ausencia de su némesis, de su bestia negra (y la de todos los demás) Ocaña participó en esa edición  con Eddy ausente, ganándola de forma abrumadora: 6 etapas y la general, cuya camiseta vistió desde la primera llegada en alto en la etapa 7, hasta París. Lo secundó el también excelente escalador neerlandés Zoetemelk a 3 minutos. Pero al tozudo y rebelde Luis le supo a poco. No era lo mismo ganar el Tour, si no derrotaba al más grande.

Después de su máximo triunfo, su llama se fue apagando, y su ya difícil carácter fue a cada vez a peor. Salvo un segundo lugar en Vuelta España 1976, los logros para su palmarés menguaron de forma ostensible hasta su retiro un año después, siendo aún muy joven, con 32 calendarios nada más.

Una vez apartado del ciclismo profesional se radicó en su pueblo adoptivo, en los Pirineos franceses y se dedicó al negocio vitícola. Se hizo amante empedernido del alcohol, el refugio habitual de tantas almas atormentadas. De repente, al parar la competición, la factura de una infancia desgraciada tomó posesión sin que el brillante campeón tuviera recursos emocionales para poder exorcizarla.

Para colmo, en 1979 sufrió un gravísimo accidente de tráfico, cuya larga convalecencia lo hundió aún más en la depresión. Monstruo del cual, (una vez recuperado de las lesiones físicas, con frecuentes altibajos y una afición a la bebida que no le ayudaba mucho) ya no pudo salir. El 19 de mayo de 1994, agobiado por la ruina económica, una Hepatitis “C” incubada y secuela de los miserables años de su niñez, y la desesperanza instalada en su cabeza, decidió acabar con su vida pegándose un tiro en la sien, en su casa en Mont-de Marsan. Tenía solo 48 años y un lugar en la historia de los más grandes escaladores de siempre. Consideración que él mismo, prisionero de los fantasmas que lo devoraban, no alcanzó siquiera a disfrutar y dimensionar.

Oscar Trujillo Marín

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