Ciclismo Internacional

Mikel Landa: un asunto de fe

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Por Oscar Trujillo Marín

Hay actos de fe que escapan a la lógica de las cifras, que no se sustentan en ningún argumento distinto a la emoción. Filias apasionadas que no superan el escrutinio de la razón. Mikel Landa es uno de ellos. Quizás sin proponérselo ha logrado crear un nombre con gancho para los medios a la altura de los grandes ciclistas de su tiempo, pero muy por debajo con respecto a ellos en logros deportivos.

Foto: ASO

El excelente -cuando está inspirado, y los astros se le alinean y ese es el problema, que sucede de vez en cuando- escalador vasco, próximo a cumplir los 31 años en diciembre, ostenta un palmarés que no se corresponde con el gran caché y valoración que de él tiene cierto sector mayoritario de la prensa ibérica y muchos aficionados españoles o de otras latitudes. Incondicionales para quienes el vitoriano despierta simpatía casi mística a la altura de los más contrastados cracks mundiales en este deporte.

Que Maradona (carácter inquietante y personalidad ciclotímica aparte) tenga incluso una secta religiosa que le rinde culto por parte de entregados y enconados seguidores, es delirante y enfermizo, por supuesto; pero se puede explicar en cierto modo. Diego, ha sido uno de los tres grandes genios, cracks del fútbol en toda su historia y con su enorme calidad individual -muy por encima de la media- ayudó a equipos pequeños, mediocres o muy limitados a obtener casi milagrosos y rutilantes triunfos nacionales o internacionales, que antes de él habían sido simplemente impensables (Napoli) o sin estar Diego habrían sido imposibles, como México 86 con su selección.

Sin embargo, esa prueba innegable de genialidad sustentada en hechos, en resultados para el Landismo ni siquiera hace falta que exista: les seduce “la estética en su pedaleo”, su posición elegante para afrontar las cuestas y ataques, sus ofensivas que no consiguen el objetivo pero alegran la retina; la desconcertante capacidad para fallar cuando tiene todo a su favor, y realizar algunas actuaciones memorables cuando ya no le alcanza para nada; les atrae esa montaña rusa de sensaciones que fluctúan entre la máxima expectativa y la inevitable decepción subsiguiente, para volver a empezar de cero con la misma ilusión en un bucle infinito.

Les seduce su carácter a veces lacónico, romántico ensimismado; en otras casi trágico. El landismo incluso, no necesita esos milagros, de esos triunfos evidentes, tangibles de su ídolo para mantenerlo siempre en lo más alto. Es un acto de fe. Landa gusta a tanta gente porque es el más humano de los ciclistas famosos: falla, decepciona, no piensa a veces para hablar, es frágil psicológicamente le afectan de más los tropiezos, los focos, la presión los mismos medios que lo han encumbrado, es decir: como a usted, a mi o cualquier hijo de vecino en sus zapatos o en nuestras vidas cotidianas. Mikel es uno de los nuestros: un limitado, imperfecto y mortal humano. Nada que ver con los Cyborgs campeones que nunca se cansan, fracasan ni fallan. Pero al mismo tiempo, Mikel tiene algo que lo hace especial: le pagan millonadas por ser un ciclista imperfecto y tantas veces reñido con la victoria. Eso tiene más mérito aún.

En tiempos donde las tendencias la marcan las cantidad de clicks o likes, la gran repercusión mediática no siempre va de la mano de la jerarquía y capacidad o virtuosismo musical, artístico o deportivo. Los que más “venden” no necesariamente son los mejores, o los de calidad más integra: son los más comerciales si, y los más mediáticos también. Pero no los mejores en sus respectivos oficios deportes o artes. Hoy en día es tan importante tener “ángel” mediático, “registrar bien” ante la cámara, crear una conexión emocional (tanto o más) que tener una laureada historia real consagrada que soporte con trofeos la dimensión de esa fama o consideración.

Landa, quien permanece en la élite mediática de los especialistas top en carreras de tres semanas desde su magnífico Giro de 2015, (donde logró su único podio, quizás el mejor y más regular estado de forma que ha tenido jamás en sus 13 participaciones en grandes vueltas) a partir de allí, no ha podido refrendar a esa misma altura el potencial de sus condiciones; no ha podido dar el paso que le falta para superarlo e instalarse por mérito propio entre los grandes vueltómanos por logros -y no por expectativas, corazonadas, presentimientos o esporádicos chispazos-. De momento Oscar Pereiro, Ryder Hesjedal y Chris Horner siguen atesorando mejor palmarés que él. Es triste lo sé, porque de seguro Landa ha dado “más espectáculo”. Pero ni en sus mejores momentos estos tres campeones llegaron a disfrutar del enorme tirón de pantalla, clicks y portadas que el vasco.

El nacido en Murguía cuenta, eso si, con cuatro top 7 más en ese tipo de pruebas, tres de ellos en el Tour de Francia. Admirable, por supuesto, pero inferior al palmarés de Kruijswijk o Rigoberto Urán, que han hecho podio en el Tour y han sido habituales en el top 10 de grandes vueltas, por poner solo el ejemplo de corredores contemporáneos peor valorados por buena parte de la prensa o aficionados. Voluntariosos y esforzados ciclistas, quienes han hecho de la regularidad -y de conseguir logros muy por encima de sus capacidades y posibilidades- un arte. Por supuesto gozando de mucha menos prensa también y favoritismo que Mikel a donde quiera que acuden. Nadie en su sano juicio dudaría de la enorme calidad en la escalada de Landa, -muy superior a estos dos buenos corredores-, pero de forma paradójica a Steven y Rigoberto les rinde más: han sido podio en el Tour ambos y además Urán en el Giro dos veces. ¿Dónde radica entonces esa enorme valoración por Landa? ¿Si no se puede explicar con logros y cifras, de dónde nace? ¿Es una exageración de sus incondicionales y prensa afín?

Pero eso no es culpa de Mikel. Él no ha obligado a la prensa de su país y buena parte de sus aficionados a que lo eleven a la categoría de luminaria deportiva con más trasfondo mediático que currículo de victorias. Él no tiene la culpa de que su agente le consiga cada vez un mejor contrato que al anterior, mucho mejor remunerado y que haya equipos que aún le copien a pesar de que sus resultados no terminen de llegar. Algo bueno tendrá que tener, pensaría un buen publicista o un agudo gerente de mercadeo. Pero esto es ciclismo ¿no?

Volvamos a los hechos estrictamente deportivos. Desde ese grato 2015, Mikel jamás ha tenido verdaderas opciones de pelear por el Tour o ninguna gran vuelta más. Ha sido animador, sí, algunas veces. Ha estado en el grupo de los diez elegidos en las cuestas definitivas, también en otras. Pero antes que progresar en sus objetivos o logros se ha estancado -de forma irónica a medida que iba reclamando más galones- o claramente se ha alejado de la cima, aunque siga llegando para muchos con el rótulo de favorito cada año a cada vuelta que corre.

Luego de descollar en el 2015 en las filas del Astana, siendo de forma evidente superior que su jefe de filas Fabio Aru en dicha ronda transalpina, tras la enorme expectativa que creó la prensa de su país, después de declarar públicamente el vasco que merecía más galones, que no deseaba ser más gregario en Astana, porque estar subordinado siempre a dos líderes con más jerarquía le cortaba las alas, decidió marcharse al final de esa temporada. Pero en lugar de buscar protagonismo en un equipo solo para él, en una decisión difícil de entender -si lo que quería era un papel estelar-, en una elección suya, propia, autónoma decidió partir para… ¡Sky! cuando en cualquier equipo pequeño hubiera tenido un protagonismo absoluto. Por esos mismos años Dumoulin liderando en soledad total un flojísimo Sunweb, logró ganarle a Nibali y Quintana -rodeados de grandes gregarios- un Giro de Italia, sin más ayuda que su clase, regularidad y valentía. La gloria también se cultiva con decisiones acertadas y esta para el vasco, desde luego no lo fue.

Foto: TDW sport

Francamente, en el plano económico sí era una gran opción llegar a Sky, nadie pagaba más, es un hecho. Pero en el aspecto meramente deportivo no tanto. La situación era idéntica al Astana, con el agravante que en el Tour, Sky tenía en su esplendor al mejor vueltómano del mundo, y mientras Froome (corriendo y disputando siempre dos grandes vueltas por año) reinara, la jefatura de filas Mikel no la podía ni oler, como efectivamente sucedió. Aún así, tuvo sus oportunidades en el Giro durante esos dos años pero su contratado mal fario le hizo desaprovecharlas.

Landa es un gran escalador, un tipo que da gusto ver subir cuando está inspirado. Su fotogénico estilo de otros tiempos tipo Pantani, con las manos en la parte baja del manillar y de pie sobre los pedales, la cabeza clavada en el horizonte y un baile cadencioso; con esa pasmosa facilidad para ascender cuando los astros se le alinean, registra bien ante la cámara y le devuelve a ciertos aficionados nostalgias de un ciclismo analógico más abierto y agresivo que ya solo se ve en viejos vídeos de los ochentas colgados en Youtube.

El problema es que para ser un vueltómano de éxito y forjar una leyenda hace falta algo más que eso. Mikel no es ningún novato, lleva 9 temporadas en el World Tour y 10 como profesional desde que ascendió en el 2010 al Orbea, antiguo filial continental del Esukatel. Durante ese tiempo ha tenido siempre muy malas prestaciones contra el cronómetro y no ha mejorado un ápice. Por el contrario sus cronos siguen siendo igual o peor de malas. Su punta de velocidad es muy pobre y las llegadas en alto se definen cada vez más a menudo en grupos reducidos, las bonificaciones y el último aliento de rush suelen determinar unas carreras cada vez más igualadas. Su colocación en las etapas en llano, nerviosas o con viento, deja mucho que desear, y su proclividad para irse al suelo no es un mito.

Nada de esto se le puede achacar tan solo a la mala suerte, algo de responsabilidad en forma de concentración, pericia o intuición le tocará al español. Su tremenda irregularidad lo acaba de lastrar todavía más, siempre arranca contra la corriente cede mucho tiempo en lances tontos de carrera. Un vueltómano de perfil claramente escalador, que nos sea medio versátil, más completo, por muy bien que suba si da tantas ventajas no puede pelear rondas de tres semanas y menos ahora en plena era de los croners eximios que suben igual o mejor que ellos. A punta de estilo elegante y fogonazos aislados de calidad en las cuestas no se entra a la historia en el palmarés de ninguna grande.

Siguiendo con su trayectoria del Ineos, muy aburrido por su papel evidentemente secundario -que él mismo eligió- a finales de 2017 decide partir de nuevo tras dos temporadas con los británicos donde no acabó de consolidarse pero como siempre dejó algunos geniales destellos aislados de calidad. En una rara mezcla -casi nunca compatible- entre idealismo y pragmatismo monetario, decidió partir a Movistar, a sabiendas de que tenía al máximo ídolo nacional español por delante, Valverde: intocable y emblema (justificado por sus grandes logros) del equipo. Además, por delante también estaba el único Vueltómano -en su momento, 2018- que les había dado sus dos triunfos en rondas de tres semanas y tres podios en el Tour a la escuadra de Unzúe, desde que en 2011 corre bajo dicho patrocinio. No parecía muy buena elección si lo que Mikel deseaba era galones exclusivos. Una vez más Landa se encontró -por libre elección personal y tercera vez consecutiva- con una situación y en un escenario donde a las claras no iba a ser la figura estelar y sus opciones las tenía que compartir con gente con más palmarés y más regular que él. ¿Era necesario ir allí? Más aún cuando en el Tour que hizo 4° (a 1 segundo del podio) con Froome en 2017, ayudando al británico a ganarlo, ya había dicho que no quería volver a trabajar para nadie, que quería sus opciones personales.

Las cosas en Movistar terminaron de la misma forma que en Astana y Sky: tras dos años en la escuadra navarra, volvió a ofrecer algunos chispazos de enorme calidad  en las cuestas alternados con muchas decepciones en forma de caídas, enfermedades y una proclividad a los contratiempos muy por encima de la media. Cumplidos sus dos años sin poder dar ese gran salto de calidad, a finales del curso pasado anunció su salida del equipo para este 2020 con rumbo al Bahrain-McLaren donde al parecer sí le garantizaban que iba a asistir de único líder al Tour. Así sucedió y de momento parte esta próxima ronda francesa con un buen equipo alrededor.

Lo fácil es pensar que Landa no tiene suerte y que estar siempre a la sombra de corredores de más jerarquía ha lastrado su protagonismo y ha evitado que su botín en forma de palmarés sea acorde con su revuelo mediático y caché. Pero mirando de manera desapasionada su trayectoria, se puede advertir que teniendo tanto prestigio y buena valoración desde hace 6 temporadas ha elegido muy mal el rumbo de su carrera deportiva hasta ahora. No ha progresado en sus evidentes limitaciones, y la enorme presión y sobre expectativas de la prensa de su país hace que, da igual lo que haga, parezca poco. Cosa que no debe ser muy buena para una psique especialmente sensible.

Por supuesto que Mikel no es el corredor más ganador de los considerados grandes vueltómanos. Por supuesto que a su consideración como estrella del ciclismo mundial le falta palmarés, regularidad y consistencia para sustentarlo. Pero yo prefiero mil veces que vaya el vasco como uno de los cabezas de cartel a cualquier carrera -aunque sepa que no va a tener chances-, que fallará: que le pasará algo justo después de haber tocado el cielo, prefiero mil veces ese ciclismo humanizado a ver un tren de robots dejando en bandeja servida la etapa para que su descansado y ultra protegido líder remate en los últimos kms (o metros) del premio de montaña definitivo. Landa gusta por que se parece a usted, a mí… a cualquiera. Porque es uno de esos últimos vestigios de un ciclismo que no volverá jamás y porque tienen más mérito los héroes inseguros, vulnerables y limitados.

Oscar Trujillo Marín

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