Ciclismo Internacional

Opinión: El amargo epílogo para la mejor generación del ciclismo colombiano

Por Oscar Trujillo Marín

La segunda y más brillante época de esplendor del ciclismo colombiano está teniendo un final abrupto, triste. Su mejor generación de la historia, languidece entre el ocaso natural por causa de la edad unos, y otros por el retiro forzado producido por sus malas decisiones y yerros pesimamente afrontados.

Lo peor, no se vislumbra relevo con tanta fiabilidad y calidad como los que se apagan. Colombia se desvanece como potencia emergente en un ciclismo cada vez más cosmopolita, globalizado con preeminencia de nuevos talentos oriundos de naciones muy ricas y desarrolladas. Un nuevo ciclismo hiper tecnológico donde los corredores del país cafetero ya no gozan de protagonismo siquiera en su antiguo terreno favorable, como lo era la escalada, donde antes sacaban beneficio por su condición natural de nacer y criarse en altura. Esa ventaja simplemente desapareció con el avance de la ciencia, los simuladores, concentraciones en alta montaña y el entrenamiento tecnificado.

El comprensible ostracismo y destierro del World Tour, causado por faltas propias, -acciones completamente evitables-, como en el caso de Quintana y Superman, ha eliminado de un tajo más de la mitad de triunfos y buenas figuraciones anuales. El trágico accidente que cortó de manera dramática la progresión de Egan Bernal, lo alejó demasiado de los nuevos mega cracks del pelotón mundial. Con el nivel que dejaron sus secuelas ya no le alcanza para ser un jefe de filas top. Es admirable que hay vuelto a correr, pero se ha ido la posibilidad de tener un vueltómano de garantías, capaz de ganar o hacer podio en carreras de tres semanas. Unido a la natural merma de condiciones y resultados de los veteranos Chaves y Urán -y el inexplicable, largo extravío de Gaviria-, la hasta hace poco ganadora generación que estalló en el 2012 con la plata olímpica de Rigo, se ha quedado sin sus máximos y laureados referentes. Colombia se desploma del escalafón mundial donde estuvo casi una década entre las siete mejores naciones. Ahora mismo no hay nada que la pueda detener.

La ingrata noticia del día fue la suspensión indefinida de Miguel Ángel López por su implicación en la trama de dopaje del inquietante doctor Marcos Maynar. El corredor boyacense se quedará en el dique seco coincidiendo con el mejor momento de forma en su destierro de la tercera división. Deberá permanecer a la espera de una resolución definitiva que no pinta nada bien. Pueden estar seguros que la UCI no se hubiera pronunciado si las nuevas pruebas que aportó este mes la policía española no la blindara ante una probable demanda millonaria. Serán lentos, burócratas, pero no idiotas.

Se puede cuestionar la desesperante parsimonia de los organismos de investigación, control y sanción en todo el mundo, pero eso no exime a ningún deportista (o ciudadano común) de elegir un comportamiento tramposo o deshonesto. Nadie obliga a nadie a ser ciclista profesional y ya dentro, buscar atajos prohibidos para evitar el dolor o elevar la resistencia, en procura de mejores resultados. Eso, es una decisión voluntaria: intima, personal.

En cualquier nación, tratándose de tramas de dopaje que implican tráfico de medicamentos ilegales, (como es el caso de la del médico Maynar en la que está implicado López) siempre interviene también la justicia ordinaria y esto retrasa los procesos. La UCI no lo hace aposta, para amargarle la vida a ningún fanático o ciclista de un país pobre, sin ningún poder geoestratégico y sin relevancia económica para influir en nada. Si el que hubiese dado positivo dos veces por tramadol en el Tour de Francia 2022, -tras haberlo prohibido en competencia algunos años atrás-, hubiese sido Kuss, Thomas, Vlasov o Meintjes, la infracción tipificada y consecuente sanción con pérdida de su lugar en la general -y posterior escarnio mediático-, hubiera sido la misma. Como estos corredores lo hubieran negado y no se hubieran arrepentido de manera inmediata, las puertas estarían también cerradas para ellos. No hay ningún equipo de la élite hoy en día (ni siquiera el turbio Astana) que desee verse relacionado con corredores con procesos abiertos por sustancias prohibidas o recién sancionados.

Sucede en España, Italia, Bélgica, Francia… Costa Rica o donde sea. Hay normas, con límites que no se pueden cruzar. Podrá sentar mejor o peor que las rompa el tuyo, pero ahí lo importante no es quién o cuándo lo sancionan, sino la propia carencia de ética del deportista. No se puede desviar la atención de manera victimísta y acomodaticia. Lo que no se puede admitir, ni justificar bajo ningún concepto, es que un ciclista de la categoría, reconocimiento, logros y potencial como lo es López, buscara de manera voluntaria, hiciera tratos, pidiera asesoría ¡a uno de los médicos más inescrupulosos en lo que va de siglo! cuestionado, juzgado -y condenado varias veces- por asuntos que involucran el ejercicio de la ciencia en aras de conseguir resultados fraudulentos.

Es como si hoy en día, se supiera y comprobara por parte de la gendarmería francesa, policía belga, italiana o británica que Roglic, Ayuso, Pogacar, van der Poel o Vingegaard estuvieran recibiendo “asesorías nutricionales” -o cualquier tipo de tratamiento para mejorar su rendimiento deportivo- de manos del Dr. Ferrari o Eufemiano Fuentes…

!Conociendo todos el prontuario y vergonzoso historial de semejantes personajes! Lo normal es que, si tuvieran pruebas de ello, las autoridades de cada país -que no dependen ni están tuteladas por la UCI- las hicieran públicas y esas evidencias generaran sanciones, vetos y consecuencias en detrimento de su situación laboral o prestigio. Es lo que tiene pretender saltarse la ley.

¿Comprenden por qué es tan difícil defender y creerle a López? No solo sería sospechoso buscar hoy en día a Fuentes, Ferrari o Maynar…, sino estúpido por parte de quienes sabiendo lo que se conoce de sus torcidos métodos, los requirieran para mejorar sus prestaciones. Desde luego, muy inteligente no fue.

Foto: Fedeciclismo

Pero el caso de Miguel Ángel, que, todo parece indicar, ha encontrado el más lamentable y prematuro epílogo para su tiempo en el ciclismo de élite, es solo la punta del iceberg de un crepúsculo anunciado para esta generación que tantas alegrías le dio al ciclismo latinoamericano.

Este segundo boom de talentosos y ganadores corredores colombianos (el primero se dio en la década de los ochenta) no fue producto de ninguna política estatal de apoyo al deporte. Ni consecuencia del “alto nivel de vida de la población” que hace a los padres financiar a sus críos un deporte tan costoso. Esta brillante camada llegó por generación espontánea, sin sustento gubernamental atrás, por obra y gracia de familiares sacrificados y mecenas privados que apoyaron el talento de muchachos pobres -en su gran mayoría- nacidos en el país (no europeo) con mayor pasión y tradición ciclística del mundo. Lo normal es que, sin procesos serios, ni planes institucionales de apoyo a los jóvenes deportistas, lo lógico, es que no aparecieran relevos ni reemplazos espontáneos en manada. Menos de las mismas garantías de los que por casualidades del destino se juntaron en la última década.

López es dueño de un talento superior para la escalada, gran vueltómano con una admirable y valiente manera de correr, siempre a la ofensiva, una cosa no quita la otra. Su cruz ha sido carecer de luces para llevar su temperamento y carrera deportiva, demostrar muy poco acierto y juicio para tomar decisiones. Su mala cabeza y pésima asesoría han sido su perdición. Eso no es culpa de la UCI, ni de ASO, ni de la policía española, ni de los illuminati.

Uno entiende (no justifica, jamás, pero entiende porque el fanatismo cotiza muy bien) que por chovinismo, patrioterismo o nacionalismo, tantos ciudadanos de lugares disimiles del planeta defiendan a muerte a sus ídolos locales, regionales, y prefieran creer ante la evidencia de una deshonestidad, en la reconfortante posibilidad de que hay tramas conspiratorias que solo pretenden empañar el honor y prestigio de “los suyos”, de sus amadas figuras que cazan con su terruño, idiosincrasia, etnia o identidad. Es muy tentador escupir para lo alto para no tener que mirarse el ombligo.

A quienes persiguen e investigan el fraude, la trampa y la marrullería les da igual los prejuicios o banderas de cada cual. La lista de dopados y sancionados “ilustres” del ciclismo en los últimos 30 años no la lideran ídolos “tercermundistas”. No parece haberse cortado mucho la UCI para pasar la guadaña ante las evidencias de los tramposos, por desgracia, no siempre con la celeridad que uno quisiera. La lista de tramposos está repleta de italianos, españoles, belgas, neerlandés, gringos, franceses, Kajazos, daneses, suizos, por supuesto también ticos, argentinos y sobre todo colombianos. Durante años, hemos sido también potencia mundial en positivos por doping, eso no se debe ocultar. Reconocer el problema es el primer paso para enfrentarlo y quizás remediarlo. Pueden estar seguros que no es manía de la UCI con los corredores locales. Esa es una excusa absurda y producto de complejos de inferioridad atávicos.

Hoy en día sería muy fácil probar en un minuto si tan solo un renglón, un párrafo de esta columna fuera plagiado. Si alguien lo demostrara sería vergonzoso y poco ético negarlo: sería irrefutable. También es muy fácil probar de manera inobjetable por medio de la tecnología, correos, chats, conversaciones, videos etcétera si has sido cliente de un médico tramposo y qué clase de negocios o tratos hiciste con él. No hay mucho margen para la defensa ahí. De la misma forma, si en un test hecho en días distintos de una gran vuelta te sale dos veces EPO, tal vez hormonas de crecimiento, quizás tramadol, (como en el caso de Quintana) o cualquier sustancia prohibida, ya puedes victimizarte todo lo que quieras y apelar a elementos conspiranóicos, que, en cualquier país serio del mundo tendrás que pagar con la suspensión y posterior condena.

Le sucedió a Virenque, Pantani, Ullrich, Contador, Valverde, Rasmussen, Rebellin, Armstrong, Landis, Ricoo, Basso… (los pillaron y pagaron caro por su deshonestidad) Qué nos podría hacer pensar que la UCI le tiene manía a López, Quintana o Pantano etc., y se ensaña tan solo con los países pobres y corruptos. Quizás, como onanismo mental, para sentirse moralmente superior a los demás funciona, pero desde un punto de vista lógico, objetivo y ético no tiene asidero alguno.

Por otro lado, en el caso de Nairo, si tan solo desde un principio Quintana, en el mismo momento que se supo que había tramadol en sus dos muestras de días distintos, tras el Tour 2022, hubiese admitido lo evidente, todo habría sido más fácil. Si hubiera aceptado el resultado de dos análisis de etapas distintas (por laboratorios independientes) de esa misma ronda francesa que sí, que efectivamente había ingerido tramadol, (quizás por error, torpeza o desesperación) si lo hubiera reconocido, como un descuido o imprudencia lamentable, de frente con coraje, sensatez y franqueza, con toda seguridad hubiese logrado la consideración de las autoridades del ciclismo: hubiese tenido una mínima sanción y ¡a correr! El mundo no necesita más tramposos narcisistas y cínicos, hacen falta seres humanos humildes conscientes de su debilidad, sinceros y dispuestos a enmendar sus yerros, no a taparlos. Se hubiera valorado su honestidad y los equipos del World Tour no lo hubieran vetado.

Admiro a David Millar no por sus méritos deportivos, que los tuvo, ni por haberse dopado durante buena parte de su carrera, como casi todos los de su generación. Lo admiro porque es humano, porque admitió, aceptó su falta, porque no lo negó, no se escondió, ni se autoerigió como inocente víctima… y ha dedicado el resto de su vida a trabajar con las nuevas generaciones para evitar que caigan en la misma trampa que un día lo engulló a él.

Nada es para siempre, eso se entiende. En el fútbol, el automovilismo o el deporte que sea, a veces tienen vacas gordas unos y luego llegan las flacas. Las hegemonías pueden cambiar, la alegría va por barrios, el brillo de las naciones va rotando en función de circunstancias no siempre deportivas. Lo triste es que dos de los mejores corredores de la historia de Colombia terminen su andadura en la elite por la puerta de atrás, y sin haber admitido nunca que quizás, ¡solo maldita sea quizás! se han equivocado.

Otra historia es la decadencia natural por edad, esa es inevitable: eterna gratitud para Urán y Esteban Chaves, sin ser los mejores de esta esplendorosa generación, mientras hubo juventud y piernas escribieron también algunas de las más gratas páginas del ciclismo colombiano. Todo el mérito para Bernal que, aunque no regresara jamás a su nivel del 2021, tres años de fulgor le bastaron y dieron para hacer mejor palmarés que el 99 por ciento de los ciclistas del actual pelotón. Higuita y Martínez se hallan inmersos en un estancamiento que amenaza con volverse crónico, cuando todavía no habían terminado ni de explotar.

Los jóvenes que están saliendo ya no brillan como antes en las carreras importantes de juveniles en Europa. Les cuesta un mundo adaptarse a este nuevo ciclismo versátil y trepidante, carecen de fondo, punta de velocidad, siguen sin mejorar en la crono, posicionamiento en el lote, y ya no son los mejores escaladores en puertos largos y menos cortos y explosivos. En el panorama solo se atisba gran calidad con resultados para cazar parciales y un top 10 en carreras por etapas en Buitrago y paren de contar.

Más allá empieza a caer una noche larga, gélida, espesa, sin luna. Y, de eso, con todo el respeto del mundo no hay mano oscura de la UCI, ni de ASO; ni Scotland Yard, ni de la Guardia Civil. Algo se está haciendo mal en el ciclismo colombiano. Colombia es un país enfermo una sociedad con un déficit de honestidad flagrante empezando desde sus más altas esferas hasta el pueblo raso, el ciclismo es solo es un reflejo de lo mejor que tiene esta nación, pero también de sus más enquistados males.

Oscar Trujillo

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