Ciclismo Internacional

Opinión: El fin de dos eras: el Landismo y la del rey de los intangibles

Por @pmpalermo

El Giro 2022 ya es historia y también es histórico, con el primer australiano en el palmarés del Senza Fine. Pero más allá de eso, y sin perder el respeto por el vencedor, queremos centrarnos en dos pedalistas con mucho más “mercado” y pedigree que vieron como acabó un segmento muy importante de sus vidas.

(Photo by Tim de Waele/Getty Images)

Se trata de Mikel Landa y Vincenzo Nibali. El primero, cultor del “Landismo”, porque no se consagró en la gran vuelta más a su alcance desde que es líder de algún equipo y enterró el movimiento que lleva su apellido; el otro, porque oficialmente no volverá a la Corsa Rosa y dirá adiós al pelotón a fin de curso.

Empecemos con el vasco, uno de los máximos aspirantes en la previa. Escalador genial cuando tiene el día, no encontró nunca sus mejores vatios este mes, y aunque propuso con más corazón que piernas, no estuvo ni cerca de hacerse con la general. Sí, la grande en la que casi no había kilómetros de crono (poco más de 26), su gran Talón de Aquiles. Sin los eslovenos presentes, con sólo un gallo de renombre y presente por delante -Carapaz-, habiendo gozado de fortuna en términos de caídas y percances, sin otros capos interfiriendo con sus galones de modo interno, con un bloque imponente que encima está entre los que más marcha hace un par de temporadas. Con la oportunidad de acrecentar su leyenda atacando ante el ejército de amarretes contra los que se enfrentó. Tenía todo a favor Mikel, y no lo logró.

Ninguna deshonra en eso, porque el cuerpo no es una máquina y los otros corren. Pero algo está claro: dejó pasar la mejor oportunidad que ha tenido desde el Giro que debió cederle a Aru, única en la que realmente vio de cerca el título. La de Sky en 2017 es sólo una idea del landismo, nunca hubiera batido a Froome y el segundo que lo sacó del podio sólo incrementa la narrativa de sus fieles.

Landa no sólo no fue el mejor escalador, fue el tercero mejor, tal como se vio en sus duelos con Hindley y Carapaz. Otro punto que desmistifica la idea en torno a su figura: que siempre supera al resto escalando y pierde por las cronos.

Si el bueno de Mikel no se alzó con esta edición del Giro, todavía en su “prime”, entonces no conseguirá nunca una grande. Su gran obsesión, el sueño que ha tenido desde que explotó en Astana allá por 2015. Se habían alineado todos los planetas aquí, el tren pasó y no pudo subirse.

Y por si hiciera falta la aclaración, sí, sabemos que sólo gana uno y que no son robots ni protagonistas de un video juego. Aquí se evalúa contextualizando el altísimo nivel del pedalista en cuestión y los objetivos por él mismo fijados. Y verlo casi sin excepción a rueda, sin inmolarse con alguno de sus teóricos y valientes movimientos, dejó sabor a poco. ¿Qué tenía que perder si lo suyo es regalar espectáculo antes que conformarse?¿o no?

En consecuencia, no es una locura afirmar que se terminó el landismo. Aún cuando sus fieles seguirán adorándolo ciegamente, porque necesitan un ídolo y pasará largo rato hasta que España proporcione un ciclista de la talla del vasco, y mucho más de los Valverde, Purito, Contador, Samu Sánchez y compañía. Pero es justamente esa necesidad la que ha creado algo que no es, una falsa ilusión que se acabó hoy en Verona.

Se va el rey de los intangibles

La otra historia del día es el cierre de un capítulo para Vincenzo Nibali. Un ciclista de otra época con un palmarés superior al que sus piernas deberían haber conseguido. Sí, porque el “Tiburón” fue -físicamente- pocas veces el mejor en una competencia. Pero supo suplir con otros recursos los vatios que echaba en falta, creando un mito en el proceso.

Nibali, el “rey de los intangibles”, porque sin ser el mejor en algo era capaz de sacar jugo a las piedras con mañas. Intentos en bajadas, avituallamientos, repechos impensados, y cualquier otra locura. Todo estaba en el libro de trucos del siciliano, un hábil lector de carreras y calendarios.

Porque también es una realidad que casi nunca se impuso en una grande ante los top del momento. Que le quiten lo bailado, él estuvo listo y no dejó pasar el tren como -por caso- el mencionado Landa.

Nibali, un atleta de otra generación, con más carácter. No salía nunca a hacer amigos y volcaba esa antipatía y ferocidad en el asfalto, algo poco agradable para muchos pero que bien podría servir de ejemplo a los simpáticos conservadores que hoy ruedan más de 3500 kilómetros para intentar ganar la general a falta de 2000 metros en la última cima del Giro.

Todavía quedan algunos meses de Vincenzo en el pelotón, y la idea de escribir estas líneas hoy es rendirle tributo (y quizás instar a que otros hagan lo propio) mientras ofrece sus últimos pedalazos, y no extrañarlo cuando ya no esté. Con Valverde es otro cuento, porque correrá mucho y con protagonismo constante, no como su par italiano, gran seleccionador de sus picos de forma.

Pablo Martín Palermo

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