Por @amatiz12
Primoz Roglic se merece todas las cosas buenas que le suceden por lo que ha sido como ciclista y particularmente, esta victoria en el Giro d’Italia recoge los frutos de años donde ha debido acostumbrarse a luchar contra la adversidad, reponerse y volver más fuerte que nunca. Es esa admiración acumulada la que otorga justicia a su nuevo logro, más no su actuación en sí durante estas tres semanas, pues su actitud -y la del resto de favoritos- ha entregado otra ronda italiana para el olvido.
Más allá de que la resolución del título haya sido asombrosa y haya puesto los pelos de punta a más de uno, sus niveles de emotividad no borran lo malo que ha sido todo este Giro, porque no existe otro adjetivo más para describir el sopor vivido en este inclemente mes de mayo.
Ataques como máximo pancarteros, conformismo dominante entre quienes podían asaltar la primera plaza y aquellos que se aferraron a un top-10 que poco sumaba a su bolsa de logros -como Damiano Caruso-. Todo eso sin contar la actitud conservadora en los más exigentes parciales, que llegó a tal extremo en una inolvidable fumada en el Gran Sasso o un ciclopaseo en míticos puertos dolomíticos como Giau o Tre Croci.
Lloverán argumentos que justifiquen lo injustificable. La severidad meteorológica -que nadie niega, aumenta la dureza de una jornada para el ciclista- o que tenían ante sí una temida tercera semana, etc.
El golpe de realidad es que ninguno asumió riesgos ya estando en la famosa última semana -es que ya venían cansados, dirán algunos-, poco hicieron cuando el clima fue agradable y hasta su negligencia obligó al recorte de una de las etapas con mayor exigencia cuando no existía impedimento alguno para la salud y seguridad de los protagonistas.
Ellos mismos, siendo unos amarretes y con su conducta pasiva, deshonraron una de las más hermosas competencias. Pocos se salvan de ese bochorno, como el combativo Derek Gee que irónicamente dignificó la carrera y no ganó nada; o el mismo Ben Healy, que atacó insaciablemente incluso sin la aprobación del más tiránico y aburrido de los elencos, INEOS.
Pero volviendo al corredor que acapara este texto, se debe dejar en claro que todo lo descrito aplica también para él, porque poco propuso y cuando lo hizo, estuvo carente de su habitual convicción y seguramente también de esa chispa que en sus mejores años lo tenía en modo killer. Su única jornada de esplendor fue en Lussari, pero de resto, nunca dio esa sensación de exhibir la versión que se conoce de él. Eso mermó el entretenimiento.
Quizá por eso queda ese sinsabor también con Geraint Thomas, quien de haberse quedado primero, seguramente le dedicaría unos párrafos similares. Admirable por su consistencia, la vigencia que tiene con 37 años a sus espaldas y la virtud de mantenerse competitivo en un deporte que año tras año evoluciona y eleva su nivel, pero distante de simpatizar con su forma de correr, un diésel que fue a rueda de sus contrincantes, dio la cara al viento sólo lo necesario y que nunca aprovechó su superioridad para sentenciar antes. Así como su tren, que meritoriamente no fue recompensado por sus aires autoritarios del extinto Sky -en todos los sentidos-.
Roglic es un tipo con clase al que muchos minimizan su talento tildándolo de conservador -claro que en estos días han demostrado no estar del todo errados-, pero que a diferencia de muchos, se ha visto obligado a superar eventos arrolladores deportiva y psicológicamente: el Tour 2020, las caídas en grandes objetivos, la mala suerte… De todo eso se recompone con victorias de peso, los Olímpicos, La Vuelta y ahora esta Corsa Rosa.
¿Recuerdan esta estadística previa al Giro? “Primož Roglič ha ganado tres de las últimas cuatro Grandes Vueltas que ha terminado, pero no ha terminado tres de las últimas cuatro Grandes Vueltas que ha comenzado”.
Lo que prueba, una vez más, es que además de seguir siendo una garantía, este es un ciclista que ha sabido jactarse un palmarés de calidad cuando el mismo infortunio se lo ha querido impedir, incluso, dejando esa idea de que si no fuera tan salado algún botín más se habría llevado.
Aquí llegó tras dos abandonos consecutivos en rondas del género, en un hilo de dudas más fuerte que nunca, casi que en riesgo de perder su valía como vueltómano ganador. Por más que pretende ocultarlo con su espontánea forma de ser, cargaba con una enorme presión sobre sus hombros.
Agreguemos que llegó a jugarse la carrera en una cronoescalada, misma modalidad con la que perdió trágicamente aquel Tour, un recuerdo que seguro se le vino a la cabeza y más aún cuando se le salta cadena en su momento más pletórico. A cualquiera se le revienta el nervio, más cuando a ojos de muchos, pareció ser ese el hecho que lo condenaría de nuevo a la derrota.
El ídolo eslavo no entró en pánico y cómo lo ha demostrado a lo largo de toda su vida como profesional, salió de ese golpe más fuerte y en lugar de hundirse, terminó por derrochar vatios y arrasar a su rival para así llegar a la gloria. Si no ganaba así, no era una victoria a lo Roglic.
Fue una impecable muestra de lo fuerte que es mentalmente, de verdad tiene una cabeza ajustada al calibre de un gran campeón. Y es un mérito que sólo un selecto grupo de personas pueden alcanzar.
Son detalles como esos, los que realmente generan satisfacción y alegría por su éxito, pues son las cosas que han producido adhesión con la afición y las que han cimentado su grandeza.
Nadie recordará este logro por cómo lo consiguió, pues su forma de correr fue triste y gris como la misma prueba, sino por lo que él representa y porque recompensa toda la mierda que ha comido para seguir siendo uno de los mejores. Por eso es que realmente este Giro vale mucho para Rogla.
Alejandro Matiz
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