Por Andrés Gómez León
En el cierre del Tour 2020, prensa, seguidores, directores y corredores forman sus conclusiones. A excepción de la feliz Eslovenia, el común denominador desde múltiples y diferentes latitudes es desear mejores resultados en la prueba más difícil del ciclismo de ruta. Establecer balances puede transmitir reflexiones para entender mejor la competencia cultivando cultura ciclista.
Parte de la prensa y muchos aficionados titulan la participación de los latinoamericanos como fracaso al no conseguir título, podio, ni clasificaciones secundarias. Otro grupo numeroso defiende a ultranza la representación de los nuestros sin importar sus resultados ni las razones de estos, observan la mera participación como sinónimo de victoria. La opinión se mueve entonces al vaivén de la polarización que se arraiga y consume a la región en áreas tales como la política.
Así, la calidad del debate disminuye. La prensa deportiva no ayuda, los espacios en noticieros y programas radiales de alta audiencia, así como las columnas de opinión son copados por comentaristas de fútbol que poco o nada conocen de ciclismo -aunque las más de las veces tampoco de fútbol- anidando sus opiniones en los extremos de la alabanza y la crítica destructiva.
Algunos ejercen un periodismo complaciente, nacionalista, incapaz de profundizar en temas de la preparación de los deportistas por el temor de no recibir entrevistas o ser considerados apátridas. Otros, en busca de audiencia, niegan progresos evidentes sin contemplación alguna. Los análisis objetivos existen, pero escasean.
Por parte de quienes todo lo ven bien, haciendo caso de la poco fiable actitud de medios que llevan a los corredores al estatus de seres mitológicos hay que tener presente que, si bien llegar al Tour tiene mérito, puesto que allí suelen ir los más fuertes en cada año, la idea de participar en una competencia es destacar y procurar ganarla.
Para este grupo es difícil reconocer que Bernal quien buscaba mantener su título, teniendo a disposición un equipo conocedor de la prueba, el de mayor estatus, presupuesto y número de títulos recientes, no pudo adaptarse al ritmo de la competencia, perdiendo sus opciones en la etapa 15 y retirándose en la 17 con resultados muy inferiores a los de los aspirantes a la amarilla.
Independientemente de sus declaraciones, las cuales oscilaron entre el desconocimiento de su rendimiento y el arrastre de dolores físicos, su proyecto de defender el título, sin duda, fracasó. Hasta el Grand Colombier se mostró con potencial y estuvo en los puestos de privilegio, pero su condición como capo del equipo que mejores resultados ha tenido en la prueba en el presente siglo estuvo por debajo de lo esperado.
Afirmarlo no implica olvidar su triunfo histórico, ser su enemigo, o dejar de reconocer que es un símbolo deportivo que ha brindado enormes alegrías, ejemplo y esperanza. Sin embargo, lo que menos necesita él y la opinión es decirse mentiras. Un autoengaño sobreprotector ofrece poca reflexión y espacio de mejora a futuro.
A este grupo le cuesta reconocer que no hubo otro corredor de la región que pudiera tomar la posta. Nairo, López o Urán, quienes ofrecían esperanza, no lograron materializarla. Más allá de circunstancias particulares, el podio les fue ajeno y cierto es que nunca se observó una opción real de triunfo en París. Cuando Urán o López estuvieron en el podio, se vislumbraba la potencialidad latente de perderlo -como efectivamente sucedió-, por sobre la opción de atacar otra posición.
En la otra orilla se encuentra el grupo que ejerce la fracasomanía. Este es un término que se utiliza en ciencias sociales y económicas para referirse a balances y situaciones del acontecer de una nación. Albert Hirschman la definió como una actitud prejuiciosa muy común en América Latina que impide reconocer los avances colectivos y que surge como resultado de la falta de un proceso de observación analítica.
Se trata de una corriente incapaz de observar resultados positivos. Para este grupo, los 3 podios de Nairo Quintana [2013, 2015, 2016], el de Urán [2017] y el de Parra [1988] saben a poco. Afirman que solo el campeón merece mención y que después de este, todos los demás son perdedores, con lo cual califican como fracaso la actuación en Francia.
Bajo esta visión incluso declaran que el título de Bernal fue una coincidencia por la finalización prematura de la etapa 19 del tour 2019. Si el tema es el segundo o tercer lugar en el podio, en lugar de aplaudir el logro, las palabras se dirigen a una supuesta falta de ambición del corredor de turno, a su falta de ataque, a un supuesto conformismo y a la falta de un ADN realmente ganador.
En los triunfos parciales de etapas responden que no tiene virtud cuando ya se perdían 17 minutos en la general o, que partir del grupo para ganar cuando faltaban 2 km es torpeza al dejar de lanzar ataques lejanos. Son desconocedores del mérito y del trabajo que hay detrás de cada victoria. La premisa de sus afirmaciones es el pesimismo.
Colombia ganó dos etapas en el presente Tour, la 13 con Daniel Martínez [EF] y la 17 -catalogada como la etapa reina- con Miguel Ángel López [Astana] en un Tour en el que fue evidente la dificultad por lograr las fugas y sacar diferencias. Obtuvo además dos puestos entre los mejores 10 de la general final en el debut de López [6to] y el incombustible Rigoberto Urán [8vo].
Aún con estos resultados, respecto al año pasado por supuesto hay retroceso, ya que Bernal es el primer campeón latinoamericano. Pero el panorama es diferente si se toma un periodo de tiempo mayor para realizar el análisis sugerido por Hirschman. Durante muchos años la participación latinoamericana en el Tour fue inexistente o mínima. Hoy la situación es diferente, existen corredores en cantidad y con la potencialidad de lograr triunfos parciales y finales.
Probablemente la fracasomanía pueda interpretarse como un movimiento que resulta de considerar un tema que enlaza lo económico con lo psicológico: las expectativas. Después de Egan, en Colombia se vendió la idea de invencibilidad de los escarabajos en varios círculos, pero el Tour es una competencia de altísimo nivel, en la que lo único seguro es la alta dificultad.
Si se parte del título obtenido en 2019, cualquier resultado diferente permitirá la crítica. De allí que dos etapas y dos lugares entre los mejores diez son un caldo de cultivo para la fracasomanía. Carapaz representa un caso similar en cuanto a las expectativas: asistió intempestivamente al Tour, primer ecuatoriano en la historia de la prueba, puesto 13 y mejor de su equipo en la general, segundo mejor escalador, logró dos segundos lugares en etapas y fue el corredor con más kilómetros en fuga.
En cualquier otro momento del tiempo su participación se consideraría fenomenal, pero después de su magnífico Giro 2019 el listón sube, se exige y se quiere más. La opinión no se concentra tanto en los logros enunciados, como en el lamento del público por no haberlo visto con opciones en la general, terminar como rey de la montaña, o en el top ten final.
Endiosar a los embajadores ciclistas, así como desconocer y minimizar sus logros está haciendo carrera en el continente. Si bien es ingenuo equiparar la participación a una victoria, tampoco es cierto que solo el primero importe, nadie podría desconocer el buen papel de Roglic en esta edición. Las competencias deportivas suelen reconocer el podio y también a quienes no lo alcanzaron como medida de alentar su esfuerzo y buen desempeño, los diplomas olímpicos son ejemplo de ello.
No se debe titular como fracaso una actuación en la prueba más dura y emblemática con estos resultados. Hoy hay más razones para el optimismo ciclista en Latinoamérica que en cualquier momento de la historia. Muchos países quisieran “fracasar” de esta manera en la prueba de mayor alcurnia.
Esto no quiere decir que no haya nada por mejorar, existen importantes y numerosos retos a futuro para los nuestros: el eterno obstáculo de las cronos, las estrategias en los abanicos, la media montaña con explosividad, la adaptación a los nuevos diseños de los recorridos, el manejo de los lideratos compartidos, de la presión y del éxito, entre otros.
Acudir al facilismo del aplauso o del abucheo empobrece. Esquivar estas salidas y apreciar el logro en su justa dimensión es más complejo e impopular, pero a la vez, es lo que se necesita al cultivar cultura ciclista.
La impresionante generación que llega como contrincante demanda estrategias. Escribir más sobre Pogačar es innecesario, su espíritu infatigable mostró que existe mucho por explorar y aprender de él y de su comportamiento en competencia. A su lado se viene Remco y se suma cada tanto otro nuevo talento. Derrotarlos requiere análisis, adaptación y trabajo, ninguno proviene del aplauso gratuito, tampoco de la negación del progreso.
La vida suele transcurrir en una escala de grises más que en blancos y negros. Que nadie se confunda, la invitación para combatir extremos viciosos, evitar posturas acríticas y ser absorbidos por la fracasomanía, se dirige a la objetividad, no a la complacencia.
Andrés Gómez León
Magíster en Ciencias Económicas. Docente Universitario.
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