Por @pmpalermo
Una vez más, como si hiciera falta a esta altura, Chris Froome demostró por qué es el máximo vueltómano de su generación. El británico, que parecía reventado en la primera mitad del Giro -a tal punto que llevó a este servidor a descartarlo erróneamente- cumplió con un plan perfectamente trazado y volvió a quedar en lo más alto.
Por supuesto que el plan era alcanzar el pico de forma en la tercera semana, a la que no contaba con llegar tan retrasado (4:52 antes de la CRI). Pero, como todos los grandes campeones, el de Sky corrigió los errores apelando a la épica como pocos en la historia. Y la jugada fue magistral.
Así, dinamitó el Giro con un despegue a 80 kilómetros del arribo en la 19° fracción. A todo o nada, sin el temor que tanto predomina en el pelotón actual, y sin mirar atrás. Froome inscribió su nombre en los anales del deporte pedal, alcanzando su tercera ronda de tres semanas consecutiva y envió un mensaje a quienes dudaban de su vigencia desde que saltó su Analítico Adverso.
No obstante ello, lo más interesante de su conquista es la enorme capacidad demostrada -una vez más- para adaptarse a las circunstancias. Esa que ya exhibió en temporadas previas para superar escollos que pusieron en entredicho su reinado en el Tour y, más recientemente, para alzarse con la Vuelta.
A modo de rápido repaso, tras sufrir en el epílogo de su primer título galo, el “keniata” evidenció cambios en 2015, cuando arrasó a los contrincantes en la Pierre Saint Martin, sumando una diferencia mayor a la que ya tenía por no haber quedado cortado en los abanicos de la etapa 2. Adicionalmente, se mostró más seguro en los descensos donde antes sufría lo indecible y hasta se dio el lujo de atacar en el pavé.
En 2016, cuando no dominaba escalando, golpeó psicológicamente en un descenso y en el llano, remantando en las cronos. Mientras que, en 2017, algo crudo pensando en el doblete, controló casi a su antojo y recolectó segundo a segundo camino de París, aprovechando el excesivo respeto que le tuvieron.
Ahora, de cara a otro doblete, acudió en peor forma que la de julio último, creció a lo largo de la competencia y acabó pletórico. A eso le añadió la estirpe que sólo los campeones llevan dentro, callando a quienes lo descartamos anticipadamente. ¿Y por qué lo hicimos? Porque hacía años que no sacaba diferencias amplias en un único parcial montañoso y, con lo enseñado hasta el Zoncolan, nada ayudaba a defender su causa.
Pero además, el nacido en Nairobi hoy está de nuevo en lo más alto porque se salió del libreto, corriendo de un modo inédito para él, uno más propio de Alberto Contador, que le valió para hacerse con su triunfo más espectacular. Una movida que sale bien una de cada diez veces que se intenta y, en el caso que nos atañe, tuvo final feliz.
En definitiva, el viejo dicho que reza “Nunca subestimes el corazón de un campeón” se hizo efectivo, dejando en evidencia que el británico es el más grande de su generación, que nunca consiguió sus dianas por casualidad y que el resto está muy lejos de poder hacerle sombra cuando está pletórico.
Pablo Martín Palermo
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