Ciclismo Internacional

Opinión: La complejidad que implica reducir las tres grandes a dos semanas

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Por Oscar Trujillo Marín

Hace unas semanas, ante la evidente complicación para intentar salvar la temporada ciclista, el ex presidente de la UCI Brian Cookson, lanzó una idea extrema motivada por las circunstancias excepcionales: acortar las rondas de tres semanas -al menos por este- año a dos. La iniciativa fue de inmediato rechazada por organizadores y buena parte de los mismos corredores.

Quizás solo Lefevere, Dylan teuns y pocos más manifestaron apoyo a la propuesta del inglés. La ofensa por parte de Unipublic y RCS Sport (organizadores respectivamente de Vuelta a España y Giro de Italia) se hizo inmediata con su respectivo rechazo automático. Por su parte, ASO (dueña y señora del Tour de Francia y con más poder en el ciclismo que la misma UCI) sabiéndose por encima del bien y del mal, ni se molestó en planteárselo y contestar siquiera.

En cualquier caso, y haciendo salvedad que solo el desatado virus tiene la última palabra, y por mucho que hayan dado fechas, estas pueden difuminarse también si la situación no cede, es interesante mirar la complejidad de quienes deciden no acortar y por qué lo hacen. Al parecer no es tan fácil, y menos así de sopetón.

Tomas Van Den Spiegel, CEO del Tour de Flandes, dijo para la tv belga Sporza: “Hay más que la clásica y típica historia emocional en la que el chovinismo, el orgullo y el prestigio son los elementos decisivos para no reducir una gran vuelta. Por el momento, nadie está ansioso por renunciar a una semana de competencia. Estos son tiempos difíciles para todos. Para RCS (Giro), para ASO (Tour y Vuelta). Todos esperan tener tantos días de carrera como sea posible para limitar el enorme daño financiero que el solo aplazamiento ya ha causado”.

Es simple: los organizadores supeditan sus ingresos en exclusiva a patrocinios y contratos con los medios. Se paga mucho más (con gran diferencia) por una carrera de tres semanas que por una competencia de dos. O mejor aún, una carrera de 21 días -que alcanza a abarcar cuatro fines de semana, suelen empezar los sábados- vale más que una prueba solo con tres fines de semana. Es evidente que los fines de semana son los más rentables de lejos, por una mayor y masiva audiencia. En ellos se programan las etapas de montaña cruciales o parciales más relevantes. Ahí nace la reticencia a ceder.

El problema es que cambiar drásticamente sobre la marcha significaría perder mucho dinero y nadie quiere dar ese primer paso. Esto se ha planteado desde hace años (la reducción a dos semanas de las tres grandes) para armonizar mejor un calendario cada vez más abarrotado de carreras, pero se ha ido aplazando, aparte de que al Tour no le interesa en absoluto.

Por eso está siendo tan complejo para la UCI armar -al menos- un medio calendario completo. Las tres grandes se comen el 80 por ciento del corto tiempo disponible y se rehúsan a acortarse aunque sea de manera excepcional este año. La UCI ahora quiere elaborar un calendario lo antes posible, pero el tira y afloja todavía está en pleno apogeo. Sin embargo, es evidente que lo que está pasando es inédito en los tiempos modernos y su gravedad y excepcionalidad invita al menos, por una vez en la vida, a que prime la solidaridad entre las mismas carreras. Puede ser un buen momento para intentarlo. Bueno, con permiso del virus, claro.

Oscar Trujillo Marín

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