Por @pmpalermo
Genera amor y odio por igual, sinónimo de su importancia. Y puede gustar o no su estilo, pero es innegable que Nairo Quintana pasará a la historia como uno de los ciclistas más relevantes de su generación y, sin dudas, de la historia de Colombia.
Dueño de un talento único que, quizás, no aprovechó de la mejor manera por malas decisiones de su equipo y también propias, Quintana ha sido generador de debates desde su explosión en el pelotón mundial. Básicamente, porque siendo el mejor escalador puro durante un lustro, nunca sacó el rédito debido en el Tour de France, su gran cuenta pendiente. Sí, lo tuvo a tiro y no aprovechó las circunstancias.
Pero al margen de eso, largamente debatido, hoy toca hablar de otro Nairo. El que viene, el de la madurez. Con 30 años recién cumplidos, el tunjano ha ingresado en la fase final de su periplo profesional, sus últimos años buenos. Y es conveniente analizar qué esperar de él en los mismos.
Hace un par de campañas que Nairo dio muestras -involuntariamente- de lo que podría ser su vejez ciclística. Es que nunca dejó de pensar en la general allí donde tomó la partida, pero rara vez estuvo en la conversación real, cosa que ha pasado a ser exclusividad de Roglic, Bernal, Carapaz y compañía.
Aún así, como todos los grandes, Quintana dejó su huella. Sin mover nunca los vatios de los campeones de 2018 y 2019, se las ingenió para ser top 10 en rondas de tres semanas y ganar etapas. Poco para el Nairo de 2013-2017, y lo normal para el que vino luego.
Está en él y su entorno asumir esa realidad, oficializarla y dejar de gastar energías en luchar por un 5to puesto en el Tour o la Vuelta. ¿Por qué? Porque su capacidad de base es tan alta que le sobra para eso, que en simultáneo lo hace lucir mal. Escalar con el segundo grupo de gallos, mirando el puestómetro, no es para él.
Por contrapartida, tiene con qué maquillar su palmáres, recolectando victorias de alta alcurnia en cantidad. Es decir, las mismas etapas que ha ganado las dos pasadas temporadas una vez que dejó de ser amenza en la general. Y en mayor cantidad, puesto que podría liberarse más temprano de responsabilidades, ceder tiempo y recuperar energías entre parciales.
Sin exagerar, el colombiano tiene el potencial de sumar varias fracciones por cada grande en fugas de montaña. No tendría rival entre sus compañeros de aventura más que algún ocasional capo caído en desgracia, como sucedió con Bardet el día del Galibier.
Por supuesto que acumular clasificaciones en la decena de avanzada de aquí a su retiro sería loable, pero para un corredor que fue señalado para hacerse con la Grande Boucle y que llegó a lo más alto en Giro y Vuelta, eso ya suena a poco. Por caso, verlo rodando y sufriendo junto a -con todo el respeto que merecen- Hagen, Soler, Kelderman o Majka en una Vuelta de poca monta, desluce su pasado.
Además, el foco en generales lo obligaría a seguir siendo conservador, algo que difiere del Nairo de sus años mozos, ese que algunos pudimos disfrutar antes de su transformación. Ya no tiene sentido y encontraría la oportunidad de regalar un ciclismo ofensivo con el que llenar los ojos de los aficionados. Tal como hace en el resto del calendario, mayormente en rondas de una semana.
Por si no quedó claro, quien escribe ya no cree que el boyacense tenga en sus piernas un título en citas de tres semanas. Esa historia de las tácticas de Unzué y el poco afecto recibido en el equipo no hacen la diferencia cuando sólo queda él con sus contrincantes. O sí, pero entonces sería una debilidad propia, porque Froome llegó a lo más alto soportando agresiones físicas y verbales a lo largo del camino en varios de sus Tours, mucho más grave que la falta de cariño.
Los datos crudos marcan una merma en sus vatios desde hace un par de temporadas. Es lo que es y no hay vergüenza alguna en ello. Es oportuno recordar la precocidad de Quintana, que también sería víctima del prematuro desgaste que ha venido enfrentando desde pequeño. Adicionalmente, ha bajado al Arkéa-Samsic, formación Pro Continental de buenas intenciones y proyección que, por ahora, no puede ofrecerle un contexto suficiente como si lo tuvo en Movistar.
Nairo tiene que cambiar el chip. Si lo hace, se convertirá en uno de los mayores atractivos del pelotón y podrá revertir la imagen que muchos tienen de él desde 2016. Esa en la que rara vez da relevos y enseguida mueve el codo pidiéndolos, temeroso de perder lo obtenido antes que salir a por todas sin importar las consecuencias. Le sobra capacidad, nadie le quitará lo bailado y su palmarés quedará entre los más relevantes del ciclismo latinoamericano.
Es la ley de la vida iniciar el declive en algún momento, y él tiene la chance de hacerlo de un modo único. Ojálá lo acepte y vuelva a ser portada reiteradamente en los principales puertos del calendario internacional. Tal como en el mítico Mont Ventoux durante el reciente Tour de la Provence.
Párrafo aparte para lo que logró allí, donde encontró vatios propios de su versión más agraciada. Sí, en un evento de poca categoría, contra rivales de poca entidad o en una condición pobre y en un parcial sin dureza previa. Además, en un marco completamente diferente al de una cita de tres semanas. Pero escaló como pocos pueden, ratificando la idea de quien aquí se expresa. Que el árbol no tape el bosque. Su performance fue genial, pero no garantiza nada en julio. Esto ya se vio los cursos previos.
Seguramente, ni él ni Arkéa acepten una idea como esta en su primer año de relación y está bien. La inversión realizada obliga a ir por todo. Pero, luego de que se repita su top 10 y alguna etapa en la Grande Boucle, tal vez sea tiempo de tomar la determinación más trascendente de su periplo profesional. Y si eso pasa, el reconvertido Nairo será un show.
Pablo Martín Palermo
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