Por @pmpalermo
Nairo Quintana se reconcilió con el Tour, consigo mismo y con su gente. Señalado por muchos de nosotros como el mejor escalador puro del pelotón, se echaba en falta una actuación como la que el pequeño colombiano se sacó de la galera en el monstruoso Portet.
En parte, no fue sorpresa que el escarabajo de Cómbita volara en una trepada del género. No en vano es el grimpeur por excelencia en trepadas de 40 minutos o más y, sobre todo, si las mismas tocan los 2000 metros de altura con los que él está tan familiarizado por sus orígenes.
Pero, luego de dos semanas en las que nunca lució como en sus mejores versiones, era incierto saber qué esperar de su parte. Poco tardó en despejar esa duda, puesto que salió disparado desde la base de la subida, atacando a los demás gallos, Landa -que quedó maniatado– incluido. Era él o su colega, con quien dicho sea de paso, está en buenos términos. Quien no accionara se vería supeditado a lo que hiciera el otro.
Quintana sabía que debía saltar de lejos, (sí, 15 km debe ser ponderado como lejano en el ciclismo actual) sin mirar atrás ni pedir/esperar relevos si quería alzarse con la gloria. De hecho, hace años que los escaladores tienen claro que sólo desde largos rangos se puede quebrar al Sky. Distinto es que no puedan o no se animen.
Volviendo a Nairo, su puja no era sólo contra los británicos, sino con su orgullo, tocado por las críticas recibidas, muchas con razón siendo una de las máximas figuras del deporte pedal y uno de los aspirantes a la corona gala en la previa. Nunca en las 16 jornadas previas lució como tal.
Además, el sudamericano retribuyó un poco a sus compañeros, que se cansaron de preparar el escenario para que ataque durante los Alpes, sin que él tuviera piernas o valor para saltar. Las cosas son como son, y hay que decirlas.
En el Portet, Nairo gozó de cierta libertad, puesto que los integrantes del top 4 estaban en otra cosa y, dato no menor, tienen la crono del sábado a su favor. Pero aún con ese margen de maniobra, había que tener muchas piernas para concretar la gesta.
Los 50 minutos a 5.9 w/kg -números redondeados groseramente- son una evidencia incontrastable de que el colombiano encontró la forma con la que había amenazado en el Tour de Suiza, esa que lo caracterizó en sus inicios profesionales, antes de ser domesticado por Unzué.
Así las cosas, se regaló un triunfo de prestigio que lo aupó en la general. Tabla en la que ahora, siendo positivos, puede soñar con un podio como mucho. Porque si bien nada es imposible, la realidad marca que los cuatro hombres que lo anteceden están sólidos y son superiores sobre la cabra.
Claro está, con la moral inflada y su historial de fondista que se crece en terceras semanas, el cafetero tiene con qué ilusionarse. Especialmente si se considera la fatiga acumulada en Froome y Dumoulin, y la incertidumbre en torno a dos atletas que jamás se encontraron en la situación actual, como Roglic y Thomas.
La etapa 19 es monumental, aunque los descensos son muy expuestos como para hacer camino en solitario. Sería una hazaña -literalmente- desbancar a rodadores tan en forma en la fracción en cuestión.
El Tour 2018 aún no acaba, aunque se antoja acabado. Al menos para Nairo y su Movistar, formación que acudió con una publicitada tricefalia que prometía de todo y, hasta el momento, parece se marchará con una victoria parcial y la clasificación por equipos.
Mucho que replantearse y analizar para los telefónicos y su capo colombiano. Al menos éste decoró su desdibujada imagen con una presentación en la etapa 17 que le brindará un segundo aire y margen de maniobra a la hora de negociar calendario y condiciones con su patrón.
Croners al poder
La otra arista que se desprende de lo vivido hoy y, en este punto, durante todo lo que llevamos de competencia, es que son los contrarrelojistas quienes han tomado el mando en una época donde las cronos son cada vez más escasas o extremadamente recortadas.
Chris Froome, Tom Dumoulin y, en esta Grande Boucle, Primoz Roglic y Geraint Thomas, han subido tanto o más que Landa, Kruijswijk, Bardet o Dan Martin. Y encima, estos no tienen chances de devolver la afrenta sobre la cabra.
Es el mundo del revés, pero es lo que hay. Y ni así aprenden los escaladores, que siguen esperando a rueda para salir en el puerto conclusivo de cada jornada. Ya no es novedad esta tendencia, con la que el propio Quintana se topó en el Giro 2017, y todos los demás en cada evento que disputó Froome.
El tema es interesante y profundo, tanto que amerita un artículo aparte. Aquí, simplemente marcar una realidad y la ineficacia de los adversarios para contrarrestarla. Porque, está claro, salvo un revolcón antológico camino de Lauruns, el Tour será de un croner.
Pablo Martín Palermo
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