Por @amatiz12
Tadej Pogacar venció holgadamente el primer mano a mano frente a Jonas Vingegaard y aunque está lejos de ser una referencia para la batalla principal que tomará lugar en julio, sí traza una diferencia de estilos, que para el esloveno puede verse condicionado a futuro si se repite el resultado adverso en la Grande Boucle, algo que este servidor no desea que suceda por el bien del ciclismo.
Vale la pena aclarar que lo sucedido en esta Paris-Nice no significa ni que Vingegaard ya no esté para ganar el amarillo ni que Pogacar arrasará en el Tour. Son dos ruteros que afrontan la aproximación al gran objetivo de formas distintas, uno con calma y una preparación cuidadosamente medida para la carrera principal y otro que compite por la victoria con el mismo ímpetu, aunque ello pueda pasarle factura más adelante.
Entonces, lo “normal” era que se impusiera ese método de rebeldía y ambición sobre el estilo clásico, porque para Tadej es inevitable dejar pasar chance alguno de triunfar, mientras que a Jonas poco le importa nutrir ese palmarés en el camino con tal de reservar su mejor versión para julio. Y eso es lo que da pie al argumento en cuestión. El danés es un hombre Tour más, el de Klanec no.
Vinge es de esos que no brilla mucho durante la primavera y que desde la llegada del verano, por allí en Dauphiné, ya está fino y con una condición que ninguno de sus adversarios igualan. Eso mismo hacía Froome o incluso Armstrong -sin olvidar sus pecados- y les salía bien, por lo que resulta imposible reprochar una fórmula que es ganadora. Seguir esa senda no hace malo al líder del Jumbo ni mucho menos.
Sin embargo, en términos de espectáculo y honor, ¿qué es mejor?, ¿alguien que sólo rinde cuando le toca y que el resto del año anda “desaparecido” (un decir, Vingegaard igual saca buenos resultados)? o ¿aquel que sin importar dónde y cómo compita por la victoria a lo largo y ancho de toda la temporada? Respetando gustos, para mí la respuesta es muy clara.
Y sobre todo hay que dar valor al hecho de ser contemporáneos de alguien que vive el ciclismo bajo esa filosofía, porque es inhabitual. Ningún otro vueltómano -por objetivos y nivel- es capaz de rendir de febrero a octubre y estar en la disputa de cualquier género de cita. Pogacar busca ganar en clásicas, vueltas por etapas, sterrato y hasta en los adoquines. De hecho, después de San Remo, tendrá un cronograma cargado de pruebas flamencas: E3, A Través de Flandes y la reina de todas, De Ronde.
Creo que todavía no dimensionamos lo que significa tener a alguien así. Pasarán años y años para que aterrice un ciclista con esa mentalidad y en ese entonces, la ausencia de Pogi se sentirá. No obstante, cabe la posibilidad de que seamos privados prematuramente de esa esencia.
Es innegable que en el deporte profesional el resultado es lo que más pesa y no existe pasión o melancolía que se interponga a esa realidad. Pogacar factura salario de estrella y la principal exigencia es el Tour, por lo que un segundo traspié allí bien podría generar un replanteamiento sobre su forma de correr durante la preparación ya que no es irracional pensar que ese derroche es lo que lo haga estar medio escalón por debajo en carreteras francesas.
Cierto es que desde la interna del UAE han afirmado que tanto corredor como equipo se han profesionalizado más y están corrigiendo fallas cometidas para que la derrota no se repita. Y lo mejor sería que esos ajustes den frutos, pues demostraría que el problema va ligado a cuestiones ajenas de su ambición en otras pruebas. Pero si no es el caso, esa variable ingresa dentro de la ecuación y bien puede ser eliminada -con razón de causa- si ello implica garantizar tener el Maillot Jaune en París.
El Tour es y será la prioridad, es el rey de todo, con el suficiente poder para obligar a sacrificar esa esencia con tal de llegar a su trono. Por eso cobra tanta importancia en este 2023, será el juez del destino de la forma de ser del esloveno.
Se entiende a los aficionados que se agotan de ver ganar a un sólo ciclista, pero también hay que comprender que no es todo culpa de Pogacar. Él no tiene la responsabilidad de que por ejemplo hoy, en una etapa que tradicionalmente es de ataques lejanos, todos hayan ido a su rueda esperando a que él los remachara en el último puerto. Son sus rivales los que se rinden ante él y no buscan métodos alternativos a la fuerza para derrotarlo. Eso sí es lo que hace aburridora esa superioridad, no su protagonista.
Aparte a él le puede bastar con ir a rueda y vencerlos a todos al sprint y sin embargo decide pasar al ataque y proponer ofensivas. No veo cómo él incentiva a que las competencias se vuelvan sosas.
El punto es que seguir deleitándonos con su hambre de victoria dependerá de su resultado en la ronda gala y aunque no somos promotores del fanatismo por un pedalista -en específico, resulta imposible desear que Pogacar deje de hacer estas cosas, porque son acciones de un ciclista de época y un ciclista de época no emerge todos los días, pero sí es un regalo para aquellos que pueden verlo así sea desde la TV.
Alejandro Matiz
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