Por Oscar Trujillo
El posmodernismo llegó un poco tarde al ciclismo, en comparación con la filosofía (Foucault, Derrida, Deleuze, Buttler, finales de los sesenta y setenta) o la literatura (Kurt Vonnegut, Italo Calvino, William Burroughs, David Foster Wallace…) Pero, finalmente llegó y trastocó el ciclismo profesional de ruta de manera radical. Subversión total de paradigmas, métodos, versatilidad, tiempos, vigencias, hegemonías y resultados.
Cuando los antropólogos e historiadores forenses deportivos del futuro, (Los Gil Grissom del siglo XXV, si es que llegamos tan lejos…) muy listos y con gafas, intenten explicar como “el ciclismo de toda la vida” en los albores del siglo XXI, de repente, de un día para otro, mutó en este alarde de audacia y genialidad –apoyado por un brutal avance tecnológico y de medicina científica aplicada a los atletas- tan sólo al alcance de unos pocos privilegiados, tendrán que citar como precursores a Pogacar, Vingegaard, Van der poel y Evenepoel. Qué, como es apenas obvio, serán los Foucault, Buttler y Derrida en relevancia disruptora (Y “deconstructora”, por supuesto)
Nada de los conceptos, premisas y axiomas que sustentaban la lógica histórica del ciclismo documentada y probada en más de diez décadas sirve ya. Nada. Pogacar gana sin resistencia mínima en cualquier escenario y terreno desde los 20 años, a menos que se encuentre con Mr letal-Iceberg Jonas vingegaard en grandes vueltas (uno de su tamaño, en este caso emparentado con Tor, Heimdal, Balder y toda esa gentuza de deidades escandinavas) o con el nieto de Poulidor o Remco en competencias de un solo día.
¿Ha sido emocionante el primer tercio del giro de Italia 2024, a pesar del apabullante dominio del prodigio esloveno? Sí, y no. (En coherencia con los hegemónicos grises posmodernos) Sí, porque da gusto ser testigo del despliegue, audacia y alegría para correr de uno de los mejores ciclistas de la historia como lo es el brillante corredor nacido en Klanec (guarden eso, y fírmenlo para la hemeroteca. Este chico, de forma insólita, inédita y prematura, ya hace parte de los 10 más grandes de la historia, va en claro ascenso en su fulgurante y versátil palmarés, tiene sólo 25 años, y lo que le falta…)
Y no, porque este aparatoso salto de cadena y piñones en el ciclismo profesional de ruta, (del 11 al 51 más o menos de un solo tirón) que empezó en el 2019, con la precoz victoria de Bernal en el Tour de Francia con tan sólo 21 eneros (después de casi cien años de no conseguirse a tan poca edad, y saltándose el conducto regular de mínimo tres años de “aclimatación” en la máxima categoría y maduración óptima a los 28 años…) ha dejado al resto del pelotón mundial en una situación de impotencia e inferioridad dolorosa. Geraint Thomas, Bardet, los Yates, Roglic o el mismo Bernal -tras la negativa ventaja involuntaria que dio con su accidente-… es decir, la mera, mera élite de los especialistas en pruebas de tres semanas, desde hace un lustro, de un año para otro están en una dimensión y galaxia inferior, muy lejana.
Amo el ciclismo como el que más, pero se me empieza atragantar el abismo que separa a este puñado de genios -superhéroes en el concepto más nietzscheano o semidioses en el más helénico- y al resto de los sacrificados, esforzados y talentosos corredores del montón*. (* El montón incluye a los 500 mejores y más preparados ciclistas profesionales del mundo entero, que disponen de los mejores materiales, alimentación, tecnología y preparación, que, no obstante, al lado de ellos parecen globeros, rodillones, barrigones amateurs de fines de semana)
Las primeras 10, 20 ó 40 veces que vi a Tadej, encender el turbo en cualquier repecho, tipo Lieja o Flecha Valona, clásica del estilo Flandes o Lombardia, etapa reina de prueba de una semana, embalaje en grupo reducido o alta montaña de gran vuelta, no niego, tuvo mucha gracia y sentí profunda admiración y euforia. ¡Por fin alguien valiente ambicioso, que no especula ni se mide! Ni tiene necesidad de apoyarse en su millomario tren de gregarios para desgastar a los rivales y lanzar su ataque pancartero) Más que nada después de venir de una década horrible de ciclismo robotizado, utra programado, esclavo del potenciómetro y medido en el esfuerzo, predecible conformista y reservón como la era del SKY – INEOS entre 2011 y 2019.
Luego, ya de tanto ver siempre el mismo descompensado libreto, tal como diría Pappo, el legendiario Rockero argentino “algo ha cambiado dentro de mi” Llámenme romántico o sensible, pero si se eterniza tan flagrante disparidad, ya pierde la esencia, todo este circo. La emoción en cualquier tipo de competencia, sin resistencia equiparable no existe. Salvo que a uno le haga ilusión verse lucir siempre al mismo y llegar solo sin mayor esfuerzo día sí, y día también en bajada, subida desde lejos o al sprint. Bien por él, le admiro, me encanta Pogacar. Es fantástico el chico de los pelos de pincho, el que parece divertirse mientras corre, él no tiene la culpa es un profesional que honra con creces a sus filantrópicos, escrupulosos en materia ética y ecológicos patrocinadores árabes y los 6 millones de euros que le pagan, qué, quieras que no le hacen llegar a fin de mes sin agobios.
Pero, después de tantas palizas humillantes a sus rivales, siento el mismo suspenso que ver un partido de futbol en el colegio de mis sobrinos entre los de la categoría sub 18 y los párvulos discapacitados de la selección sub 10 años. Puedo impostar una comercial emoción sustentada en arandelas emocionales infundadas y superfluas, pero no, no la hay, demasiado predecible el resultado.
Por lo menos en el Tour de Francia las dos últimas temporadas se juntaron dos de su misma calaña sideral (posmoderna) y se dieron leña sostenida por varias jornadas (a veces para un lado a veces para el otro) hasta que el menos inmortal, omipotente y omnisciente de los dos en alta montaña cedió. Pero en el resto de competencias donde asisten solos… Vaya monólogo de mier…, y jueves y viernes. ¡Que soliloquio más estético! Lástima que sea una carrera entre 200 mocetones, de los mejores del mundo en su oficio… Bueno, ya saben uds lo que pasa. Es como verlos entrenar con series, intervalos de mucha calidad acompañados por una colorida y bonita comparsa cabalgando en las mismas bicicletas de 15 mil dólares, pero, claro, desde luego sin ese “moho” que tan solo ellos tienen.
Al igual que en las loterías de navidad, cuando cantan el 0234 y uno tiene el 5879, habrá que conformarnos con los premios menores: la predrea como dicen en España, la pasilla, la morralla. El espectáculo que den los actores secundarios. Loable en esta primera semana larga, la victoria de un David como Narváez ante el Goliat, o Hércules o Prometeo de rigor. Muy bueno el nivel de Milan, Merlier en los embalajes. Bien por O Connor, De Marchi, Pelayo, Martínez, Rubio, Tiberi dando su mejor versión y ambición dentro de sus limitadas posibilidades. ¡Súper uff! en serio, guau…
Para concluir y sin rodeos: si Pogacar no se cae, es abducido por una aterradora nave Nodriza sobre el cielo de las Dolomitas, o tiene un súbito ataque de sarampión, nefasto orzuelo donde muere el glúteo o inoportuna gastroenteritis… No se ve por donde se le pueda ir este Giro de Italia. Con un poco de suerte, tras la crono y tres o cuatro jornadas medio duras de montaña que restan, sus máximos rivales aspirantes al podio, tendrían que darse por afortunados si quedan a menos de 8 minutos.
Lo siento, no es mi culpa, culpen al Cha cha chá, (Como diría Gabinete Caligari) al capitalismo tardío, al sionismo, al integrismo árabe, a Bizarrap, el trap, el regguetón, a Milei, a Pedro Sánchez… a Foucault, a Samuel Beckett, a Derrida, Kristeva o al que quieran. El posmodernismo en el ciclismo llegó con retraso, pero lo hizo de manera contundente. No sirve la lógica ya, no sirven las estadísticas, no sirve la historia. No hay blancos, ni negros, todo es relativo, matizable: para todo hay excusa o motivo. Los hechos, lo único cierto: Yendo Pogacar o Vingegaard, solos a cualquier competencia por etapas de una o tres semanas, hoy en día, a mayo de 2024, es que no tienen rival ni en sueños. Salvo entre los dos, o contra ellos mismos.
Si, histórico, si, fascinante, flipante, ¡la hostia! dirían mis amigos ibéricos. Bien, por él que nació ungido y tocado por la varita mágica de la naturaleza unida al paroxismo de la tecnología, solo me preocupa una cosa, y no es por “deconstruir” conceptos solamente: ¿Qué sentido tiene la competencia cuando no hay competencia?
Óscar Trujillo
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