Ciclismo Internacional

Opinión: Viaje al centro del fanatismo, la incapacidad de ver mérito alguno en el contrario

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Por Oscar Trujillo Marín

El fanatismo ya ha dejado de ser ajeno al ciclismo. Si abrimos esa rendija y de alguna manera se “normaliza”, por ella se puede colar lo más vergonzoso y ruin de la condición humana.

Cualquier persona que destaque en algo tiene automáticamente una parcela de gente que verá en su esfuerzo méritos y generará simpatía por sus éxitos. Sin embargo algunos, quizás faltos de amor propio y una vida que les cause orgullo, tienden a magnificar los logros de “los nuestros”; incluso a apropiarse  de ellos y sentirlos como suyos por extensión; (así como ocultar sus yerros y reaccionar de forma hipersensible cuando se les critica) y en contraposición a minimizar los logros y virtudes de los del otro barrio: colegio, pueblo, equipo o nación en quien empiezan a  ver un enemigo.

Son dinámicas tribales (lamentables y prescindibles ya fuera de las cavernas y los clanes) difíciles de erradicar al parecer. Más emparentadas con la simple y llana mezquindad. Hay gente a la que esto le parece fascinante, el hecho de insuflar identidades patrias o tribales por medio del deporte. Pero justamente eso, trasladado a todos los ámbitos de la vida, es lo que ha sacado lo peor de la humanidad a lo largo de la historia y nos mantiene prisioneros del odio, el resentimiento y el rencor entre pueblos, naciones, razas o religiones.

Para ilustrarlo mejor vamos a utilizar la figura de algunos corredores que han causado fenómenos de fanáticos enaltecidos a favor y en contra en el pelotón internacional en los últimos años. Nairo Quintana tiene millones de seguidores y admiradores, sobre todo en Colombia y Latinoamérica. Su trayectoria y palmarés es grandioso de manera inobjetable y lo sitúa como el mejor corredor de ruta, por resultados, de la historia del continente, y sigue vigente. De la misma forma, tiene una legión también de odiadores profesionales y detractores, la mayoría de ellos en España, otros países latinoamericanos y el resto de Europa.

Lo más triste de todo es que ninguno de esos “odiadores” y detractores profesionales y vocacionales de Quintana, llegaron a ese estado de animadversión gratuita por culpa directa del mismo corredor, que ajeno al resto del mundo hace su trabajo lo mejor que puede y con altibajos como cualquiera; pero que, sobre todo, no les ha hecho a ellos nada, más allá de existir. Se vuelve algo personal: les fastidia su apariencia física, sus comentarios por mesurados que sean, su risa, sus triunfos, celebran sus desgracias, repudian su actitud por activa o pasiva, aunque esta sea inofensiva y en suma no soportan nada de él.

Lo hicieron -o mejor llegaron a aborrecerlo- como absurda respuesta (de forma ignorante, insensata, desafortunada y equivocada) y reacción al desaforado fanatismo de muchos de sus admiradores o fanáticos colombianos, que a su vez y de la misma forma que le pasa a los que son incondicionales de Landa, Contador, Froome,  Valverde, Nibali -o el que sea que destaque en un país o región- que genere mucho revuelo mediático, lo emparentan es con soterrados sentimientos tribales que afloran y tienen más que ver con el patriotismo, el chovinismo, muchas veces el racismo, xenofobia, la aporafobia o la simple y mezquina rivalidad entre fanáticos deportivos. Por que hay una distinción muy clara entre ser admirador, seguidor y aficionado a un deporte y convertirse en un fanático.

Cuando no, por la frustración motivada por vidas vacías sin un mundo interior rescatable que se vuelcan de manera apasionada en la adoración de un ídolo que les confiera una identidad compartida motivo de orgullo, que para obtener ellos como fanáticos, no han hecho ningún mérito. No es el noble gusto por este deporte lo que los mueve, es reivindicar de forma hueca un escudo, raza, equipo, nación o bandera.

Un enconado odio absurdo que no dista en absoluto del fanatismo racial, ideológico o religioso por el que se ha desangrado el mundo de forma fratricida e inmemorial. Cualquier crítica- por puntual, específica a un hecho, aunque sea objetiva y perfectamente argumentada que se haga a su fetiche identitario, es tomada como la peor ofensa personal. Son inmunes a los hechos y la razón y preferirían morir a aceptar que lo que los mueve es un fanatismo sesgado y cerril. Que la lectura que hacen es sectaria, absolutamente localista, tendenciosa exagerada o simplemente falsa producto de su obstinado prejuicio fanático.

El mantra, por ejemplo, que repiten los que son incapaces de ver mérito alguno en Quintana, es que Nairo en el Giro de 2014 se saltó las banderas rojas en una etapa de alta montaña y por eso ganó. Y que luego en la Vuelta a España 2016, se aprovechó del ataque de Contador, o mejor dicho que si ganó dicha ronda ibérica, no fue por mérito alguno suyo, sino por que el corredor nacido en Pinto, España, por lo visto, le insufló su energía, “mojo”, fondo, piernas y lo llevó en volandas ese día -y los 20 restantes-.

Pero de esa misma manera delirante e irracional suele reaccionar un obtuso fanático quintanista promedio. Tiene incapacidad manifiesta para admitir que el brillante palmarés de Alejandro Valverde, Contador o quizás el mismo Froome pueda tener algún mérito propio, y lo atribuyen a oscuras y sostenidas trampas con el dopaje, a una especie de complot con el sistemático auspicio, por lo visto, de la UCI -y todo el mundo- para permitirles haber ganado tantas carreras de manera -según ellos- inmerecida y fraudulenta al parecer. Todo esto con “el sólido sustento” de sus prejuicios, delirios y especulativa difamación para intentar que su ídolo local brille más a costa de vilipendiar o calumniar al otro.

Porque solo (bajo su obtusa mirada), los triunfos de Quintana son auténticos, y los de los rivales no. Y cuando no lo hace, cuando no logra ganar, es culpa del director técnico de su equipo, sus compañeros que le tienen manía, el clima o los astros. Jamás se les ocurre pensar que los demás también pueden ser muy virtuosos y que el boyacense puede tener temporadas malas o estar bajo de nivel, o fue simplemente inferior, falló la preparación o la psique. Igual que le puede pasar a cualquier otro hijo de vecino.

Intentar razonar con una persona así es perder el tiempo. Son inmunes al análisis, las pruebas y los hechos. El problema es que son beligerantes por sistema, especialmente hiper sensibles con su ídolo y ofensivos con contrarios y críticos. Por desgracia, cada vez abundan más en los foros de ciclismo, un deporte que hasta hace unos años se diferenciaba mucho de las salvajes, vergonzosas, peligrosas -y tantas veces sangrientas- rivalidades futboleras.

Este es mi argumento: para ganar lo que ha ganado Quintana (y no solo sus dos grandes vueltas, todos los podios etapas y top 10 de su carrera) hay que ser muy bueno. Tener escasos 1.68 m de estatura y 50 y pico de kilos y mantenerse tanto tiempo entre la élite de vueltómanos de gran talla muy completos, potentes rodadores en llano y viento, y mucho mejores en crono que él, para hacer eso y estar a la altura de ellos ¡hay que ser muy bueno! demasiado. Ganar con evidente solvencia tantas vueltas de una semana y duras etapas en cuesta ante cualquiera y en cualquier escenario, para eso también hay que ser muy bueno. ¿Es tan difícil aceptarlo?

Si fuera como los conspiranóicos forofos dicen, que le regalaron sus grandes logros, que su victoria en el Giro de Italia 2014 fue fraudulenta, y la Vuelta del 2016 se la debe a Contador, aparte de falso sería ingenuo. Pensar que alguien de un país tercermundista, sin poder económico y ningún peso geopolítico, ni influencia mundial, y sin ningún tipo de poder en la UCI ni en RCS Sport, corrompió a todos los jueces locales y comisarios de la UCI para que lo dejaran ganar el día del Stelvio… es absurdo, delirante.

Si hubiera cometido una sola infracción ese día, o un lance ilegal en carrera, lo hubiesen detenido o avisado los comisarios para reconvenirlo en el acto, al terminar el descenso o durante el mismo. Lo habrían sancionado e invalidado su renta en esa etapa: a él y sus compañeros de fuga. Ningún equipo “agraviado” pudo aportar una sola prueba de que hubiesen ordenes explicitas oficiales de neutralizar o congelar la carrera. Nairo Quintana, con todo el respeto, aún no era nadie de peso en el ciclismo en 2014, antes del Giro, para recibir tanta generosidad; como mucho era el joven corredor revelación del año pasado que logró contra todo pronóstico ser segundo en el Tour. Tenía solo 24 años, aún no tenía estatus de figura consagrada ni palmarés como si lo tuvo años después. ¿Por qué habrían de favorecerlo los comisarios italianos y de la UCI aposta a él?

Los demás favoritos no quisieron arriesgar de manera incomprensible ese día y él, que funciona mejor con tiempo asqueroso que con calor, junto a un puñado de hombres sí se la jugó. La bandera roja marcaba SOLO las curvas peligrosas (información oficial de los comisarios) En un día con un tiempo horrible. Así de simple. Cualquiera con un gramo de audacia, ambición o piernas -salvo que lo paren o prohíban- hubiera hecho lo mismo, Nibali el primero, -en caso de haber estado-, que suele ser especialista en peligrosas audacias cuando todos dudan.

Y lo que es peor, en el último duro y largo ascenso, Quintana empezó con solo dos minutos de renta sobre un lote con el resto de top 10 persiguiendo, tiempo que le era claramente insuficiente para asaltar el liderato todavía ante Urán (por esos años sin equipo en la montaña) y aún así, ni Rigo (enorme corredor, pero que nunca ha sido un excepcional escalador, solo se defiende muy bien) ni nadie fueron capaces de descontarle un solo segundo y por el contrario en la cima llegaron con más de tres minutos perdidos. Francamente no se ve el fraude por ninguna parte y cuando menos sí se ve a un resto del top diez que mostró un nivel conformista, agarrotado por el frío o falto de fuerzas, lamentable y muy inferior en la alta montaña al de Nairo, desde el líder (Urán) para abajo.

Luego Quintana fue muy superior el resto de montaña y los machacó en la cronoescalada. Nada más que añadir. No por repetir mucho una difamación o una mentira tiene que volverse cierta. Y eso no quita que el mismo Quintana haya tenido un evidente y notorio bajón a partir de la edición del Tour de Francia de 2017, extendido a las temporadas 2018 y 2019, donde sacaba el codo de forma compulsiva para pedir ayuda en las fugas (haciendo evidente su debilidad). Una cosa no quita la otra. Allí se mostró impotente de cara a la general y, salvo chispazos de buenas etapas, ya no fue el mismo en las dos temporadas y media anteriores. Hasta este año 2020, que volvió a pintar mucho mejor y se exhibió de forma brillante antes del parón. Pero demeritarle sus logros entre 2013 y 2016, y la primavera de 2017 (no es indigno perder un Giro ante Dumoulin quedando por encima de Nibali) por ciego fanatismo, o por que odian a otros fanáticos colombianos, es patético.

Así mismo, el otro mantra de los haters del colombiano, es el famoso día de la etapa Sabiñanigo-Formigal, en la ronda ibérica 2016. Froome partió demasiado atrás recorridos apenas los primeros kilómetros en un pelotón que ya rodaba en una peligrosa fila india a gran ritmo, de manera inexplicable para su experiencia y claro favoritismo. Se empezaba en una pestosa cuesta, y para colmo, Nairo y Contador iban bien ubicados, casi en punta en una etapa corta que se presumía nerviosa: error táctico imperdonable por parte de SKY.

Para colmo, sus compañeros británicos estaban aún más distraídos y más atrás. Nairo muy atento, (era su obligación marcar a sus dos rivales directos, Alberto y Chris) marchaba adelante y en ese momento el Tinkoff lanzó una emboscada a la que Nairo perfectamente arropado por su equipo, por inercia, simple marcaje, colocación (y obligación como líder) tiene que responder, pues Contador es un rival demasiado peligroso para darle alas, aún con 115 km por delante.

Luego los gregarios de las dos escuadras fueron avisados de la debacle táctica de los británicos, Froome se quedó aislado y a cola de un grupo en fila india que se partió en mil pedazos por el demencial ritmo de salida, algo de viento y una larga y tendida cuesta. Ambas escuadras -Tinkoff y Movistar- vieron la oportunidad de distanciar al favorito y rival más peligroso de todos y se marcaron una maravillosa crono por equipos, de forma mancomunada, -con muy poca participación de ambos líderes en los relevos- durante 100 km que duró el ataque a pie del ultimo puerto, mientras Nairo y Alberto se reservaban para la subida final.

El desastre y mala colocación de Froome y el SKY no fue culpa de Nairo. Quintana era el líder y Contador era el que peor iba en la general de los tres, lejos en tiempo. La necesidad urgente la tenía el español de hacer el gasto, de asegurar podio o meterse en la carrera. Quintana no fue llevado en volandas por un generoso Contador a lo Kiryenka o Tony martin, ni el de Pinto tiró, -ni mucho menos-, todo el camino: les convenía a los dos. Por el contrario, su tantas veces criticado (con razón) equipo Movistar, ese día estuvo inmenso junto a los inmensos gregarios de Contador; se relevaron en punta de forma brillante y los dejaron a ambos en posición inmejorable para los últimos 10 km de cuesta, los más duros, en Formigal.

De ahí en adelante Nairo tiró siempre del grupo (se puede ver de forma nítida en el vídeo) puntero, nadie quiso (normal, no tenían ninguna obligación) o tuvo con qué relevarlo salvo Bambrilla, que se reservó (muy bien) para ganar la etapa. Esos casi 10 últimos km los hizo escalando a tope, ya sin gregarios: solo Nairo y sus ganas de meterle más tiempo a Froome, daba igual que en ese generoso esfuerzo se beneficiara también Contador, que de haber tenido piernas lo hubiera podido rematar al final. El líder del vapuelado SKY venía a dos minutos pedaleando en un grupo perseguidor, así mismo empezó la parte dura de la cuesta.

Ya a mitad de  la misma, Contador que a pesar de su gran clase y pundonor ya estaba en franca decadencia en 2016, no aguantó más (no fue culpa de Nairo, su nivel fue ya muy menguante -salvo fogonoazos de clase en sus dos últimas temporadas, sus resultados de esos años no mienten) y Quintana pudo hacer más diferencia ante el lote con el resto de favoritos, llegando por encima de los tres minutos con respecto a Froome. Renta que a la postre le resultó suficiente para ganar dicha vuelta, al margen de una condición ligeramente superior que Froome en el resto de la dura montaña, (donde también le había picado previamente alrededor de un minuto al corredor británico).

Entonces ya cansa esa necedad. Y así funciona la mente del fanático. Da igual que la etapa esté ahí colgada a la vista de todos en Youtube, seguirán diciendo que Alberto le regaló a Nairo la Vuelta o  que si la ganó fue por él. Eso les parece ingenioso o divertido, les sube la autoestima supongo. O lo que es más inquietante… realmente se lo creen.

De la misma forma que también cansa seguir escuchando al forofo nacionalista quintanista de turno decir que Contador ganó su extraordinario palmarés a punta de dopaje. Que tanta gloria para el español solo fue posible gracias a factores asociados al famoso chuletón con clembuterol. Insinuar dopaje sistemático para todos sus logros, por que tiene la misma nacionalidad de algunos fanáticos que odian a Nairo o lo critican, es bastante necio, injusto y difamatorio también. Minimizar su evidente clase fuera de serie que lo hacía siempre estar entre los mejores, es ruin, mezquino e ignorante. Como lo es también intentar demeritar a Froome o Valverde por prejuicios, bulos y calumnias gratuitas, conspiranóicas parecidas como el trillado salbutamol o la Operación Puerto.

Ser fanático no tiene nunca gracia alguna. Jamás. No es la “sal” del ciclismo ni le pone el condimento a nada más que la irracionalidad, la necedad y las más bajas emociones. Mucho menos es la esencia de una sana competición, ni la filosofía del deporte. No aporta nada, saca lo peor de la gente, le hace perder objetividad, y nos mantiene por voluntad enrareciendo un mundo, ya de por si demasiado violento fanático y hostil; funcionando con códigos atroces y trogloditas. Hay deportistas que no merecen muchos de los seguidores que tienen. Esa gente no ama el ciclismo. Solo les interesa que destaque su ídolo local o afín;  o sacar pecho por su escudo o bandera. Eso es otra cosa, y lo que quiera que sea es repugnante y sobra en este deporte y la vida en general. La sana y noble rivalidad es bonita y necesaria, pero el fanático nunca respeta.

Oscar Trujillo Marín

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