Por Oscar Trujillo Marín
Para comprender el alto nivel que mantiene Primoz Roglic en la élite del ciclismo mundial, desde 2018, se puede resumir en que es el mejor vueltómano de las últimas 6 temporadas. Basta sumar sus puntos UCI, las cifras no mienten. Nadie, ni siquiera el fenómeno Pogacar, ha logrado desde 2018 ganar tantas carreras por etapas del World Tour, -incluso menores de una semana- y grandes vueltas. Es cuestión de revisar su palmarés, absolutamente brillante.
Por no hablar de las veces que, siendo el mejor, siempre protagonista, tuvo que abandonar o perdió el chance de ganar por caídas, o azar desfavorable que le arrebataron varios merecidos honores que agrandarían sus registros. Además, el esloveno puede ostentar una enorme cantidad de etapas de prestigio ganadas en todos los terrenos: prólogos, cronos largas, cortas, alta y media montaña. Un monumento y un oro olímpico contra el cronómetro. Brutal, envidiable. Solvencia y versatilidad al más alto nivel. Es un corredor muy completo, extraordinario. Si la evidencia es abrumadora… ¿entonces por qué hay gente que le niega el inmenso valor que tiene? Suelen decir que es un corredor “pancartero,” que no hace ataques largos en montaña. Como si ese fuera el único baremo para concederle la valía a un corredor.
Si así ocurriera, Cipolinni, Tom Boonen, Cancellara o Cavendish no serían llamados glorias vivientes de este deporte. No atacaron de lejos, (ni de cerca) en alta montaña jamás.
Deconstruyendo a los detractores de Primoz Roglic.
¿Qué tiene en común Primoz Roglic con Bertrand Russell, Gabriela Mistral, Samuel Beckett y García Márquez? En apariencia nada, salvo ser muy buenos en sus oficios tan lejanos. Pero no nos conformemos con eso, vamos más allá. Estas cuatro celebridades de la cultura mundial del siglo XX, ganaron el premio nobel de literatura. Eso sí, cada uno viniendo de géneros, temáticas, estilos y orígenes creativos distintos. Los cuatro eran demasiado buenos para escribir y se ganaban la vida con ello. Russell era filósofo y matemático; La chilena Gabriela Mistral era poeta, Beckett genial dramaturgo y García Márquez un carismático periodista que escribía relatos, crónicas y novelas, cuyo original estilo se convirtió en un género por sí mismo. Solo les hermanaba tener una calidad literaria, carisma, estilo y autenticidad superior al plasmar sus ideas, muy por encima de la media.
A nadie se le ocurriría demeritar los premios, reconocimientos o logros literarios de Russell porque no escribió jamás poesía, obras teatrales o novelas de ficción. O de Mistral porque no dejó ensayos filosóficos o novelas de largo aliento; ni al autor colombiano reclamarle porque no hizo teatro del absurdo como Beckett o a éste censurarle falta de realismo mágico en su obra. No. Llegaron a lo más alto, cada uno con sus respectivas fortalezas que los llevaron a la inmortalidad en las letras. Consiguieron los galardones más preciados y el reconocimiento.
Ahí es donde entra el exesquiador esloveno. Algo parecido sucede con Roglic, por alguna razón o prejuicio sin sustento lógico, sus detractores solo estiman valía en un ciclista si este tiene la condición natural favorecida de ser un escalador fuera de serie. De esos pocos que pueden lanzar ataques lejanos y marcar enorme diferencia con sus rivales en los Pirineos, Alpes o Dolomitas. De esos que a lo largo de la historia -salvo cuatro o cinco genios vueltómanos muy completos- no suelen ser tan equilibrados en sus condiciones como para mantener en cronos, llano, muros cortos y viento, las grandes diferencias cosechadas en la escalada.
La historia del Tour de Francia y demás vueltas por etapas está llena de brillantes escaladores que sucumben contra un tipo que es audaz bajando, esprintando, un portento en llano -también contra el cronómetro- y es capaz de mantenerse cerca de ellos en las cumbres hasta que se presenta su oportunidad.
Alberto Contador, uno de los grandes de la historia del ciclismo, y de la escalada en concreto, lo podía hacer en terreno de ascenso: era su arma suprema y efectiva. En lo demás se defendía, pero no era brillante. Alberto apenas ganó clásicas, o casi nada. Apenas ganó embalajes en grupos reducidos en llano o media montaña y tan solo venció en una que otra crono, cuando no estuvieron los especialistas de su era. Lo mismo pasaba con la mejor versión de Quintana, explotaba su punto fuerte y minimizaba pérdidas en sus falencias. Igual que Pantani, Pedro Delgado, Van Impe, Zoetemelk…
De la misma manera que sucede con los escritores nombrados arriba, a nadie se le ocurriría quitarle valor a los logros y prestigio de estos escaladores natos, por no tener las condiciones de Museeuw, Peter Sagan para rematar en grupos reducidos, piedras o etapas llanas duras. O por no hacer las maravillosas contrarrelojes que lograba Tony Martin. Simplemente cada uno con sus virtudes y habilidades propias lograron dejar huella en la historia del ciclismo, ganaron muchas competencias importantes y lograron convertirse en leyendas. Daban espectáculo en su parcela, en su fuerte, en su terreno a punta de talento natural, coraje, disciplina para mejorar o todas las anteriores.
Otro aspecto que se utiliza en contra de Roglic es que “siempre va a rueda y no ataca”. Retahíla sesgada que de tanto repetirla termina por instalarse de manera acrítica en el imaginario de muchos los aficionados. Eso, el “ir a rueda” es cuestionable en gente como Urán o Enric Mas, que siendo grandes corredores tienen un palmarés muy corto, quizás por tener en el aguante su principal virtud. Pero es que con el aguante por sí solo, siendo admirable, no basta para ganar y tener un palmarés tan destacado. Sí es suficiente para figurar y hacer buenas clasificaciones generales, pero no para vencer a los mejores.
Roglic, no suele atacar en alta montaña, como tampoco lo hacían casi nunca Indurain ni Anquetil, porque rara vez lo necesitaban. Vaciarse en su terreno menos favorable, sin necesidad, por complacer a algún aficionado purista o periodista detractor, ponía en riesgo sus grandes objetivos. Siempre entraban defendiendo la holgada renta conseguida en las pruebas contra el cronómetro que, aunque a muchos no les guste, son igual de importantes en las carreras por etapas para marcar diferencia. “Espectáculo” no es que dieran mucho en las alturas… salvo aprender a subir a punta de potencia y ritmo con –o muy cerquita- de los escaladores excelsos, lo cual tiene mucho mérito. Escribían sus condiciones sobre la carretera mucho mejor que los demás, sabían explotar su talento nato. Daba gusto y era un espectáculo verlos rodar en llano, potencia fuera se serie.
Primoz, a cualquier vuelta que se presenta, a punta de buenas cronos, su magnífica lectura de carrera y posicionamiento o su excelente punta de velocidad (dones variados y experticias al alcance de pocos) logra distanciar a sus rivales. Contrincantes que, de ahí en adelante siempre van a contracorriente, tienen la desventaja y necesitan soltarlo para batirle. Otra cosa es que no puedan, en teoría, en el terreno que más les favorece.
En Paris Niza, Tirreno, Algarve, País Vasco, Vuelta a España… o donde sea, el esloveno se pone de líder muy pronto, no es su culpa ser el mejor en lo que se le da bien. Sus oponentes están obligados a proponer, atacarlo buscando unas fisuras en montaña que rara vez o casi nunca encuentran. Tiene que saber sufrir muy bien en cuesta y ser muy, muy bueno para que los mejores escaladores del planeta no lo puedan soltar y tengan que jugársela con él en los últimos metros, con lo que implica batirse con uno de los dos mejores definidores en grupos reducidos cuando la carretera pica para arriba. El otro es su joven y voraz paisano, por supuesto.
Regularse, correr con inteligencia, embalar, buscar y medir el momento justo del ataque también es un arte y es parte vital de las carreras. Conocer su cuerpo, no dejarse provocar ni dominar por las emociones viscerales. Eso, hasta ahora, es -quizás por su ímpetu e inexperiencia- de lo que carece el prodigio Evenepoel. Remco puede vencer a punta de vatios y potencia pura, pero el ciclismo por etapas es mucho más, no siempre con eso basta. Evenepoel ha demostrado barrer con holgura ante el segundo y tercer escalón del pelotón. Pero para vencer a Pogacar, van Aert, van der Poel y Primoz (estando sano) de momento, necesita algo más. Aprender y dominar lo que a Roglic le sobra.
Técnica y objetivamente (lo ha demostrado en las veces que se han enfrentado los dos definiendo algo importante) el esloveno es más eficaz e inteligente para correr que Remco y que la inmensa mayoría del pelotón. Sus cifras no mienten. No en vano, salvo caídas, suele ganar las pruebas por etapas donde se presenta y consigue terminar sin irse al suelo. Cuando no, del podio no lo bajan. Supongo que hay gente que desea verlo como Pogacar, (que es un fuera de serie, superior a cualquier vueltómano en activo en cuanto a potencia y cualidades totales) atacando siempre en todas las etapas, pero es que lo que hace Tadej solo lo hacía Merckx y dos o tres más a lo largo de la historia.
Quizás la gente olvida -de forma conveniente y tendenciosa- que cuando Primoz ha necesitado (y no ha estado enfermo o lesionado) ha arriesgado, aunque tantas veces eso le haya costado sus opciones o terminar en el asfalto. El todo o nada del pasado Tour de Francia, le sirvió para -ya lacerado-, terminar de desfondarse. Y, en ese último alarde de clase y garra, se llevó en su desmoronamiento también las fuerzas de Pogacar. Su paisano, quien lo respetaba y temía más que a cualquiera, se dejó el alma (sin necesidad) por neutralizarlo. Gastó más de la cuenta, esa audacia cambió la historia de una carrera que parecía sentenciada y terminó favoreciendo a su compañero Vingegaard. Si eso no es valentía y coraje aún en la desgracia, entonces qué lo es.
Olvidan también que el actual oro olímpico contra el cronómetro, es el único corredor -desde que Pogacar irrumpió avasallando en el WT-, que estando los dos bien, le ha ganado con facilidad, mano a mano a su joven compatriota dos vueltas (País Vasco 2021 y ronda ibérica 2019). La primera con un ataque lejano a más de 60 km que dejó mal parado al prodigio de Klanec. La segunda siendo claramente superior, sin paliativos ante un monstruo que se llevó tres etapas en su debut en una grande. También pasan por alto la portentosa exhibición en la Vuelta a España 2021, para evitar que un mermado Egan Bernal lo sorprendiera (al cual respetaba, aunque no estuviera tan cerca en le general) saltó con el colombiano, en épica cabalgata hasta que lo fundió y llegó solo con una renta exagerada ante sus rivales más inmediatos.
En las vueltas y carreras por etapas no se trata solo de escalar. Ni es necesario para valorar las victorias que estas se hagan desde lejos en encadenados y las más altas cumbres. Roglic, en sus inicios -ni ahora-, nunca fue un escalador nato. Su habilidad para subir -al igual que su debut en el ciclismo- fue tardía. Empezó destacando como gran especialista contra el cronómetro. Su progresión se hizo al estilo de los potentes rodadores contemporáneos que de destacados croners, se han reconvertido en vueltómanos (tipo Wiggins, Evenepoel etcétera). Esa habilidad la ha trabajado y pulido a base de aprovechar su cadencia base, de mucho esfuerzo, entrenamiento y ambición.
Nunca dará las exhibiciones en alta montaña desde lejos, que daba gente con ese don natural como Pantani, el mejor Lucho herrera, Pedro Delgado o Quintana en sus tres años de esplendor (2013 a 2016) cuando fue quizás el mejor trepador del mundo. No está capacitado para eso, con disciplina aguante y mucha calidad logra subir casi siempre con los mejores escaladores y, al ser un rematador letal les suele ganar. Culpa de ellos que no son capaces de soltarlo antes. No necesita alardear ni vaciarse con lo que no es su fuerte, que para no serlo lo hace genial.
Indurain, Lemond y Anquetil basaron sus múltiples Tours y la mayoría de su legendario palmarés en machacar a todo el mundo en las cronos y aprender con mucho esfuerzo a subir. Nibali, que no era de los mejores contrarrelojeros, ni el mejor escalador de su generación, se la jugaba bajando y era el rey entre el caos a punta de astucia, oficio y coraje. Su punta de velocidad para rematar tampoco era buena, no tenía otra opción que intentarlo de lejos y vaya si lo rentabilizó.
Admiramos las 130 y pico de victorias de Valverde y la inmensa mayoría de ellas fueron rematando en media y alta montaña en grupos reducidos a en los últimos 300 metros valiéndose de su demoledor rush. No por eso dejan de ser esepctaculares, míticas. No por eso dejan de tener merito esos triunfos disimiles de gente con dones ciclísticos muy distintos pero geniales que les sirven para conseguir el mismo objetivo de todo deportista de élite, que no es otra cosa que ganar.
Si es por “dar espectáculo”, quizás nunca nadie fue más histriónico, divertido -por lo esperpéntico y teatral- que el inefable francés Thomas Voeckler. Nadie ha sido más elegante sobre la máquina, ni ha pedaleado con más clase y estilo (incluso cuando va sin piernas y se queda) que Mikel Landa. Nadie fue tan estoico y sufrió con más garbo que Poulidor, el abuelo de van der Poel; aunque ay, la gloria siempre se les escapaba. La estrategia, la inteligencia, la capacidad de medir los tiempos, y sobre todo ser consciente de sus debilidades, reducirlas a la mínima expresión y aprovechar los dones al máximo es lo que hace trascender a un corredor, y ya por extensión, a cualquier ser humano en este mundo de mediocridad y facilismo.
Primoz Roglic no solo es uno de los mejores ciclistas en lo que va de siglo, es un tipo educado, mesurado, noble. Jamás un aspaviento, excusa narcisista, queja, pataleta un mal gesto. Un ejemplo de resiliencia, constancia, clase y pundonor. Y, lo más importante para ganar lo que él ha ganado en tan solo seis temporadas, hace falta ser un fuera de serie. A punta de ir a rueda y suerte, es imposible.
Oscar Trujillo
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