Por Oscar trujillo Marín
Jan Ullrich ha sido uno de tantos juguetes rotos que ha dejado la llegada precoz a la gloria en muchos artistas y deportistas a lo largo de la historia. Su fulgurante ascenso a los más alto de la élite del ciclismo fue directamente proporcional a su tajante caída a los infiernos, 10 años después.
Nacido y criado en Alemania del Este en plena Guerra Fría, Jan destaco como atleta desde niño y fue educado con los espartanos y a veces inhumanos métodos de la extinta RDA. En 1989, cuando los “vientos de cambio” cantados por los Scorpions celebraban la caída del muro, el joven y talentoso Jan de 16 años, cruzó la ya desaparecida frontera y se enroló en un club de ciclismo de Hamburgo. El colorido resplandor de occidente era un caramelo irresistible para una infancia reprimida en medio del gris obligatorio.
Representando a la ya unificada Alemania, fue campeón mundial sub 23 en 1993, cuando apenas contaba con 19 años. En 1994 se enroló en Telekom -la máxima escuadra teutona- y tras pagar un natural peaje de novato fue segundo en el Tour de Francia de 1996, con 22 años, en su primera participación en la ronda gala. En 1997, a los 23, tocó el cielo llevándose el máximo trofeo mundial del ciclismo, subiendo a lo más alto del podio en París, superando a Virenque y Pantani. Si, sabemos que todos iban “igual” (menos el corredor ídolo de cada país según el lector de turno, que ese sí iba impoluto) pero vamos a hablar hoy del ser humano, porque lo del dopaje masivo ya lo conocemos todos.
En 1998, (el año de la vergüenza elevada a la novena potencia), hizo segundo en el Tour tras Pantani, y luego llegó el reinado de Armstrong (sea como fuera que haya sido, el resto del top 10 iba igual…) y su poderío se vio doblegado por ese insaciable y tiránico extraterrestre de laboratorio (pero también de indudable capacidad de trabajo, disciplina y condiciones para este deporte).
El alemán, durante su periplo como profesional, fue ganador de un Tour de Francia, cinco veces segundo en la misma carrera. Vencedor de una Vuelta a España, campeón mundial de crono en dos ocasiones y medalla de oro olímpica en la misma modalidad. Sus resultados lo dejan sin lugar a dudas como uno de los corredores más destacados de finales de los noventas y principios de este siglo. Si a alguien le hace ilusión recordar que todos iban dopados, lo haremos, pero digamos que entre los dopados fue el segundo mejor, y que antes de caer en esa vorágine asquerosa que invadió el ciclismo, fue un brillante corredor juvenil.
En 2006 su nombre apareció como cliente de Eufemiano Fuentes en la operación Puerto y la eterna noche sin luna cayó para Ulrrich… Da igual que ahí también hubieran futbolistas, tenistas y atletas (que el gobierno español no permitió dar a conocer sus nombres) los únicos que se hicieron públicos fueron los de ciclistas: Basso, Valverde, Scarponi, Botero entre otros. Destacadas figuras del deporte mundial, sufrieron un escarnio temporal “humanitario”, pero pudieron retornar a sus carreras indultados y redimidos por la ley y la sociedad.
Los demás tuvieron perdón. Ullrich no. Después de ser tratado como héroe nacional en Alemania fue condenado al ostracismo, repudiado por políticos, y por la misma sociedad y prensa que lo encumbró. Su trabajo como ciclista profesional acabó para siempre, aunque los demás implicados en todos esos desmanes y excesos, de forma irónica siguieran viviendo de lo mismo.
Un chico introvertido, tímido y del que no se escucha una sola queja o mala palabra en el pelotón por parte de sus rivales, sintió de repente la otra cara de la ciega adulación. Se fue desmoronando en una larga espiral de depresiones, autodestrucción y adicciones al alcohol y las drogas que terminaron hace dos años en el infrafondo. Arrestado en Mallorca por agredir a un cineasta alemán Til Schweiger, su vecino. Y luego una semana después, ya en Alemania agredió a una prostituta con la que se encontraba en un hotel. Sus problemas y adicciones lo estsban devorando, eran desde hace años ya un secreto a voces, que poco parecía importarle a nadie.
Desde entonces tras perder la mayoría de sus amigos, tras hacer naufragar su matrimonio y quedarse sin esposa ni familia, ni la mayoría de fortuna que pudo tener, permanecía desde hace dos años en un centro de rehabilitación en su país.
Tras una solitaria y dolorosa lucha contra sus demonios, en los que de las reconocidas figuras del circo ciclista que compartieron carretera con él solamente Lance Armstrong y Rudy Pevenage, su director durante toda su trayectoria, se mantuvieron en contacto con Jan y fueron a verle a la clínica, ahora puede decir que está al otro lado del túnel.
Presente
El mismo Rudy Pevenage ha confirmado que Jan está limpio. Que con mucho esfuerzo y a un precio colosalmente alto, ha domesticado sus demonios (por ahora y esperemos que siga así) y que permanece alejado del alcohol y las drogas. Pide una segunda oportunidad para un hombre que, antes que su dirigido, se convirtió casi en un hijo, con toda la complejidad desconcertante que ello implica.
Es obvio que se equivocaron ellos, como lo hicieron la inmensa mayoría de sus rivales: y los técnicos, y los mánagers y los médicos, y los patrocinadores que hacían la vista gorda si habían buenos resultados, y los ministerios de deporte, y la UCI, y los organizadores de carreras y la prensa, aficionados y comentaristas que los endiosan tan pronto despuntan de juveniles y ganan sus primeras carreras, y que en temas de dopaje los juzgan (y condenan) de manera implacable en función que sean o no de su país, o de lo bien o mal que el deportista les caiga.
Por supuesto que Jan se equivocó y con la mierda de vida que ha tenido supongo que ya ha pagado. ¿Necesitan acaso un poco más? ¿O así está bien?
Oscar Trujillo Marín
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