Por Oscar Trujillo Marín
Amaury Sport Organization ahora mismo se encomienda a todas las divinidades de la plantilla mística, pero también a los dioses laicos. A quien haga falta. No hay santo al que no le tenga encendida una vela, por si acaso.
Los inquietantes rebrotes de Covid-19 en varios puntos de Europa le pueden quitar el optimismo hasta al más entusiasta aficionado al ciclismo, y de paso al resto de la humanidad que ya no está para más encierros que se alargan y repliegan como un acordeón, ni cuarentenas sin fecha de caducidad.
La empresa francesa -que preside Christian Prudhomme- organizadora del Tour de Francia, no se puede permitir un contagio de desesperanza con tanto dinero en juego. Aunque aún faltan un mes y 12 días para que se despliegue (o no) el banderazo de salida en Niza (en la misma región donde hace 4 meses se le dio la anticipada puntilla a la calamitosa mini temporada) ha delimitado muy claramente los radicales cambios que buscarán hacer la más importante carrera del año -la única imprescindible- lo más viable y aséptica posible.
Los protocolos en términos de bioseguridad para ciclistas, personal de apoyo y público, los cambios drásticos en las rutinas de salida y premiación, incluso desplazamientos internos durante la carrera se hicieron explícitos y dejan poco margen para el caos, el folclore y menos las muchedumbres.
En declaraciones para DH Les Sports, Prudhomme informó que las ceremonias de protocolo a cada llegada se harán sin azafatas ni personalidades en el podio: “Los jerseys distintivos serán entregados a los corredores en la parte posterior de la tarima por un asistente de su propio equipo”, anunció el hombre fuerte de La Ronda francesa. Además, no habrá nada de prensa, ni extraños, ni personalidades VIP en la llegada de las etapas. Solo el personal de seguridad, comisarios y auxiliares de equipo imprescindibles.
Desde luego, este no será el año para los patéticos payasos y frikies en busca de su warholiano cuarto de hora de fama, que corren disfrazados detrás de los corredores, para los borrachos imprudentes, ni mucho menos para pretender selfies con las figuras antes o después de las fracciones. Algo bueno al menos mostrará esta obligada austeridad y minimalismo, dejándole todo el protagonismo a los únicos artistas que importan: los corredores.
La afluencia a los grandes puertos y llegadas en alto se limitarán a cinco mil personas, una vez se complete este número de pases, se controlará y restringirá con rigor el acceso a las vías de los puertos. Los aficionados y espectadores favorecidos solo podrán ingresar a pie o en bicicleta.
En el ámbito de la logística se eliminarán los traslados en avión (por ejemplo, durante el primer día de descanso, el lunes 7 de septiembre) dicho transporte lo hará cada equipo en su autobús, de la misma forma que técnicos y auxiliares que lo harán por tierra y sus propios medios, sin mezclarse con gente ajena a la carrera.
“Ciertamente no será el año más propicio para pedir un autógrafo. Se tomarán precauciones para que los corredores vivan casi en la autarquía, en una burbuja, solo entre ellos, en su mundo”, dijo el jefe de ASO, intentando curarse en salud para que nadie los vaya a culpar de contagiar a la población ajena a la carrera.
Finalmente, el gerente de la ronda gala aceptó la excepcional condición de este Tour que verá seriamente menguada su espectacular y colorida caravana publicitaria: “Creo que tendremos alrededor de un 60% menos de la caravana, apenas unos 100 vehículos de 160, porque esta crisis económica está ahí, el ciclismo no es una isla inmune, también nos ha afectado”, reconoció el dirigente francés.
Del ahogado al menos el sombrero. Si los astros se juntan los dioses se confabulan y el travieso virus lo permite, el Tour más surrealista de la historia se correrá. Si no se hace no será por falta de voluntad de ASO para adaptarse a esta montaña rusa de incertidumbre a esta perturbadora fábula distópica que ya dejó de tener gracia hace mucho tiempo.
Oscar Trujillo Marín
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